viernes, 29 de febrero de 2008

梅が香 Ume ga ka




梅が香に
のっと日の出る
山路かな



Ume ga ka ni
Notto hi no deru
Yamaji kana.


Apunta el sol
por ciruelos fragantes.
¡Mira! Un sendero...


Prunos fragantes
so el apremio del alba,
¡y ese sendero!



On sweet plum blossoms
The sun rises suddenly.
Look, a mountain path !




¡Uf, qué tirao estoy! Me imagino que alguna gente que no ha traducido poesía -o que no ha escrito ninguna en su lengua propia- me vendrá con que este mío es trabajo que se hace en dos minutos, y que más aquí, con tres líneas mal contadas en las que no hay que someterse al galeotazo de la rima o a un ritmo prefijado. Pues será que soy muy bruto o que no tengo condición, pero lo cierto es que me paso la jornada dando vueltas a éstos los tres rengloncillos de mis dolores, pesando y repesando palabras, vocales, consonantes, tónicas, átonas y tal y no veo un fin de fiesta. Con este haiku, al cuarto de hora de labor, ya tenía la sensación de andar dándome de cabezadas contra un muro, pero de esos que hacían los egipcios y que duran todavía. Para empezar, el primer verso dice literalmente: "En el aroma de ciruelas". Bueno, no de ciruelas, claro, eso ya se sabe, sino de los ciruelos en flor: el poeta -otra vez el genial Basho- usa esa figura retórica que toma la parte por el todo o al revés; el continente por el contenido y olé. Me parece que se llama sinécdoque, pero no me hagáis mucho caso, porque estas cosas desde la EGB siempre las mezclo. Y eso que hay una historia que debería ser suficiente para hacerme recordar el nombre. Veréis: cuando yo era muy chico, en el colegio, un maestro le pidió a un compañero mío -debíamos de tener doce años- que le explicara la frase gongorina de Oh siempre glorïosa patria mía / tanto por plumas cuanto por espadas. Mi compa le dio una respuesta digna de un premio, pero grande: "Córdoba, famosa por sus toreros y por la calidad de sus gallinas". Ayer pensé que no sería mala obra el recopilar todas las barbaridades que había presenciado en mi larga vida académica (las de los profesores: con los estudiantes sucede generalmente lo contrario, que uno oye genialidades, si es que sabe escuchar). Bueno, pues tendría que empezar por aquí, porque el colega docéntico en cuestión se llevó las manos a la cabeza. A lo mejor un genio -el que dormía en el porvenir de mi compañero- se perdió para siempre.

En fin, aterrizando de los altos mundos de la retórica: que el problema era cómo meter en cinco sílabas aroma, ciruelos y de remate, artículos, preposición y otras alharacas. Aún decidiéndome por odor o árbol o cualquier otro apaño sinonímico, todavía me faltaba espacio en el renglón. ¿Qué hacer? La única respuesta a tan supremo enigma que había podido encontrar hasta el momento estaba en una página de internet y dice:

Aroma del ciruelo
de repente el sol sale.
Senda del monte.


Sobran las palabras que diría en idéntica circustancia Guillermo Sautier Casaseca (¿A qué no sabéis quién es, eh? Chincha, rabia... El listo que se acuerde que deje abajo un comentario...). En fin, que no es solución ni nada, porque el traductor renuncia de antemano al combate cuerpo a cuerpo quinquesilábico y se resigna al hepta sin más. ¿Qué hacer pues? En un primer momento creí que no había más solución que alterar el orden de los versos. Es un recurso de tufillo picaresco, claro; pero, oye, si no se incluye la traducción al inglés, pelillos a la mar...

Bueno, pues estaba ya tan contento con mis diecisiete silabejos en los que sólo había tenido que renunciar a piltrafas como el orden de los versos o al notto -"rápidamente"- del segundo, cuando me vino la idea de que quizá la posposición ni la podría trasladar mediante alguna chapucilla del gremio al segundo verso y, así, echando mano de obsequioso sinónimo, salvar el expediente X de las cinco sílabas. ¿Tendría prunus algún derivado en castellano? Según la RAE sí. Aunque no especifica dónde, resulta que hay lugares en los que al ciruelo se le llama pruno y a la ciruela, pruna. Vaya, que parecía que por esta vez iba a salir con el oficio.

Comparada con el japonés, la segunda versión tiene sólo un pero gramatical: mientras que en aquélla aparece un verbo deru, "salir", ésta, cual estación de tren tokiotera de ocho en la mañana, no deja espacio para más. Pues mira, cuando iba escribiendo la línea anterior se me ha ocurrido so alba que presta asoma; pero la falta del artículo o la alternativa de incluirlo, so el alba que ya asoma no me acaban de convencer, pero que ni un pimiento bercianero. Así que ahí lo dejo y santas pascuas.

Por cierto, ayer a las tantas volví sobre los tres haiku que compuse originalmente, los que me metieron en este negocio. Más que nada por obsesión de simetría les endiquelé unas traducciones albiónicas que no se las salta un gitano, vaya, ni con acta de eurodiputado adjunta en zona estomatera. Pues descubrí una cosa que demuestra lo bobo que soy por no haberme dado cuenta antes: el vicio monosilábico de la eufónica lengua de don Chaucer hace que la elección de palabros resulte muchísimo menos complicada que lo que sucede con el castellano, y es que a uno le suele suceder lo que a mí jugando a la siete y media, que siempre me paso. Es más, un problema muy frecuente es el inverso: cómo encontrar elementos léxicos que sean lo suficiente buenos mozos para rellenar la línea. Qué cosas, oye.

Con un aviso termino: mis buenos compadres angliparlescos, los pobres desgraciaítos a los que asaeteo con los mostruos de mis escritos originales en su lengua, a causa de variadas investigaciones estos días están para pocas: el primero, metido hasta las canganillas en una cosa de biología molecular de mes y un poco que ya atiende al nombre de Kent-chan; los otros dos, obedeciendo a la llamada de natura, de trabajo de campo de amores, flamantes y floridos. En fin, que hasta que Charles, el papa de Kent-chan, no lo meta en guardería o a alguno de los otros dos les deje de echar la zancadilla la dulce Afrodita, en absoluto respondo de que mis traducciones al inglés valgan medioduro. Bueno, ahora que lo pienso, como último recurso, a lo mejor éstos hasta podrían ayudar. No sé...

jueves, 28 de febrero de 2008

春なれや Haru nare ya!


春なれや
名もなき山の
薄霞



Haru nare ya!
Namo naki yama no
Usu-gasumi.


¡La primavera!
Sobre un monte sin nombre
suave es la niebla.




