Esta mañana me desperté remolón; el catarro era mínimo ya, pero se estaba tan bien entre los futones que decidí quedarme un rato y escuchar otro capitulillo del Quijote.
Después de la hora de la comida, me levanté, me duché (llevaba no sé cuántos días sin hacerlo) y me fui a la calle con mi mujer y mi hijo porque hacía una tarde espléndida.
Nos compramos unos bollitos en una panadería estupenda que hay por aquí cerca, nos los comimos en el parque y mientras mi señora hacía llamadas a sus amigas de Kanto, nosotros jugábamos a esto y a lo otro. Mi hijo es un crío enormemente activo que se sube a los árboles como un mono. Yo, cuando era como él, en las horas de los recreos, me quedaba en una sala jugando al ajedrez. Así que me resulta dificilísimo estar a la altura de su energía y acabo agotado.
Fui padre exactamente al poco de cumplir cuarenta años. Una de las pocas cosas de las que me arrepiento en mi vida es de no haberlo sido antes y poder disfrutar con más energía eso tan maravilloso que es ser padre. En fin, más vale tarde que nunca, claro.
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Vaya partiditas que echábamos de ajedrez en el Círuclo mercantil!!qué tiempos ,SAntiaguino!!
ResponderEliminarSanti, no nos engañes o te engañes, no le hubieras seguido el ritmo ni con 18 años. Tú mismo dices que tus aficiones a su edad eran otras.
ResponderEliminarLas partidas, Nacho, que te echabas tú. Yo nunca llegué a comprender ni la Siciliana ni ninguna de esas zarandajas que iban por los peones de los lados. De todas maneras no desespero que cuando seamos jubiletas me las expliques, en el Círculo Mercantil, el Casino o hasta el Centro Extremeño.
ResponderEliminarRafa: Tienes razón. Yo no hubiera seguido a mi hijo ni cuando tenía siete años. Bueno, no yo solo: ningún crío de su clase lo puede seguir, a decir verdad... Como él mismo dice, es un mono con todas las de la ley. Según dicen los entendidos, en la cosa genética ha salido a su madre.