lunes, 28 de julio de 2008

Adiós


Entre las obras literarias del mundo siempre me ha emocionado la narración del Ragnarök (La caída de los dioses) del final del Gylfaginning. Celestiales, monstruos, todos los seres legendarios y comunes, en lucha titánica e irrepetible, morirán uno por uno; la tierra se hunde en la tiniebla y por fin las estrellas, el cielo mismo, van cayendo lentamente.

Hasta los dioses verán un fin. Ellos lo saben y lo aceptan. Unamuno comparaba al escritor con un dios en miniatura: Si tus obras nacen muertas, quién sabe si tú, por dentro, no estés muerto. Con pareja sensatez remató -algunos años antes- Arthur Conan Doyle: La mayor sabiduría, retirarse a tiempo.

A este blog le llegó su Ragnarök: continuarlo sería repetición y hastío. Sobre la hierba, en la pradera, las espadas, las armas de divinos e infernales, son últimos testigos del combate. ¿Vendrá esa mañana en la que nuevos dioses, otros montruos, frescos y pimpantes, aún atónitos, las miren y pregunten su sentido? Ellos sabrán. Quizá también vosotros.

Hasta siempre. Adiós.





miércoles, 23 de julio de 2008

viernes, 11 de julio de 2008

Si con dos pinchitos se come guay



Si te comprendo: el ver la foto te habrá puesto muy triste. No es que hubiera un chino, un indio... eso se entiende. ¡Es que encima invitaron al de Sudáfrica, al de Corea, Australia, Indonesia, Brasil, México! ¡Invitaron al de México, y no tuvieron la poca vergüenza de llamarte! ¡Después de ganar la Eurocopa! ¡Después de lo de Nadal! ¡Le hicieron ese feo al país de Almodóvar, Fernando Alonso y Chikilicuatre! Qué desprecio más grande, José Luis...

Te contaré la verdad: lo cierto es que, cuando se preparó la cumbre del lago Toya, los japoneses, tan educaditos, hablaron de ti; pero alguien tuvo la delicadeza de recordar la foto aquella, ¿te acuerdas? Sí, hombre, esa en la que, cuando un descanso, todos charlaban tan animados y tú, en una esquina, solo, simulabas estudiar tus papelitos. Uno del protocolo americano también sacó a cuenta la vez cuando te quedaste sentado al paso de la bandera de su país. De verdad, José Luis, no fue rencor: seguramente querían evitarse de nuevo el bochorno, la vergüenza ajena que les causa tu incapacidad para distinguir entre los símbolos de un gran pueblo -que siempre son dignos de respeto- y el peor gobierno de su historia.

En fin: no te agobies, José Luis, que tú, y tu Pepiño, con dos pinchitos que os toméis por lo húmedo, en tu tierra, como reyes. Oye, ni punto de comparación...






jueves, 10 de julio de 2008

Por fin me siento comprendido




Desde que a los dieciséis años leí mi primera historia del cine siempre había querido ver esas películas antiguas de las que a menudo se habla pero que no aparecen por ninguna parte. Una de mis amigas, experta en la materia, me ha enseñado cómo copiarlas del internet, así que las he instalado en mi Ipod y las voy disfrutando en el tren, los martes por la mañana, cuando marcho a Tokio.

Esta semana levanté la vista de la pantalla y vi que un hombre de unos cincuenta y tantos, en mangas de camisa, con gafas redondas y corbata negra, de pie junto a mí, se tapaba los oídos con los dedos queriendo indicar que el volumen de mis auriculares era una molestia. Por un instante pensé que así sería, pero enseguida deseché esa opinión intuitiva: del aparato que uso es imposible que escape ni el más mínimo rumor; además, siendo yo mismo un friki de la salud auricular nunca me permitiría tanto exceso decibélico. El hombre siguió con su tonta mímica durante el trayecto completo y, aunque decidí ignorarle, no negaré que su actitud me irritó tanto que ya no pude concentrarme en ninguna maravilla visual. Por eso, cuando de vuelta a casa, en un vagón de metro me encontré con el cartel de la campaña de julio, mi corazón se sintió aliviado y comprendido. Muchas gracias esta vez, Gabinete de Comunicación del Servicio Metropolitano: si es que estáis en todo...






sábado, 5 de julio de 2008

Gigantes y cabezudos


Pues ahora resulta que El coloso de Goya, a pesar de todo lo que nos decía el profe en COU, no es más que una chapuza.

Esta polémica me ha recordado lo que oí con respecto a la obra de Eduardo Chillida cuando su muerte. Aquel día nadie, ni siquiera uno de los especialistas mundiales en la obra del escultor donostiarra, tuvo la delicadeza de ilustrarnos, con una explicación al nivel del común de la calle, sobre el verdadero valor del trabajo de toda aquella vida que acababa de cerrarse. Pa qué lo iban a intentar, pensarían, si sólo ellos, con sus cuatro o cinco doctorados a las espaldas, acabarían siendo capaces de seguir la explicación: ya le había pasado a Einstein, sin ir más lejos. La claridad es la cortesía del filósofo, no la del artista, claro, y mucho menos la de su exégeta. Bien lo sabían los curas en la Edad Media: cuando la Biblia se tradujera al vulgaris, apaga y vámonos. Es que sin el velo del arcano, sin la niebla del lenguaje ininteligible, la casta sacerdotal siempre pierde bastante y el Emperador, desnudito, siente más el frío.

¿Se traduce lo de arriba en que el arte ya no vale un chavo y que mejor andaremos por los estadios o los alberos del mundo? Luzbel nos libre del dislate. Sencillamente quiere decir que a lo largo de los siglos el fenómeno artístico se ha ido liberando de tiranías variadas: la de los monarcas, de las aristocracias de sangre y de las de fortuna; sólo le resta la última: la de los expertos, marchantes y artistas profesionales. La manipulación de lo bello es una actividad demasiado preciosa -y divertida- como para que la raza humana claudique de ella dejándola sólo en manos de gente así.

   Cuando entro en un museo no puedo evitar acordarme del buen tiempo que hace fuera," y de lo bien que se lo pasa uno dibujando, tocando la guitarra o escribiendo un soneto", añado yo. Pues claro que todavía hay grandes artistas: están en cada uno de nosotros. A ver si de una vez nos vamos dando cuenta.



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