domingo, 21 de junio de 2009

Leyendo Lolita en Teheran


Que yo sepa, hay dos gallardas palabras en nuestro idioma que tienen su origen en la lengua persa: jaque, el lance del juego del ajedrez (de shah, o sea, "rey"), y azul. De estas dos palabras me acuerdo siempre cuando veo alguna noticia de ese país del Asia. Bueno, de esas dos palabras y del profesor Fallah, un erudito epidemiólogo con el que trabé amistad hará unos doce años.

Este médico iraní era una persona de una educación y unos modos exquisitos: amable, generoso, siempre alegre. Nos contaba que lo que más echaba de menos de su estancia en Japón era la compañía de su hijo pequeño al que generalmente atendía él porque su mujer estaba en estos años demasiado ocupada con su propia tesis de doctorado.

En el momento de despedirnos le pedí su dirección en Irán. Fue la única vez que noté una cierta tensión entre nosotros. Cuando años después encontré en mi librería de lance preferida un ejemplar a precio irrisorio de Reading Lolita in Tehran lo comprendí: recibir correspondencia de gente extranjera no estaba bien visto, ni tan siquiera entre los intelectuales.

Al día siguiente de marchar él me llevé una pequeña sorpresa: en una estantería de la residencia, donde abandonábamos nuestros libros ya leídos para que los otros hicieran uso de ellos, apareció uno misterioso en farsi: era la Biblia. Según parecía había sido su lectura nocturna los seis meses que pasó entre nosotros. Conservo el libro entre los míos como un memento de aquella breve pero, para mí por lo menos, hermosa amistad.

Me pregunto qué hará en toda la turbamulta el profesor Fallah. Esté donde esté, hoy quiero enviarle, aunque sea con el pensamiento solo, mi más cariñoso recuerdo.




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