Has spring come indeed?
On the nameless mountain lie
Thin layers of mist


Bashō




Esta mañana, en el desayuno, le he preguntado a mi señora: "Oye, aquí ¿cuándo empieza la primavera?" Entre nosotros, hispanitos de la calle, una duda así no tiene sentido: acostumbrados estamos a que cada veinte de marzo el hombre del tiempo nos informe exactamente de a qué hora, minuto y segundo comienza la estación de las flores. Es que está muy claro: cuando el sol entra en la constelación de Aries, entonces. Pero para los japoneses la cosa no es tan simple: las divisiones meteorológicas del año no tienen que ver con la cronología o con fenómeno sideral ninguno, sino con el sentimiento. Así que, después de escuchar mi pregunta, ella se lo ha pensado un poco y me ha respondido: "Cuando florecen los ciruelos." O sea, que ya estábamos en primavera y yo, con estos pelos, todavía escribiendo, todavía perpetrando por ahí traducciones de haiku de invierno. Bueno, aunque lo hecho hecho está y ahí queda, propósito de enmienda no me falta: inmediatamente me he ido a la antología y he elegido el poema que habéis leído. No sólo después de mi decisión, después incluso de tener el texto castellano rematado he caído en la cuenta de que se trataba de uno compuesto por Bashō, el gran poeta.

Mi elección no ha sido ni mucho menos azarosa. Cuando, con los restos del desayuno aún en la mesa, me he quedado solo, he mirado por la ventana: en los montes de Tanzawa la neblina de la mañana todavía se resistía a acabar disipada por el sol. Los más altos y alejados, a esa hora aún sólo se adivinaban.

Aunque el original japonés puede tener -como siempre en un buen haiku- variadas interpretaciones, me ha parecido apropiado evitar la interrogación retórica que nos propone el Prof. Buchanan. Es posible que mi parcialidad por la expresión admirativa sea un simple eco de mi sorpresa matutina, la que me produjo el conocer el desfase estacional en el que aún vivía. El verso inicial lo he traducido en un primer borrador como: ¡Ya es primavera! Inmediatamente de las cavernas de mi subconsciente una voz opaca, macilenta, de ultratumba, me ha respondido: En el Corte Ingleeeeeés. Así que me lo he pensado un instante y al final ha quedado como está.

Del resto poco hay que decir: suave es la niebla es lo mejor que he encontrado para usu-gasumi. Ciertamente una traducción literal obligaría a dejarlo como "ligera neblina", así, a secas, sin es ni nada. El adjetivo suave se recomienda por sí sólo: reproduce, a mi juicio, el espíritu del poema (el que yo siento por lo menos). El verbo lo incluyo porque las dos eses me traían una tentación demasiado grande para no ser capaz de sucumbir a ella.

Concluyo: apunta la edición que sigo que el monte sin nombre del segundo verso no lo es tanto por naturaleza, sino por deseo del poeta, o sea, un monte de cuyo nombre no quiero acordarme. Otra vez la vaguedad, la afirmación, que traspasa todo haiku magistral, de la victoria de sentimiento frente al raciocinio. Bueno, no sólo del haiku, claro: también de la vida communis.


miércoles, 27 de febrero de 2008

天も地も Ten mo chi mo


天も地も
なしただ雪の
降りしきる



Ten mo chi mo
Nashi, tada yuki no
Furishikiru.


Ni cielo o suelo
se ven. Sólo la nieve
cayendo insomne.



No sky and no earth
At all. Only the snowflakes
Fall incessantly.



Hashin (1864-?)




No os voy a negar que los tres haiku que escribí y que luego traduje al español me han hecho una ilusión grande. Dándome cuenta de mis limitaciones y no queriendo hacerme empalagoso he decidido cambiar de tercio: como hoy tenía que pasar por la biblioteca central he tomado prestada allí la antología de Daniel C. Buchanan One Hundred Famous Haiku y me he hecho el propósito de intentar traducir al español uno de ellos cada tanto, empezando, claro, por los de invierno. La ventaja de haber elegido una antología bilingüe es que así me es posible incluir la versión del erudito americano y a vosotros contrastar unas y otras.

El haiku que he seleccionado para hoy entre los veinticinco de esta estación me ha parecido el más hermoso. El kigo es el mismo que el del primero que escribí yuki, "nieve". Mi versión de la última línea quizá a alguien le parezca demasiado libre: furi-shikiru, algo así como "no dejar de caer", o "no parar de nevar" lo doy en castellano como cayendo insomne. Una alternativa más ajustada a la letra es cayendo siempre. Ésa fue mi primera apuesta, pero no he podido resistirme a la triple aliteración de enes, a la gracia que produce la mayor variedad en vocales en ese verso, y al eco de la o acentuada de la segunda línea. Confieso que, a pesar de estos argumentos de eufonía, he tenido mis escrúpulos. Luego, pensándolo detenidamente, me ha parecido que insomne, o sea "sin descanso", se ajusta no mal al significado y, sobre todo, al espíritu del poema. A pesar de este veredicto mío, si a alguien se le hace siempre una elección más acertada, me gustaría que me lo hiciera saber. Ya lo decía la Santa de Ávila: "Qué aburrida sería la vida sin problemas". Qué horrible si nadie nos llevara la contraria...

Más sabe el diablo


La precampaña electoral
"Nos conviene que haya tensión"
EL PAÍS - Madrid - 14/02/2008
(el artículo aquí)



-¿Qué sondeos tenéis?
- Bien, nada...
- Sin problemas...
- Lo que pasa es que yo creo que Nos conviene que haya tensión.
- A mí me parece que Os conviene muchísimo.
- Y luego ya empezar a partir de este fin de semana a dramatizar un poco.
- Ya.
- Pero Nos conviene mucho... Si no la gente...
- Claro, Señor. Pero, con todo mi respeto: tened también mesura. Es la primera vez... una experiencia como ésta, en tantos milenios... No sabemos si va a salir...
- Oye, que todo ha sido una idea tuya: ahora no Me vengas con éstas. Si estábamos bien como estábamos... ¿De verdad aún crees que era necesario llegar a tanto?
- Absolutamente, Señor: no tengáis más dudas. "Hay que cambiar para que nada cambie".
- Mira, no te lo he dicho; pero ya no Me puedo callar: para Mí que el responsable de todo este desbarajuste eres tú. No Me digas que no te has pasado... Dejando entrar a tanta gente, digo...
- En absoluto Señor. Además, con la Ley Antigua no íbamos a ninguna parte: siendo tan estrictos como antes nos quedábamos en cuadro. Hacía siglos que... Ya conocéis las estadísticas. Señor, la idea, aunque fue mía, a Vos Os pareció tan buena...
-¿No te habrán robado las llaves?
- No, no, Señor. Vedlas aquí.
- En fin, que salgamos con bien de ésta. Si a lo mejor, Pedro, hasta tienes razón: "Más sabe el diablo por viejo..." Bueno, tú ya me entiendes.



