martes, 30 de octubre de 2007

Beatus Ille

El domingo pasado la iglesia católica beatificó a varios centenares de mártires de la Guerra civil española. Informaré a los pocos que no lo sepan que soy un gran aficionado a la hagiografía: años atrás lo primero que hacía al despertarme era tomar el santoral de Sellner y leer el relato de la vida del bienaventurado al que se dedicaba la fecha. Los hay de todo tipo: divertidos, sorprendentes, surrealistas incluso. Mi preferido es aquel del joven noble que, obligado a casarse contra su voluntad, la noche de bodas, un instante antes de consumar el matrimonio mira a su desposada y le dice: "Oye, ¿qué te parece si en lugar de pecar nos encomendamos a san José?". Siento mucho no acordarme del nombre de ese benemérito caballero, pero prometo buscarlo e incluir su referencia.

Existen patrones de, contra y a favor de cualquier cosa: yo soy parcial de san Simón y san Judas (contra las malas mujeres viriles, [¡líbranos señor!]) y de santa Ágata (contra las heridas del recto [otro tanto de lo mismo] ), aunque también guarde devoción a santa Notburga (del reposo laboral), Conrado (contra el trabajo duro [es posible que, por desgracia, se trate de un error del pobre Sellner]), san José Copertino (de los astronautas y los célibes), santa Bibiana (de los bebedores [único vicio que para la iglesia católica merece santo]), san Porciano (de los enfermizos, entre los que afortunadamente me encuentro), santa Clara de la Cruz (de los patizambos, a los que, también por suerte, creo no pertenecer).

Es posible que mi afición por el santoral venga favorecida por los cuatro patrones que me acompañan y protegen en mis correrías por el mundo: Santiago, el Menor; San Jorge de Capadocia; San Martín de Tours y San Cipriano de Antioquía: dos alquimistas (san Jorge no es sino uno muy bien disimulado), un aficionado a los libros (Santiago, hijo de Alfeo) y un cuarto del que no hace falta dar referencias. Con todo, y a decir verdad, lo que más me agrada del lote con el que voy por la vida es el que, de cuatro, sólo uno es mártir probado (el santo de Capadocia tiene todas las papeletas para ser apócrifo). Y digo todo esto porque, si algo no puedo soportar, -pido disculpas a quien se sienta ofendido- son las historias de martirios.

Sé que me tengo que explicar. Asesinatos por causas de conciencia siempre han existido y qué duda cabe de que los primeros cristianos los sufrieron: es lógico que la Iglesia posterior reivindique su martirio y hasta que lo ensalce. Pero -lo siento mucho- esas efusiones continuas de sangre, huesos crujientes y carnes humeantes me parecen excesivamente irreales y su relato cercano al morbo más cutre. No afirmo que sean todas ellas producto de la imaginación de los apologetas, -de cualquier modo nunca se podrá comprobar a ciencia cierta- pero pienso lo mismo que un cura joven con el que tuve una conversación muy interesante acerca del sacramento de la penitencia: "Mira, si una feligresa viene y confiesa que ha pecado contra el sexto, le pregunto cuántas veces y basta. No hace falta que me dé más detalles." Pues eso.

Me parece muy, pero que muy bien, el que la Iglesia organice todas estas ceremonias de masas en Roma: para eso está y para eso ha estado siempre. Personalmente pienso como los modernistas: el mayor atractivo del mundo católico es el rito. Sin él toda la cristiandad se vería ahora luterana. He leído, por ejemplo, que se les critica por no haber reconocido también como mártires a las víctimas a manos del bando nacional. Es su elección dentro de su ámbito y, como cualquier otra no impuesta al resto de la ciudadanía, respetable. Claro está que los miembros del Real Madrid son libres de dar la medalla de oro y diamantes del club a quien les venga en gana, y que los socios del Atlético, por ejemplo, nunca irán a meter la cuchara en asuntos internos del equipo merengue.

En resumen, las cosas de la Iglesia católica son problema de sus miembros, y nadie más que ellos tiene derecho a criticar sus actividades de puertas para dentro. Punto. Eso sí, nunca hay que olvidar que la recíproca también cuenta: yo, como persona ajena, no tolero que ningún directivo de ese club privado vaticano -ningún obispo, vaya- se venga a meter en mi conciencia, la evolución política de mi país, la moral de mi sociedad o mi comportamiento de alcoba, faltaría más. Iré más lejos: a estas alturas de la historia, una asociación civil que practica en su seno discriminación reconocida contra mujeres y homosexuales, por ejemplo, carece de estatura ética para dictar lecciones de civismo. Esta realidad se debería recordar machaconamente tras cualquiera de las diatribas sociales que emite periódicamente la Conferencia episcopal española.

3 comentarios:

  1. Del mismo modo que tú tienes derecho a dar tu opinión también lo tiene la Iglesia. Ellos nunca han puesto una pistola en el pecho de nadie obligando a hacer nada.


    Roberto Prada

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  2. No necesitaban de la pistola: tenían métodos más sofisticados y convincentes como el potro y la hoguera.

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  3. Lo de la discriminación por razones de sexo seguramente no está muy bien, pero lo cierto es que al menos no van por ahí negándola. Sin embargo, desde ese Gobierno que va presumiendo de "Laico", hay cosas que sólo se pueden entender como actos de fe muy superiores a los exigidos por la Iglesia Católica. Y fíjate, sin ir más lejos, en la "lucha contra la discriminación por razón de sexo" de la que tanto presumen: la actual Vicepresidenta, tan feminista ella, fue la artífice de aquella "muerte civil" con la que se fulminaba a aquellos que se negaban a hacer aquel servicio militar "sólo para varones". Y ahora mismo, con la vigente "Ley de VIolencia de Género", hombres y mujeres tienen derechos penales distintos. Y todo esto, por cierto, con la bendición del Tribunal Constitucional.

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