¡Estoy rodeado! En mi habitación todo son cajas; cajas... de libros, y nada más. La mudanza no vendrá hasta dentro de quince días, pero, como siempre repito, esto es el Japón...
Mi legítima me visita a media mañana, me pilla abismado en la prosa de Kawabata (estoy leyendo Yukiguni, El país de la nieve) y tajantemente me informa de que hay que comenzar a meter libros en los cartones; que enseguida llega abril, que el niño tendrá su vacación de primavera y que, para propina, el tiempo vuela. Con un suspiro he abandonado la tersa sintaxis del maestro de Kamakura, me he puesto a la labor y, después de unas seis horas de trabajos forzados, las estanterías han quedado casi vacías: se han salvado de la quema los cuatro libros que siempre releo -que son de verdad los que necesito- y los que tengo prestados de la biblio. Mientras estaba en el asunto me he ido dando cuenta del montón de basura impresa que he acumulado en estos dos años largos que llevamos viviendo en el apartamento que ahora abandonamos. Me parece que una buena parte de ella, en cuanto lleguemos a la nueva casa, va a ir para fuera. Es más: he hecho propósito de no comprar otros mamotretos que los imprescindibles. En realidad a estas alturas casi sólo leo clásicos, y ésos, todos andan ya por internet. Lo que me está apeteciendo es aprender encuadernación y entonces urdir primorosas ediciones, de un solo ejemplar, de Horacio, Sófocles, una antología de la literatura islandesa medieval...
Ayer descubrí -no tenía ni idea- que la mayor parte de la música que merece el nombre está ya en una página llamada Mutopia y casi me da un soponcio de placer. Precisamente poco antes me había venido una resolución misteriosa de, en la nueva casa, volver al piano. Mi primer pensamiento fue intentar, por enésima vez, 4' 33"; pero casi al instante cambié de opinión: me da que todavía estoy demasiado verde para algo tan profundo, tan difícil y complejo... Entonces me fui a la estantería, abrí el Clavierbüchlein der Anna Magdalena Bach y lo estuve hojeando; me vino la idea de trabajarme los minuetos que ya ensayé hará unos cinco años, pero al final me he decidido por el aria con la que dan principio las Variaciones Goldberg. Entonces, yendo al ordenador, es cuando me he topado con la página de la que hablo; pura maravilla: ¡pero si hasta se incluyen ficheros de audio! Después busqué en el Youtube. Pues nunca lo hubiera hecho; me salió al paso, de primeras, la interpretación de Barenboim. ¡Cȯmo se puede ser tan hijo de tu madre! ¡Cómo se puede tocar de esta manera!, ¡con tal gracia!, ¡con ese aplomo!, ¡con tanto estilo!, ¡con esa sencillez, a la vez tan profunda! Ahí me quedé y, por si acaso, para no deprimirme irreparablemente, olvidé más búsquedas; porque dicen que cuando era todavía un imberbe acababa de forma soberbia cualquier pieza y, todo desparpajo, solía soltar: "Ahora voy a interpretarla, pero de otra manera." Y lo hacía, también como un maestro, pero con una perspectiva radicalmente diferente a la de la anterior. En fin, que me pasé una hora sobre el computer con el puñetero Barenboim (perdón, Danielín), pero de atreverme a ir para el teclado, nada. Ann Holden-Moses, dulce y -para mí al menos- extraordinaria pintora americana, siempre me cuenta que ella pasa más tiempo pensando en un rincón que dándole la murga a los pinceles; y que eso, el comerse el coco, el admirar y aprender de la obra ajena, es lo que construye de verdad al artista. Bueno, será que ya estoy en el buen camino, porque admiraciones, es que ¡¡¡me sobran!!!
Mi legítima me visita a media mañana, me pilla abismado en la prosa de Kawabata (estoy leyendo Yukiguni, El país de la nieve) y tajantemente me informa de que hay que comenzar a meter libros en los cartones; que enseguida llega abril, que el niño tendrá su vacación de primavera y que, para propina, el tiempo vuela. Con un suspiro he abandonado la tersa sintaxis del maestro de Kamakura, me he puesto a la labor y, después de unas seis horas de trabajos forzados, las estanterías han quedado casi vacías: se han salvado de la quema los cuatro libros que siempre releo -que son de verdad los que necesito- y los que tengo prestados de la biblio. Mientras estaba en el asunto me he ido dando cuenta del montón de basura impresa que he acumulado en estos dos años largos que llevamos viviendo en el apartamento que ahora abandonamos. Me parece que una buena parte de ella, en cuanto lleguemos a la nueva casa, va a ir para fuera. Es más: he hecho propósito de no comprar otros mamotretos que los imprescindibles. En realidad a estas alturas casi sólo leo clásicos, y ésos, todos andan ya por internet. Lo que me está apeteciendo es aprender encuadernación y entonces urdir primorosas ediciones, de un solo ejemplar, de Horacio, Sófocles, una antología de la literatura islandesa medieval...
Ayer descubrí -no tenía ni idea- que la mayor parte de la música que merece el nombre está ya en una página llamada Mutopia y casi me da un soponcio de placer. Precisamente poco antes me había venido una resolución misteriosa de, en la nueva casa, volver al piano. Mi primer pensamiento fue intentar, por enésima vez, 4' 33"; pero casi al instante cambié de opinión: me da que todavía estoy demasiado verde para algo tan profundo, tan difícil y complejo... Entonces me fui a la estantería, abrí el Clavierbüchlein der Anna Magdalena Bach y lo estuve hojeando; me vino la idea de trabajarme los minuetos que ya ensayé hará unos cinco años, pero al final me he decidido por el aria con la que dan principio las Variaciones Goldberg. Entonces, yendo al ordenador, es cuando me he topado con la página de la que hablo; pura maravilla: ¡pero si hasta se incluyen ficheros de audio! Después busqué en el Youtube. Pues nunca lo hubiera hecho; me salió al paso, de primeras, la interpretación de Barenboim. ¡Cȯmo se puede ser tan hijo de tu madre! ¡Cómo se puede tocar de esta manera!, ¡con tal gracia!, ¡con ese aplomo!, ¡con tanto estilo!, ¡con esa sencillez, a la vez tan profunda! Ahí me quedé y, por si acaso, para no deprimirme irreparablemente, olvidé más búsquedas; porque dicen que cuando era todavía un imberbe acababa de forma soberbia cualquier pieza y, todo desparpajo, solía soltar: "Ahora voy a interpretarla, pero de otra manera." Y lo hacía, también como un maestro, pero con una perspectiva radicalmente diferente a la de la anterior. En fin, que me pasé una hora sobre el computer con el puñetero Barenboim (perdón, Danielín), pero de atreverme a ir para el teclado, nada. Ann Holden-Moses, dulce y -para mí al menos- extraordinaria pintora americana, siempre me cuenta que ella pasa más tiempo pensando en un rincón que dándole la murga a los pinceles; y que eso, el comerse el coco, el admirar y aprender de la obra ajena, es lo que construye de verdad al artista. Bueno, será que ya estoy en el buen camino, porque admiraciones, es que ¡¡¡me sobran!!!
* 4' 33" en Wikipedia.
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