Prozac, mi paradiso



- ¿Ausencia de deseo sexual?
- Sí, por completo.
- ¿Obsesiones suicidas?
- Sí.
- ¿Incertidumbre por su futuro profesional?
- Sí, muy grande.
- ¿Falta de apetito, bajo tono vital, insomnio?
- Sí.
- El diagnóstico me parece claro: estado depresivo agudo. Me dice usted que es la primera vez... ¿Antecedentes familiares?
- ¿Entonces con medicación mejoraré?
- Verá, lo importante en su caso es evitar la tensión emocional. Mañana mismo unas vacaciones...
- ¿Me recetará Prozac, Seroxat, Anafranil...?
- Cuidaremos la dieta, ¿usted fuma...?
- El Prozac es infalible. ¿Cuántas al día?
- Sí, sí, en fin: me va a hacer ejercicio. Un paseo de dos horas por la mañana...
- Doctor, dígame, con esta medicación...
- Verá, es que no le voy a dar nada.
- Doctor, créame: estoy seguro, pero cien por cien seguro, de que si no me receta antidepresivos, -muchos antidepresivos- no mejoraré. Nunca. De verdad.
- ¿Usted lee la prensa?
- Continuamente, todos los días.
- Entonces no hará falta que le ponga al tanto.
- No, no me hace ninguna falta.
- Pues eso. Vigilaremos el colesterol, las grasas, los excitantes -nada de café- y el nivel de stress. Practique su hobby. Si no lo tiene, búsqueselo. Y hasta la semana que viene. En caso de urgencia, no dude en llamarme, a cualquier hora. Del día o de la noche. Ahora le extiendo el parte de baja.
- Es igual, no se moleste.
- ¿Por qué? Por cierto, ¿a qué se dedica? ¿En qué trabaja?
- En la industria farmaceútica: psicofármacos. Ejecutivo. Bueno, la verdad: soy el accionista principal...


Un estudio asegura que antidepresivos como el Prozac o el Seroxat son poco efectivos
Los pacientes que toman placebos mejoran tanto como aquéllos que consumen estos fármacos
AFP / ELPAÍS.com - Londres / Madrid - 26/02/2008
La noticia aquí.

martes, 26 de febrero de 2008

Abdominales meningéricos

El primer blog que comencé, como sabéis, fue éste, en latín. Aunque no desespero en revivirlo, hace tiempo que lo tengo abandonado (Ars longa, vita brevis). Lo comencé en una página de "El País", pero luego descubrí el servicio de "Bloggers", en el que ahora estoy instalado, y aquí me veis. El sistema del periódico madrileño se me hizo engorroso de usar, no sé si por poca compatibilidad con el Mackintosh, o por mi nula pericia ordenadoreril. En definitiva, que ahora en esa página antigua sólo queda un enlace que remite a la nueva.

Hace unos días, como os cuento antes, me vino a la cabeza un haiku y pensé que en este espacio que ahora leéis no tenía mucho sentido el incluirlo. Por eso, volví a "El País" y ahí lo planté. Luego reconsideré las cosas y me di cuenta de que en mi blog de siempre cabía de todo. Decidí entonces publicar los haiku en los dos sitios, eso sí, dejándolos en el periódico sin traducción, con un enlace que remitiera hasta aquí.

Ayer reviví un proyecto que comenzado hará unos cinco años abandoné por exceso de trabajo (y de pereza; soy como soy): utilizar noticias de periódico como pie forzado y escribir un relato todos los días. Se trata de un ejercicio para despertar esa capacidad creadora que todos llevamos. Durante una temporada de mi vida me dediqué a dibujar a destajo: pues resulta que cuando uno se instala en ese mundo gráfico al final acaba viendo el de todos los días con una perspectiva nueva. Dicen los que de esto saben que es, sencillamente, el hemisferio derecho del cerebro, la loca de la casa, que toma la iniciativa y nada más. Bueno, pues con lo de escribir poemas o pescar ideas literarias sucede otro tanto: la primera semana es una cosa de trabajo minero arrastradizo: para encontrar el diamante en bruto te tienes que rascar las circumvoluciones cerebrales de sol a sol y a veces ni con ésas. Pero llega el octavo día de la creación, se prende el piloto automático, oyes una frase al azar y listo: a ésa se le añade otra -que se convierte en segundo verso- y el soneto, media hora después, lo tienes ya casi aviado; ves a una chica que cuando entra en tu vagón de metro viene azogada, sudorosa, falta de fuelle, y enseguida una luz se te enciende en las meninges -literal que me ha pasado- et voilà, tienes tu historia.

Arriba veis los primeros frutos de la Creación. Si lo tenéis a bien, contadme qué sos parecen. No hace falta que lo diga: también se admiten propinas...



梅の木 Ume no ki


梅の木は
望の香り
パパの花


Ume no ki wa
nozomi no kaori.
Papa no hana,

Como el ciruelo
fragante es mi tesoro,
flor de su papa.


Like plum tree blossoms
Fragrant little thing my boy
Is daddy's flower.





El diciembre anterior fuimos a España. Yo, por cosa del trabajo, tuve que regresar a Japón y pasé las navidades solo. Mi hijo y su madre quedaron en casa de los abuelos y allí estuvieron hasta concluidas las fiestas. El reencuentro en el aeropuerto fue emocionante: no olvidaré nunca la imagen de mi peque cuando venía del control de aduana arrastrando una maleta casi más grande que él mismo con un aplomo tal que daba la impresión de haber nacido viajando. En su carita se veía la felicidad encarnada: estaba otra vez en Japón y después de dos semanas -para un niño unas mil- veía por fin a su papa. Al salir de la terminal el viento de la anochecida cortaba. Me quité la bufanda que en invierno siempre llevo, la bufanda que su madre me regaló precisamente ahora hará unos diez años paseando por Kobe, se la puse al cuello y él inmediatamente exclamó con ese tono de satisfacción sincera del que son sólo capaces los niños: "Papa no ii nioi da!" (¡El buen olor de mi papa!). Es la frase más dulce que nadie me ha dicho jamás. Este poema querría contener un poquito del "aroma" de ese momento, tan trascendental para mi vida.

Como sabéis todos un buen haiku necesita de un kigo, una palabra clave que marque la estación: en los dos anteriores una es yuki, "nieve" y la otra, anacrónica porque estamos en época seca, ame, "lluvia". La de hoy es ume, o sea "ciruelo", apropiadísima para estas kalendas: desde mi ventana se ven tímidas pinceladas blancas y rosáceas que entre los árboles del monte, aún desnudos, se mecen con el viento. Me iría en su búsqueda al instante, pero el día amenaza nublado y se está tan agusto aquí dentro, oyendo el aullido del viento que golpea los cristales...






Soneto




Una nueva locura se ha asentado
en los entendimientos desta era,
que no hay quien a la hermosa dama quiera,
si no es discreta y sabia en sumo grado.

Por la hermosura no dan un cornado,
y adóranla si es fea y es parlera,
como si en el aviso consistiera
tener la dama el cuerpo bien formado.

¡O necio humor, no amor, mas devaneo!
¡Como, porque es astuta, la raposa
y no como, por simple, la gallina!

Cualquiera vaya, pues, tras su deseo,
que de mujeres quiero la hermosura,
pues hermosura busco y no dotrina.



lunes, 25 de febrero de 2008

雨の日 Ame no hi



雨の日に
心が乾く
君を待つ



Ame no hi ni
kokoro ga kawaku,
Kimi wo matsu.



Día de lluvia,
el alma siento enjuta
mientras te espero.



In a rainy day
I feel my soul getting dry
while waiting for you.


Bueno, ya he relatado en el anterior artículo en qué circustancias escribí esta madrugada aquel haiku. El que va ahora arriba, aunque más reciente de hechura, de origen es casi prehistórico. Hará unos cinco años, cuando me pasaba el día zurrándome a modo con la métrica castellana y no paraba de escribir sonetos y romances, me salió, entre unos y otros, cierta coplilla japonesa que decía:

Ame no hi, ame no hi,
kimochi yoi koto yatta
anata to tomo ni.


