martes, 26 de abril de 2011

El sismólogo y la gotera fonológica

Me mandan ayer un e-mail en el que me dice el remitente que tiembla, al igual que yo, con el más mínimo de los terremotos que sentimos estos días. Imaginé que mientras a mí me pasa por el puro y simple hecho de haber sido siempre de naturaleza cagueta y cobardica, lo que a esa persona le sucedía era diferente y que tenía que ver con los informes de la Agencia Meteorológica Nacional que ha publicado la prensa estos días anunciando que tras el seísmo que sufrimos hace un mes han aumentado las probabilidades de que se produzca definitivamente el que vienen vaticinando desde hace por lo menos cuarenta años, el Gran Terremoto de Tokai, que destrozaría Tokio.

De predicción de terremotos no tengo ni idea -ni de casi nada, como le pasa a todo el mundo- así que hace años hice lo que os parecerá más sensato: le pregunté al experto. Desde entonces ni he leído ni escuchado ninguna nueva información que me haya hecho cambiar de idea, así que le respondí más o menos eso al remitente del e-mail y como me dice que se ha quedado más tranquilo me pareció que que romper el voto de silencio que hice ayer serviría quizá para que alguno de mis lectores se relaje un poco (o en su defecto, que me haga ver con proposiciones nuevas lo irresponsable y errado que voy).

Pensando en escribir esto me vino a la cabeza una historia que creo que define un rasgo muy tradicional del carácter japonés. Cuando los aliados comenzaron a ser capaces de bombardear las ciudades del propio archipiélago los jerifaltes del régimen intentaron tranquilizar a la población fundamentalmente con una frase: No pasa nada; esto desde el principio estaba previsto.

Si los galos de Astérix temían más que a un nublado que el cielo se les viniera encima, a los nacionales de esta tierra lo que les pone al borde del colapso es que cualquier contingencia horrorosa no haya sido prevista, vaya, que no venga en el manual de instrucciones. Así que, ante la duda, lo más seguro es avisar siempre de lo peor. ¿Quién se va a acordar luego de lo que dijiste si al final no pasa nada?

¿Son unos ineptos los expertos en sismología del instituto gubernamental? Ni mucho menos; seguramente no los habrá mejores en el mundo; pero no sé por qué me da que les sucede un poco lo mismo que a nosotros los lingüistas (y a meteorólogos, economistas, sociólogos...) eso que tan gráficamente explicaba mi maestra Carmen Pensado cuando hablaba del cambio fonológico: Podemos decir: "si llueve, aquí habrá una gotera". El problema es que no sabemos cómo predecir si va a llover...



lunes, 25 de abril de 2011

"Todo lo que se puede se quiere"

Cierta persona por la que conservo un cariño especial -a pesar de los muchos años que no la veo- y yo representábamos con nuestro grupo de aficionados una obra de teatro: su papel era el de una marquesa y el mío, de un cura; no hará falta añadir que yo lo bordaba (pero, como hay mucho incrédulo por el mundo, lo añado). Cuando a ella le tocaba decir una frase, muchas veces se confundía y soltaba la contraria: "Todo lo que se puede, se quiere".

Hace unos días mi amiga me la recordó y yo le respondí que pensaba que precisamente esa frase y no la que aparecía en el guion era con mucho más sabia. En fin, que todo esto viene porque me ha dado por pensar que hay cosas que he podido hacer en estos últimos años y que se han quedado en el camino que va de la intención a la realidad sólo por no querer hacerlas, o sea, sencillamente por pura vaguería.

Y nada, ese es el motivo y no otro por el que el ritmo de los artículos de este blog ha bajado repentinamente: porque estoy embarcado a tiempo completo en asuntos que debería haber rematado hace ya demasiado y que ahora precisamente -yo soy así- siento urgencia por finiquitar.

Lo de arriba no quiere decir que abandone este espacio en absoluto; pero por un tiempo -meses, quizá algún año- lo podré frecuentar mucho menos asiduamente.

Me tendréis, con todo, en el Twitter del margen del blog: ciento cuarenta letrillas -creo que son- se avían en medio credo...



jueves, 14 de abril de 2011

Pero mira que soy vago...

