El lunes pasado, gracias a la sección de Relaciones Internacionales, a la que una vez por semana presto mis magros servicios, gocé de una inesperada tarde libre. Resulta que cuando intenté entrar en mi aula la encontré a cal y canto. Me iba a acercar a la oficina cuando topéme con cuatro de mis estudiantes que regresaban precisamente de allí. El número total en esta clase son siete: seis humanos y una tele; como en el campus de Sapporo no hay profe del spanish pues me toca a mí el ilustrar a nuestra única alumna hokkaideña por vía satélite. La cosa no está tan mal, sólo que da mucho frío verla tan arropada y con esos colores de cara producto inequívoco de los vientos polares del norte del país. En fin, que no sé sabía por qué, pero los de la sección de la cosa internacional, sin avisarnos ni nada, decidieron en su infinita sabiduría que el curso se había terminado, que muchas gracias y que hasta el año que viene.
Yo, por si acaso cambiaban de opinión, no pregunté nada, me marché junto a mis muchachos, y con toda la tarde libre por delante decidí darme un paseíto por la parte de la estación -vete a saber el motivo, porque allí no hay demasiado que rascar. A mitad del camino vi una cafetería nueva y me metí para dentro. La decoración no estaba mal: reproducciones de revólveres del oeste, fotos de John Wayne y en un rincón, bajo un cartelito que rezaba "Jesus Saves", una colección de biblias y libros piadosos. Pedí el café del día: excelente. Para colmo de dichas en todo el local se prohibía el uso del tabaco. El que una persona fume a mi lado no me molesta en absoluto, pero sí el olor a humazo estancado que muchas veces se disfruta incluso en los mejores garitos cafeteros de Tokio.
Llevaba medio minutito gozando de mi "Guatemala Blend" cuando entró por la puerta una mozuelilla, rubia, ojos azules, vaqueros ajustados, en fin...
Saluda al camarero, me mira y pregunta:
- ¿Hablas inglés?
- Un poco.
- ¿Qué haces por aquí?
- Nada, tomándome un café. Acomódate si quieres.
Se sentó en mi mesa. Sobraron diez minutos para que me contara lo fundamental: estudiaba teología en la Universidad del Estado de Kansas, y este año lo estaba pasando de intercambio en la Central de Budapest. Durante las vacaciones de Navidad había decidido visitar a unos "amigos cristianos" -los dueños de la cafetería- y eso era todo. Pasamos un buen rato comentando sobre la Biblia (uno de los pocos temas que realmente me apasionan desde que tengo uso de razón), sobre literatura europea, su tierra americana, Asia.
- Bueno -dije yo- ya que eres estudiante de una tradición religiosa de Occidente, no te vendría mal el conocer alguna de Japón. ¿Por qué no vas por la mañana a Kamakura y tomas parte en alguna práctica Zen? Una experiencia interesante, ¿no?
Mi contertulia arrugó medio milímetro su morrito adolescente.
- Sí, verás: creo que sería capaz de pasear por el patio, por fuera del templo; pero no me veo con fuerzas para entrar en el interior.
- ¿Por qué? -Pregunté algo asombrado.
- Ya sabes: todo lleno de ídolos y tal.
Durante unos instantes no supe qué responder. Continué.
- Claro. En fin, bien pensado, quizá sea lo mejor. Así no tienes que participar en ningún funeral. Seguramente te resultaría algo desagradable.
- Desagradable, ¿por qué?
- Por las cenizas, y eso.
- No, no creo que me impresionara el ver las cenizas del muerto...
- No me has entendido; no me refiero a ver las cenizas del muerto, sino a esnifarlas.
- ¿Esnifarlas?
- ¿No lo sabías? Es costumbre entre todos los asistentes a los funerales del budismo Zen el esnifar las cenizas del finado. No sólo los deudos y los amigos del difunto, también los monjes del templo e incluso los visitantes esporádicos. Negarse se considera una muestra de la más terrible incivilidad.
- ¿De verdad? -Sus ojos eran ya dos platitos de café en cuyo centro aparecía una hermosa muesca azul intenso.
- Si, claro, ¿tú crees que lo que hizo Keith Richard con su padre se lo inventó él solito? No, sencillamente repitió una inmemorial tradición del Oriente. Pero bueno, no hay problema, antes de pasar la bandeja con las rayitas se ha procedido a una limpieza química de los restos (en un laboratorio que hay instalado en el mismo templo) y se han retirado todos los materiales peligrosos: kadmio, tugsteno, el mercurio o el aluminio de los dientes e implantes, el radio o el estroncio que pudieran contener los huesos... Dicen que incluso es bastante saludable para los que toman parte: calcio, magnesio, fósforo... minerales importantes para nuestro organismo. Algunos médicos hasta lo recomiendan a sus enfermos, especialmente a las menopáusicas, las embarazadas, los anémicos. Hay quien se lleva a la ceremonia su bolsita -su doggy bag- y así tiene la seguridad de contar con reservas suficientes hasta el próximo funeral. He oído que existen incluso expertos catadores que, como sucede con el vino, pueden determinarte con mucha precisión añadas, orígenes, hábitos alimenticios y hasta patologías del finado. Obviamente, y al contrario de lo que cuenta Richard que hizo él mismo, nunca se añade cocaína ni ningún otro producto estupefaciente a las cenizas: todo es procedente del difunto, natural cien por cien.
- Ah, bueno, si es así, entonces la cosa cambia... supongo...
Desde luego que haberlas, hailas para todos los gustos. A las tradiciones me refiero. Ahora que yo, de quedarme con alguna, escojo la de la cabra arrojada desde la torre del campanario de Manganeses de la Polvorosa. Aunque apenas tenga cuatro años de vigencia. Pero es que tiene tanto valor simbólico...
ResponderEliminarBueno, la tradición de la que hablo tampoco creas que es muy antigua: como fue el lunes cuando me la inventé para beneficio de la mozuela americana, acaba de cumplir exactamente cuatro días. Sentí que una persona que se empeñaba en convertir las inocentes imágenes del budismo en ídolos diabólicos bien merecía una historia que le confirmara en su visión maniquea del mundo. Cuando veo que los medios de comunicación de nuestra tierra presentan las noticias de Japón bajo una perspectiva distorsionada, de exotismo barato, siento que sería más honesto el basar ese afán de epatar al personal en historias totalmente inventadas.
ResponderEliminarEsta necesidad de crear tradiciones apócrifas me nació hace una década, cierto día en el que precisamente iba de cicerone en Kamakura de una parejita canadiense. Cuando me preguntaban "¿Qué significa esta roca?" Les respondía con absoluta cara de palo: "Es la famosa piedra con la que se suicidó a base de horrendos calabazones el quinto shogún Tokugawa, Chichiyoshi. Tocarla da buena fortuna." Al final del día pensaba contarles la verdad, pero los vi tan felices que no tuve corazón para aguarles la fiesta.
Tú, Paco, pensarás lo que quieras, pero en el fondo estoy convencido de que estas ideas tan perversas no me habrían venido a la mollera de no haber leído los relatos de Roal Dahl que hace ya casi veinte años me recomendaste tú mismo con gran entusiasmo...