("Día de lluvia, día de lluvia,
cosa de gustito hicimos
los dos tan juntos")


Como se ve, contando las sílabas a la castellana cada verso resulta octosílabo. En japonés un poema compuesto por líneas de ocho, diez y siete caracteres hiragana -que es como se cuenta- no tiene ningún valor especial. Pero a mí (inevitablemente), me producía mucha gracia, sobre todo porque había sido el primero. Tanto que improvisé también una musiquilla ramplona para él (voz de bajo profundo con piano acompañante) que repetía machaconamente, hasta que mi dómina me mandó callar con el argumento de que a ella, como hablante nativa de la lengua nipona, cada vez que la escuchaba le rechinaban los oídos. En fin, que me hice cargo de sus sufrimientos estéticos y no volví a tararear el estribillo, sino en voz baja y estando bien seguro parapetado en el santuario de mi habitación.

Esta mañana, cuando he acabado el primer haiku, he pensado que sería buena idea el compensarle de sus sufrimientos antiguos y escribirle ahora otro poema que comenzara con las mismas palabras del odioso sonsonete, pero disfrutando de los beneficios de estructura y remate de la estrofa clásica. El original japonés me gusta mucho más que la traducción hispana: es que aquél goza de un nivel poético de ambigüedad con mucho superior al que la gramática romance le permite a éste. La necesidad de marcar el sujeto en el verbo (espero) dentro de nuestra lengua destruye mucho de su gracia.


Para que no quede nada sin decir en esta crónica de musas, referiré que el poema ha gustado mucho. Incluso, para mayor regocijo, afirma mi señora que de la matraca histórica aquella se ha olvidado por completo: El perdonar, de sabios; el olvidar, de dioses...

富士に雪 (Fuji ni yuki)




富士に雪
我の胸には
ひが光り





Fuji ni yuki.
Ware no mune ni wa
hi ga hikari.



Nieve en el Fuji.
Muy profundo, en mi pecho
el su ampo brilla.



Snow on the Fuji.
Deep, very deep in my soul
The sun is shinning.



Ayer por la noche no podía dormir. Por ver si el ligero ejercicio hacía venir al sueño salí a la calle y el viento frío de la madrugada me despejó aún más. Entonces, brillando imponente la luna, con su reflejo invernal en el Fuji a lo lejos, el insomnio se convirtió en un breve paseo de exaltadora belleza. Aún tiritando el relente del alba, durante los cinco minutos de reposo del té de las primeras luces, me vino el haiku que veis arriba. Misterio es el que haya nacido precisamente tan diurno.

Cuando mi "santa" despertó se lo leí. Ella me sugirió el sustituir hi ga hikaru ("el fuego -o "día", o "sol"- brilla"), que era lo que había escrito yo, por hi ga hikari ("el brillo del fuego -o "día", o "sol"-"). Supongo que no hace falta enumerar todos los méritos poéticos de tan ponderada elección. Sencillamente incluyo el sustantivo, suprimo el verbo y, con este párrafo dejo claro de quién es el mérito principal del poema.

Trompetas celestiales









viernes, 22 de febrero de 2008

Evento insólito y providencial


El día 13 (jueves) del próximo mes de marzo, a la taurina hora (más o menos) de las seis de la tarde, daré una conferencia que lleva puesto el insondable y proceloso título de "Salamanca en la literatura". Teleológico evento tal llevaráse a cabo en el marco -incomparable- del "Edificio satélite" que Gaigo (la Universidad de estudios extranjeros) tiene a la vera mismita del campus principal (Hongo) de Todai, uséase, la histórica, gloriosa, centenaria, insuperable y patidifúsica Universidad de Tokio, orgullo de locales; azote, pasmo y asombro del orbe conocido. Como hecho tan insólito no admitiría trato muy de bóbilis, la entrada se cotiza a los ¡mil yenes! Empero, por causa justa es: la de sacar dinerillo ad maiorem gloriam de nuestra "Asociación 'Universidad de Salamanca en Japón'", buena y benéfica cual haya alguna.

Porque si no luego va y se dice que si tal, antes tengo que aclarar estas dos cosas que aquí siguen. Primera: como viene siendo consuetúdine fatálica por causa de mi natura propria, generosa y algo estúltica, los laureles, la gloria de Talía y de Fama volatriz, serán mi recompensa única; peculio, nichts, nothing, niente, res de res, nanimo nai. Segunda: yo no iría -como escuchante, digo-; pero, siendo el parlante contratante de la primera parte contratante de la segunda parte, a ver: es cosa del farandulesco oficio con el que me arrepaño las alubias; no me queda más remedio que fichar.

En fin, que escribo esto porque me acaba de llamar la secretaria de la Asocia y me dice que, faltaría más: mis estudiantes, amigos, deudos, allegados (y enemigos, añado de cosecha imprómptica) no pagarán entrada. Hasta ahí podíamos llegar. Osea que, si alguno tenéis afición (o morbo, porque no creo que sea ésta circustancia que mucho se prodigue), los canales consagrados de la tonante técnica telecomunicadórica mediantes, a ponerse en contacto con mi menda, darme por su sitio un toque bueno y al punto sos apunto (sin "apuntamiento" previo me dicen que no vale, que esto es el Japón, oyes; vete ya enterando de una vez, ¿no?).

La conferencia será en nuestra sonorosa lengua cervantina; las preguntas, Dios dirá.

En fin, tened piedad de este pobre pecador y apuntaisus: si no me tomo una birrita bien acompañado después del susto (y, a ser posible, antes), ja, chacho, oye, que hasta me da el jamacuco, mal rayo me parta. Ole.


Iacobus dixit.

domingo, 17 de febrero de 2008

La mandarina de Amaterasu

Hoy domingo ha sucedido algo muy habitual en mi vida nipónica en mañanas como ésta: cuando a las seis y media estaba en lo mejor del sueño ha sonado el teléfono: era la Sra. Yaguchi, la madre de uno de los colegas de mi hijo: el suyo, su esposo y Taku-chan, otro crío de la guardería, iban a subir al monte Kobo dentro de, digamos, veinte minutos. Como tengo a mi señora en cama con un gripazo impresionante, me ha parecido un plan de perlas para pasar el día, así que, a velocidad de trueno, nos hemos dispuesto con la ropa de monte, hemos cargado las mochilas y no nos ha dado tiempo a más, porque enseguida ha vuelto a sonar el aparato: Yaguchi-san -el padre- y los dos pequeñajos nos esperaban para llevarnos en su todoterreno hasta su casa, que está, a diez minutos de aquí, en la ladera de la cordillera de Tanzawa, a la que pertenece el monte Kobo.

Pues dicho y hecho: en hora y media nos hemos puesto en la cumbre. Entre naranjos y cerezos aún invernales el camino de ascenso, suave, se nos ha hecho trabajado de verdad (estamos un poco faltos de forma), pero delicioso y estimulante. A la derecha de nuestra marcha teníamos el monte Fuji en todo su gloria invernal, nevado y grandioso como sólo lo es él. Cuando uno lo ve todos los días comprende precisamente por qué los artístas plásticos han tenido siempre tanta obsesión por su figura: no hay dos momentos en que la muestre igual, sus tonos varían de la mañana a la noche y de jornada a jornada. Yo muchas veces no haría otro trabajo que admirarlo. Desde nuestra casa, por una mala suerte de la perspectiva, no se ve; pero veinte metros hacia el sur ya se entremira el punto más alto de su nevada corona y desde el edificio de mi despacho, a un medio kilómetro, la vista es impresionante. En invierno, claro; porque vendrá abril, y despídete hasta el otoño.