Decía un profe mío de mis tiempos de la facultad que una de las cosas más tristes que sucedían en esta profesión era que nosotros, los docentes, cada año cumplíamos uno más mientras que los estudiantes sentados frente a nosotros siempre tenían los mismos. A lo mejor es que soy un inconsciente -cosa que seguramente mis doctos lectores ya la tienen asumida- pero para mí precisamente ese es el atractivo principal del negocio en el que estoy embarcado.

Esta mañana tenía clase a las once de la mañana. Me desperté a las seis con un humor de perros. Apagué el despertador y me volví a dormir hasta las ocho. No tenía ganas de levantarme, de desayunar, de vivir. Si no hubiera sido por la puñetera clase me habría quedado todo el día metido en el futón vegetando. Hice de tripas corazón, me tomé medio vaso de leche de soja y me fui pal tajo.

Mientras pedaleaba la mañana era gloriosa; el cielo, azul intenso (en la primavera de Japón esto raramente sucede); los cerezos, en flor; la carretera, alfombrada con los pétalos que la lluvia de ayer por la noche había esparcido. Al fondo, inmensa, majestuosa, imponente, -poned el adjetivo más rimbombante que os dé la gana- la silueta brillante del monte Fuji.

Dejé la bicicleta al lado del edificio catorce donde tenía mis clases, me metí en el aula y el verla llena de veinteañeras sonrientes, de mozos tan bizarros y llenos de energía, tras ese paseo en bicicleta ¿cómo me iba a permitir el desperdicio de seguir todo el día hecho una piltrafa?

Tuve tres clases (cada una de hora y media, añadiré para los no iniciados). Las tres eran de principiantes y en estas siempre hago lo mismo: me pongo a explicar durante diez minutos el temario a toda mecha en español fingiendo que no sé ni una palabra de japonés y me lo paso pipa -no lo puedo evitar, lo siento- viendo cómo mis chavales van poniendo cara de "¿Y vamos a tener que aguantar un curso entero así?" Cuando ya la expresión de los muchachos es un poema, suelto en japonés: ¿A que este idioma suena bonito? Y todos se echan a reír.

Qué más decir. Como en todos los curros hay días que daría lo que fuera por no tener que ir a clase, pero no puedo imaginar un trabajo en el que yo, personalmente, pudiera disfrutar más. Bueno, para todo hay matices; como digo siempre, el Papa -el de Roma- tiene a su entera disposición toda la Biblioteca Vaticana. Eso no es moco de pavo, chacho. Quizá, si me ofrecieran la plaza, hasta me lo pensaba...




miércoles, 13 de abril de 2011

Empezó el curso

Comenzaron las clases de nuevo. Como todavía parece ser que hay cortes de suministro eléctrico en las compañías ferroviarias, en las universidades de nuestra región de Kanto se suspendieron las ceremonias de graduación y de ingreso.

El inicio del curso ha sido igual que el de cualquier otro año. El mismo número de estudiantes, el mismo número de profesores. Hay una pequeña diferencia, no obstante: en los pasillos, para ahorrar electricidad, una de cada dos filas de fluorescentes está apagada. Lo mismo pasa en muchos otros lugares públicos, como los supermercados.

En fin, que la vida sigue.



domingo, 3 de abril de 2011

Otro día hablaré de los cerezos

Siempre he admirado a esos articulistas de periódico que publican cada día una columna diferente, original, con temas que un año y otro y otro no repiten. Si hay proezas humanas, esa me parece una de ellas.

Cuando escribo cuatro o cinco días seguidos en este blog al sexto me da la impresión de que, como opinaba el venerable padre Benedicto en su Regla, más guapo estoy calladito.

Por eso estos días últimos los he dejado pasar dando descanso a mis amables lectores, todos amigos, y ahora les pongo al día de mis actividades cotidianas. He ido entreverando la lectura del Quijote que me compré en la librería Kinokuniya de Umeda -por cuatro perras, como dije- con la escucha del mismo libro grabado por los amables voluntarios de Librivox, quienes, por cierto, tienen prometido terminar un día de estos las Novelas Ejemplares. Para no perder forma, he salido a pasear por el parque. Ayer fui con mi hijo a Crayonhouse, la sucursal de la librería infantil tan estupenda que hay en Omotesando, en Tokio. Y eso es todo.

Los cerezos sakura están ya florecidos. Pero de eso no quiero hablar: otro día, con más tiempo, explicaré por qué cuando me parecen de verdad gloriosos es en su esplendor otoñal.



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