Al contrario de lo que sucede en mi tierra, la estación del frío en la Japonia, meteorológicamente hablando, es la temporada más alegre. Será por mi contumaz e inmarcesible pelo de la dehesa; lo cierto es que demasiado no me puedo acostumbrar a este -para mí- trastueque ocioso y aun perverso del calendario natural del mundo. En fondo de temperaturas primaverales, el paisaje de cerezos primorosamente florecidos recortándose sobre un cielo de color tul de novia negligente me descoloca las mollejas, me agobia, no se me hace abril. Los nativos, en especial "mi santa" se ríen cuando les hago ver mi desconcierto. Para ellos un azul intenso sobre sus cabezas en esos días sería una paradoja: les daría repelús, esa luz pura les pondría frío en los tuétanos y la carne de gallina.

Bueno, lo cierto es que sí que hay días de cielos inmaculados en el verano: en junio, cuando pasa algún tifón fortísimo, el día siguiente nace del mismo color que lo haría en el Mediterráneo. Cuando eso sucede, dos o tres veces al año, yo no puedo trabajar. Tenga lo que tenga que hacer (salvo que sea dar clase, obviamente) dejo mi labor y me voy a la calle. El día aquel del 2002 en el que jugaron por primera y única vez en un mundial los equipos de Brasil e Inglaterra, coincidió con el efecto que acabo de describir. Yo no soy aficionado al fútbol, me interesa como fenómeno social y nada más; pero ese día habría dado cualquier cosa por poder disfrutar del partido en el estadio de Shizuoka, abarrotado mitad y mitad de profes de inglés venidos de todos los rincones del país y de inmigrantes "nikkei" de origen japonés cuyos abuelos habían marchado hasta América en búsqueda de esa tierra prometida que ahora reencontraban sus descendientes en la primitiva de sus ancestros. Parecía que un demonio guasón hubiera preparado la contienda, porque precisamente quiso la casualidad que el combate se dirimiera en una provincia en la que en muchas de sus ciudades la lengua oficial no es el japónico, sino el portugués, tanto que hasta se la conoce popularmente como "Shizuoka de Janeiro". No voy a recordar la fiesta posterior al pitido final que me relataron mis amigos brasileños -sajones y cariocas remezclados- porque si lo hago a lo mejor no paro de gimotear en toda una semana.

Pues bueno, que hoy, gracias a los más generosos de los kamis, los dioses locales que velan de nosotros, hemos podido disfrutar, desde lo alto del monte Kobo, de una mañana preciosa de invierno japonés. Como ya sabéis, no soy fotógrafo. Y lo he sentido, porque me habría gustado regalaros dos imágenes muy grandes: el Fuji, como digo, a nuestra derecha y, al otro lado, a lo lejos, el brillo glauco de las aguas del Pacífico en la costa de Odawara. Si Amaterasu, la diosa del Sol, patrona de estas tierras, se nos hubiera aparecido sobre ellas nos habría resultado incluso natural. De haber sido así, le habríamos invitado a las mandarinas que devorábamos en aquel momento; bueno, a una sola: otra cosa no habrían permitido ni de broma los tres golfales de nuestra tribu.



miércoles, 13 de febrero de 2008

Yo soy aquel negrito

Ya quedó dicho por varias entradas anteriores: en mi juventud de la única insensatez de la que me tengo que arrepentir es, me parece, de la de haber sido tan sensato. "Quien de pollo por Séneca se tiene, de viejo en lo más lerdo que deviene" ha sido siempre uno de mis refranes favoritos; de defender su prístina verdad creo que puedo excusarme: basta mirar alrededor para encontrar ejemplos doblados que lo confirmen.

Pues bueno, quizá el despropósito más grande que cometiera en aquellos primeros años de mi vida, un despropósito del que ahora me enorgullezco y creo que con fundamento, es el de haber dedicado siete años de ella a estudiar griego clásico, y el haberlo hecho a tumba abierta, de forma apasionada, intensiva, irreponsable, haciendo oídos sordos a los consejos de los sabios que me zumbaban alrededor con la cantinela de otro refrán tan ponderado como el primero: "Trabajar en lo inútil es peor que no hacer nada". La lectura a pelo, libre, sin el uso del diccionario, intuyendo este significado, equivocándose en el otro, dándose de mollerazos contra los textos, es desde luego el placer más grandes que disfruta uno cuando comienza a pasar el nivel picapedrérico gramatical al que se ve inevitablemente condenado el neófito del estudio de cualquier sistema lengüero que el mundo haya parido. Los catecúmenos del idioma de Herodoto experimentan esa dicha casi universalmente enfrentándose a los discursos de Lisias, "la abeja ática", ese leguleyo meteco que, aún sin poder gozar de los beneficios de la ciudadanía ateniense, manejaba el idioma de sus vecinos con una gracia suprema, con una sencillez llena de hermosura que aún hoy en día, desde la otra orilla de los milenios, con tal de poseer una sensibilidad mínima, cualquier jovenzuelo alevín de helenista puede disfrutar.

Es precisamente esa condición de meteco, de inmigrante que diríamos ahora, la que me ha traído la figura de Lisias a la memoria. Atenas fue -por lo menos en su época de esplendor- lo que hoy llamaríamos "un lugar de acogida": gentes de todos los rincones del mundo conocido paseaban sus calles, pregonaban mercancías, discutían la última teoría de la naturaleza de las cosas, recitaban sus yambos o perseguían sus amores. Como ya sabéis eran los atenienses gente muy orgullosa de su ciudadanía, un orgullo que les llevaba a hacer casi imposible la naturalización a la gran cantidad de venidos de otras polis griegas; eso no impedía el que incluso desde el estado se estimulara la incorporación de nuevos y valiosos elementos extranjeros a la ciudad: si el propio Lisias nació en Atenas fue precisamente a causa de una de esas invitaciones, la que el mismo Pericles extendió al padre del orador animándole a asentarse en la ciudad de la que era mandamás primero. Los jerifaltes atenienses, gente lista y avisada como en el mundo ha habido pocas, bien sabían que su puesto de privilegio en la liga militar que comandaban, origen de su fortuna y su bonanza, no se podría mantener sin una sociedad dinámica y una economía pujante que hicieran al estado poderoso y enérgico, y estaban al tanto de que sólo en un ambiente de libertad que permitiera el ir y venir las mercancías, las ideas y las gentes podrían crear esa riqueza que exigía el exagerado tren de vida que necesitaba el mantenimiento del Imperio marítimo de cuyos diezmos y primicias gozaban con bastante cara dura. Mientras el negocio fue viento en popa las cosas, para todo el mundo, inmejorables. Pero ya se sabe: llegó el día de la ira, en la guerra a los atenienses les tocó perder y el gobierno de los Treinta Tiranos -en un gesto repetido y multiplicado en Alemania dos mil quinientos años después- destruyó contando con la pasividad de su población a la minoría de metecos ricos y, como aquel que no quiere la cosa, se fueron repartiendo alicuotamente los beneficios del pillaje por las esquinas y las sombras más recogidas.

Vaya, que este asunto de los derechos de ciudadanos contra inmigrantes, de la necesidad, conveniencia o no de admitir a gentes venidas de otros aires no es cosa de anteayer. La regla, entonces y ahora, ha sido siempre la misma: el rico, el que paga, pone siempre las condiciones, y las pone, obviamente, movido no por su buen corazón, sino por amor del bolsillo. Si Atenas no hubiera necesitado a gente emprendedora como el padre de Lisias -a su muerte, uno de los hombres más ricos de la ciudad- no se le habría invitado a cambiar de domicilio. Pero para todo hay excepciones, porque ¿qué tiene que ver esto con la masa de gente deshidratada que verbenea por las playas del Mediterráneo? Obviamente si los admitimos a nuestro paraíso es por mera humanidad, porque ¿a quién va a beneficiar tanta harapiencia, sin estudios, sin oficio, sin beneficio en este país nuestro, valhalla de licenciados, doctores e ingenieros? Por eso, y porque todo tiene un límite, habrá que decir algún día "basta", ¿no?

Los especialistas de la cosa que lean lo que sigue habrán de perdonarme. Háganlo con el afán de benevolencia que se le debe a un buen amigo: por dedicarme a ese despropósito de estudiar el griego no me dio tiempo a ponerme al tanto de cómo funciona el mundo tan complicado de los intríngulis económicos, de modo que las frases que vienen a continuación no son sino cuatro despropósitos que se me ha ocurrido hilar, en mi ignorancia, con el único fin de que quien de verdad entiende me corrija, me amoneste y me castigue: para eso esto es un blog y por lo mismo tenemos abajo comentarios.

Como veo que lo de las pateras les preocupa tanto a los políticos ahí les sugiero una solución barata, contundente y hacedera. La verdad es que no he tardado ni cinco minutos en pensarla, pero, en fin, aplicándola, el problema se acaba en cuatro semanas: se hace una legislación que condene a veinte años de cárcel (o al máximo que la ley permita) al desaprensivo que emplee a cualquier trabajador sin los papeles de regularización por delante y problema concluido. Los de las pateras serán pobres; pero tontos, no: si se juegan la vida es por la certeza de que van a encontrar trabajo, un trabajo, obviamente, remunerado por debajo de los límites legales, con cuatro perrillas, vaya. Desde su punto de vista el trato merece la pena; pero quien más se beneficia con la componenda es sin duda el "capital", ese ente abstracto tras el que estamos, en mayor medida, todos los que nos vemos a este lado de la raya, amparados bajo la santidad de la ley, las buenas costumbres y el sagrado "droît de sang".

Persiguiendo implacablemente al ejército que se aprovecha -nos aprovechamos- del inmigrante paterero los políticos acabarían con su flujo, sí; pero no sólo con él: también con la gallina de los huevos de oro. Toda la economía sostenida por la mano de obra ilegal -hay quien dice que un diez por ciento del tinglado, me parece- se hundiría sin remedio. La "legal", la que se beneficia de los salarios mínimos a la baja que provoca por mera ley de mercado la gran bolsa de mano de obra de la inmigración "no regulada", se vería gravemente malherida por la revaloración de los salarios de los currelas nativos: en cuatro días la señora que nos quita la canguinga de la letrina, la cocinera ecuatoriana de la abuela, el senegalés que recoge la pera en Lérida -bueno, sus sustitutos hispanos, ahora libres de competencia darwinista- iban a verse cobrando un sueldo superior al de un letrado: hasta seguramente alguno de éstos últimos se remangaría la camisa y dejaría el despacho aprovechándose de la coyuntura de la coyuntura.

Resultado: esta subida meteórica del precio de la mano de obra produciría efectos colaterales divertidísimos: sectores enteros de la economía legal, sufriendo nuevos salarios "reales", a la quiebra, y, por tanto, aumento furioso del desempleo; disminución en picado de las cotizaciones a la Seguridad Social; inflación desmandada consecuente, debida al aumento de costes en las empresas que lograran sobrevivir; menor competitividad en el mercado exterior y más paro por lo tanto... en fin, que lo del veintinueve, cosa de criaturas.

No sé del nivel de la cátedra de Economía en la facultad de Derecho de la universidad de Santiago hará unas tres décadas; por si acaso al santo de guardia le voy a ir poniendo unas velas retrospectivas para que no haya sido excesivamente bajo, para que los estudiantes que pasaran por sus aulas cuenten hoy con una formación competente en tan delicada disciplina y para que los despropósitos que oímos estas kalendas no tengamos que interpretarlos más que como mera estrategia para mantener contentos a tirios y troyanos y así conseguir los votos de ambos: del que paga cuatro cuartos al trabajador africano que le recoge la cosecha y de la abuelita algo aprensiva que pega un brinco cada vez que se cruza con uno de éstos yendo de camino a donde el pan. Porque si lo que se escucha por ahí es lo que nuestras lumbreras de verdad proyectan, si lo que dicen lo manifiestan de corazón sin darse cuenta de las consecuencias económicas que esa política que defienden nos traería, si de verdad y de la buena piensan practicar lo que predican; entonces, oye: apaga y vámonos.


martes, 12 de febrero de 2008

De sus obras y sus pompas



Una compañera de trabajo se enteró de que a mis estudiantes les hago escuchar cierta canción de Antonio Machín en la clase que dedico a la música popular dentro de la asignatura de "Cultura y Sociedad Españolas" (en fetén スペイン語文化と社会). Parece ser que uno de ellos, con esa ingenuidad enternecedora que sólo se disfruta a los veinte años, le había preguntado si ella también compartía esa mi afición por la música del bardo cubano. No sabiendo con qué carta quedarse -si con la de la indignación proporcional a la gravedad de la circustancia o con la de la incredulidad benevolente- se me acercó en la sala de profesores y, provista de la energía del púgil peleón fajado en mil veladas, ése que salta al ring dispuesto a devorar al otro primerizo y tontorrón, me preguntó a bocajarro por el asunto. Cuando le confirmé sin rubor su sospecha me miró con cara de pasmo y soltó un irreprimible "¿Y no te da vergüenza?" que le salió del alma.

No era ésta la primera vez que me veía blanco de su santa y justificada indignación: poco tiempo antes, cuando tras las lecciones me pilló absorto en la misma sala sobre el Polifemo me pulverizó con una mirada telúrica al tiempo que me esquinaba contra las doce cuerdas lanzándome un directo a la parte más blanda de mis asaduras en forma de: "¿Pero no me digas que tú lees poesía...?" Ella parecía que no; por eso me ahorré la cita de César Vallejo que me vino a la cabeza -ella es española, aclararé-; bueno, por eso y porque, obviamente, compartiendo ambos la nacionalidad, a lo mejor el verso se me podría caer también a mí un día en la cabeza.

Como yo soy de los que escarmientan poco, este segundo round -el de Machín, digo- su pregunta me pilló también de guardia baja y tampoco supe responder de forma más o menos decorosa. Creo que, como la otra vez, sencillamente, con un buen juego de piernas hurté el cuerpo al castigo. Ahora me doy cuenta de que obré de forma muy prudente: si ella hubiera sabido de mis gustos plebeyos en materia musical quizá habría removido Roma con Santiago hasta conseguir por lo menos un K.O técnico, o sea, que el catedrático encargado del currículo académico no me asignara otra obligación que la de enseñar cursos de "Gramática 1" con el argumento de que en clases más avanzadas me convertía en peligro público para la sanidad mental de nuestros pupilos.

Como estamos en confianza, como esto no lo leéis más que vosotros que sois muy de casa, os lo digo así, en voz susurrada y con mucho sotto voce: lo cierto es que, además de Machín, me alegra y hasta estimula escuchar ciertas canciones de Manolo Escobar, María del Monte, Antonio Molina o Sara Montiel. Qué le vamos a hacer: hay lo que hay, se es como se es y, del mismo modo que sucede con los padres o los hermanos, uno no se puede escoger a sí mismo. Pero quede claro, y advertidos os dejo: si se lo contáis a alguien, si lo vais repitiendo por ahí, si llega hasta los oídos de la Santa Inquisición, renegaré las veces que haga falta; y me sentiré como un bendito, oye.




lunes, 11 de febrero de 2008

¡Más madera!

Hace una semana más o menos me llegó un mail de Seul, de mi amiga la profesora Lee, en el que me enviaba algunas fotos de Salamanca, del simposio de japonología de diciembre y, también otras en las que me presentaba a sus hijos, dos pequeñajos de unos ocho y diez años, y a su esposo, un coreano guapo (feos he visto pocos), de sienes regiamente grises y mirada sensible e inteligente. A la profesora Lee, una catedrática de la universidad Han'yan, tuve el gusto de acompañarla hace dos meses escasos en el viaje que hicimos por los patrimonios de la humanidad más pateados de nuestra Península: no voy a relatar con detalle el periplo para evitarme un mareo premonitorio de eso que han dado en llamar los expertos "mal de Stendhal" y que decían que les achuchaba mucho a mis compatriotas japoneses cuando viajaban por Europa en aquellas épocas del yen fuerte que, por desgracia, parecen haberse acabado.

De la simpatiquísima profesora Lee, y del resto del grupo coreano, me he acordado esta tarde al leer que en la ciudad en la que ella vive ayer mismamente ardió una de las reliquias históricas del país, Namdaemun 南大門, o la "Gran Puerta del Sur". Esa misma puerta en japonés se llama Nandaimon: el parecido de las dos palabras se debe a que ambas están compuestas por tres elementos siníticos (el último 門, "puerta", mun en coreano, mon en japonés y men en chino, no es sino el mismo del final de Tian'anmen 天安門 ("la Puerta de la Tranquilidad Celeste"), la gran plaza de Peking, y el primero, 南 nam "sur", ése con el que acaba Vietnam 越南). Gracias a la influencia china en los países que gozaron de su tutela histórica (también Vietnam) hoy en día a los que conocemos alguno de los idiomas de estos países, se nos hace relativamente fácil el aprender los otros debido al aire de familia que presenta el vocabulario, sobre todo el estrato "culto".

En fin, que, sabiendo del amor casi fanático que profesan los coreanos por todas las manifestaciones de su cultura, el primer impulso que tuve fue de enviarles un mensaje de pesar a mis amigos. Después, cuando lo rumié un poco, caí en la cuenta de que si así lo hiciera obraría de una forma bastante hipócrita. Y es que después de pasar la noticia por el tamiz del raciocinio ahora he acabado por convencerme de que a la tal puerta, y a Corea en general, en el fondo, no les podría haber sucedido nada mejor. Sé que tengo que explicar esta afirmación tan estupefaciente, si no para mis lectores -a los que os presumo más listos que el mismísimo Lepe reencarnado- al común de los andantes.

Para empezar, gracias al desastre, -imagino- el españolito más desinteresado por las cosas del Oriente, ése incapaz de localizar en un mapa mudo de la tierra a Seul, conoce ya de la existencia de una pieza cultural que confieso sin sonrojo que a mí no me sonaba ni de nombre ayer, a un fulano como yo que ya lleva leída más de una docena de volúmenes de la historia de la "nación de la calma matutina", que ha estudiado los rudimentos de la lengua, que vive en un país en el que es casi imposible no tener amigos coreanos...

A pesar de mis muchos trabucos mentales, algo que lo que no puedo presumir es de ser fetichista o iconero: para mí las cosas en sí no tienen más valor que el espíritu que las anima, la idea que las concibió, ese embrujo de la mente que se atrevió a presentirlas y a sacarlas de la nada. Si la existencia de esta puerta enriquece de algún modo a la especie humana, si es algo más que un vacio timbre de orgullo para el pueblo coreano, lo es sencillamente porque su forma, su diseño, lo que es inmaterial e imperecedero nos ilumina nuestro ser, del mismo modo que -por lo menos para mí- lo hace una partitura de Bach, cierto soneto de Quevedo o tal película italiana de los sesenta: si la partitura o el soneto están impresos en papel de la mejor calidad o en resma de cuatro cuartos, si la película la veo en vídeo, DVD o cualquier formato que puedan inventar nuestros descendientes tecnocráticos, para mí el caso es el mismo: quién duda que la disfrutaré con más placer en una gran pantalla que en la chiquita de mi ordenador, que preferiré que me interprete la pieza Richter a Periquito el de quinto de piano; pero lo que vale de verdad, lo que me emociona o no hasta las lágrimas incluso, no lo altera una u otra circustancia.

Sobre Namdaemun se habrán escrito tesis, manuales, estudios incontables, existirán imágenes bastantes para, puestas en fila, hacer viaje de aquí a la Luna y vuelta. Los arquitectos, artesanos, eruditos, especialistas de pedigríes varios de Corea y del ancho mundo, los grandes capitales deducibles de impuestos, los estados, las agencias de la Unesco, del Consejo de Europa se verán felices de colaborar en el gloriado evento de la restauración... Se celebrarán congresos, simposios, exposiciones sin fin; vaya, que turistas vendrán a miles - veo a los hosteleros secarse ya las lagrimas-, y vendrán a visitar la reconstrucción, primorosísima por supuesto, idéntica al original; perfecta, aún más, seguramente, que ese "original", que no era más que una pieza seriamente retrabajada tras la Guerra de Corea, un conflicto que la dejó, por lo que cuentan, muy maltrecha. Ahora, este nuevo avatar del monumento podrá gozar del beneficio de toda la cañonería de avances eruditos que se habrán producido en los últimos cuarenta años, de la pujante tecnología coreana y de la munificencia financiera universal. ¿Qué se habrá perdido a la postre? Alguna tonelada de madera vieja y ríos de lágrimas de los súbditos de la gran nación del Este, lágrimas que, como sabe cualquiera que sufra, cual mi caso, de ataques intermitentes de "dry eye", acaban siendo presentes divinos para el ojo.

Qué cosa: si hasta ahora que voy terminando estas palabras me dan ganas de enviarle felicitaciones a mi amiga... No sé, pensándolo mejor, y por si acaso, me voy a cortar un pelo.

domingo, 10 de febrero de 2008

αἰ δὲ μὴ φίλει, ταχέως φιλήσει...

Estos días, no estando muy católico del ánimo, me he visto incapaz de escribir cosa de sustancia: sólo he incluido en la cabecera del blog un verso sacado del Himno a Afrodita, no tanto por lo que dice (si ella no te quiere, pronto que lo hará) sino por lo que para mí, como sabéis, suponen esos caracteres griegos al principio de mis palabras. Aunque tal vez no se note, mis escasos -pero selectísimos- lectores me merecéis un respeto cercano a la idolatría y, así, cuando no tengo nada que deciros, porque del caletre no me sale, o porque el trabajo no me da tregua, en lugar de saldar el expediente largando lo primero que me viene, os quiero informar de mi vida incluyendo aquí fragmentillos de mamotretos que voy medio leyendo, de las poesías que me salen al paso o de las imágenes hermosas que veo por estos mundos que las ninfas electrónicas nos dieron. Me parece que, si no mi prosa -desde hace un tiempo de capa caída- por lo menos esas explosiones de alegría, las obras de los maestros del pasado, servirán para recordaros en momentos de desánimo la primera obligación que tenemos ante nosotros mismos: apurar todos los días la copa de la vida, y de apurarla hasta las heces...

jueves, 7 de febrero de 2008

martes, 5 de febrero de 2008

Poderoso caballero


La presidenta regional y del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, y el número dos de la candidatura popular al Congreso, Manuel Pizarro, intercambiaban ayer impresiones en la sede del partido. Para Aguirre, es “fantástico” que el ex presidente de Endesa, “que ha defendido a aquellos cuyos derechos podrían haber sido atropellados, haya decidido “dar el salto a la política”.

El País, 5/2/08
La foto es de aquí



The interest of dealers [...] in any particular branch of trade or manufactures, is always in some respects different from, and even opposite to, that of the public. [...] The proposal of any new law or regulation of commerce which comes from this order, ought always to be listened to with great precaution, and ought never to be adopted till after having been long and carefully examined, not only with the most scrupulous, but with the most suspicious attention. It comes from an order of men, whose interest is never exactly the same with that of the public, who have generally an interest to deceive and even to oppress the public, and who accordingly, have, upon many occasions, both deceived and opressed it.

Adam Smith, The Wealth of Nations, Volumen I




el santi también estuvo aquí

lunes, 4 de febrero de 2008

domingo, 3 de febrero de 2008

Suave aroma de incienso sosegado

Ayer iba en el tren para la biblioteca de Atsugi -ya sabéis: donde McArthur tenía el garage- cuando entraron en mi vagón dos niñas de unos ocho y seis años que, por apariencia e impedimenta, deduje irían a su lección de ballet.

- Oye, cuando lleguemos a Ebina -le decía la mayor a la pequeña- nada de andar: hay que correr.
- De todas maneras vamos a llegar tarde.
- Bueno, la posibilidad de que lleguemos tarde está en un cuarenta por cien. De que lo hagamos a tiempo, en un sesenta.

Esa precisión matemática me hizo sonreír y me trajo a la memoria una escena que viví hace unos días cuando se me acercó mi hijo con un libro, señaló una ilustración y me preguntó:

- Papa, ¿sabes qué es esto?
- Claro, un dinosaurio.
Inclinó la cabeza en un gesto de "para ese viaje..." y soltó.
- Bueno, la verdad es que es un Stegosaurus.

La primera vez que fui a un museo de la ciencia -el de Tokio- debía de tener unos treinta y tantos; mi hijo aún no podía andar cuando entró en él, por eso, me imagino, no tendré que extrañarme de que "Stegosaurus", y además "Tiranosaurus", "Velociraptor" o "Alosaurus" sean palabras comunes para él: son los nombres de los fósiles del museo que su padre le ha leído varias veces y que, como todas las experiencias que vivimos en la primera infancia, le han quedado grabados en la memoria.

En el libro de lecturas en ruso con el que medio estudié ese idioma en mis años mozos ya aparecía un texto con una conversación entre dos abuelos acerca de este tema: "Ivan Ivanovich, hoy en día los niños ven la televisión, visitan los museos, las bibliotecas, las salas de concierto... Es normal que a tan corta edad adquieran conocimientos de los que nosotros no disfrutamos hasta que fuimos adultos..." Es posible que esta generación que ahora a mí me parecen el límite del espabilamiento sientan lo mismo que los dos abuelos rusos del manual cuando les llegue su turno, y así volveremos a la cosa de Demócrito de que "todo permanece" y santas pascuas.

En los últimos tiempos, con los exámenes finales (horribilis sobre horribilis), no he tenido tiempo para nada. Además, como soy vago rematado, el exceso de trabajo me pone en un nivel de ruina anímica que no me permite labor de provecho. Casi sólo para dar unas magras señales de que seguía en el mundo y batallando incluí en este blog durante los últimos días dos citas de un libro de economía que estaba leyendo y cuatro links a otras tantas interpretaciones magistrales de divinas señoras de la lírica. Las dos conversaciones que refiero arriba -la de las dos niñas y la de mi pequeño y su padre, o sea, yo mismo- y el presente espléndido de las voces de las grandes damas que nos ha regalado la vida, me obligan aquí a echar un cuarto a espadas en favor de Heráclito, y considerar que en el fondo las cosas, incluso las de la infancia, sí que cambian, y a veces para bien. Veréis.

Tendría yo unos seis años cuando comencé a comprender las palabras que cada domingo repetía el cura. Una frase en especial me llenaba de desasosiego: "He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión". Y es que sentía que, si me esforzaba titánicamente, podría refrenar de todo mal mi pensamiento, mi boca o mis acciones y así ganar el paraíso; pero ¿cómo evitar el pecado de omisión? ¿Cómo renunciar a los tebeos, al partido de fútbol de platillos, a la Vuelta a España con ellos alrededor de mi barrio cuando llegaba el verano, a las partidas de ajedrez en el recreo de la escuela o, tras la salida del colegio, a los indios de plástico y el fuerte que me trajeron los Reyes? Claramente esos buenos ratos no eran sino "pecados de omisión", momentos dedicados egoístamente a mí mismo en lugar de a los demás, a las buenas obras, a las oraciones o los sacrificios? Bueno, pues estos tormentos producidos por escrúpulo de conciencia sólo fueron el principio. No voy a relatar los que sufrí hasta los dieciséis, más o menos, a manos de aquellos curas continuadores de la más pura tradición nazista que no desaprovechaban puntada para corromper nuestras mentes angelicales con terrores del sadismo más refinado.

Esas represiones, esos horrorosos remordimientos, aquellos dolores de la conciencia, aunque ahora, como adultos, no tengan más presencia visible en nuestra realidad, sin duda han dejado un poso de veneno en el cerebro, en nuestra forma de ver el mundo y de sentir la vida. Cuando contemplo a mi hijo y a los pequeños que juegan con él, me alegro porque, aunque inevitablemente llegará el día en el que sufran el zarpazo terrible, misterioso y contradictorio de la existencia humana, por lo menos, podrán disfrutar de todo lo bueno de la vida -de una voz rotunda y prodigiosa, por ejemplo- sin escrúpulo alguno, porque se habrá evitado que ningún carroñero sotánico les perturbe el sueño sembrando en sus mentes infantiles la cizaña repugnante del remordimiento estéril.




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viernes, 1 de febrero de 2008

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