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miércoles, 9 de junio de 2010

Personas y no máquinas

Decía Ortega que seríamos unos insensatos si no dedicáramos nuestros más serios pensamientos a las cosas más banales. ¿Lo es el fútbol? Para la compañera que está convencida de que si ganamos doblaremos estudiantes, no. Para muchos otros, tampoco: durante el Mundial del 94 convivía en una residencia con investigadores brasileños y argentinos, ingenieros, gente seria, responsable. Llegó la Copa del Mundo: se levantaban a las cuatro de la madrugada, revestidos de amarillo o azul celeste vociferaban, con banderas y estandartes, ante la pantalla de la tele y pasmoso -para mí- era su pasmo porque yo pudiera soportar estar dormido durante los partidos de España...

Regresaba a Madrid. Tomamos tierra y, simultáneamente, terminaban los cuartos: Dinamarca-España. El grupito de hombres de negocios que me acompañaban en bussines salió lanzado hacia la terminal. El primero avistó en la lejanía al guardia del control: "¡¡Cómo hemos quedao!!" "¡¡Naaa, hemos perdío!!" En el picoleto se veía la triste imagen del hundimiento humano. "¿Ustés, de dónde vienen?" "De Tokio." "Pos pasen." Tras tanta tragedia, ¿cómo iba a comprobar los pasaportes? Era una persona, no una máquina...


jueves, 11 de octubre de 2007

Memoria histórica, pero con fundamento


Tucídides calificó su Historia de la Guerra del Peloponeso como ktéma eis aeí, "una adquisición para siempre". De la sabiduría de los grandes escritores de la Antigüedad aprendimos que el pasado de un pueblo es, sin duda, su más preciado patrimonio. Es por eso por lo que todo español de bien se congratulará de que la "Ley de la Memoria Histórica" salga finalmente de su limbo, y, en consecuencia, rechazará rotundamente las dos críticas principales que desde la oposición a esta norma se han venido fabricando.

No es cierto que existan urgencias más perentorias que, a día de hoy, enfrente España: la casi imposibilidad por parte de las nuevas generaciones de acceso a la vivienda digna, a trabajo estable, a una vida muelle en definitiva, no son sino minucia despreciable que preocupa a minorías oscuras, grupúsculos anarquistoides que con masa de hedonismo modelan becerros de oro. La única y verdadera tragedia nacional habría de ser el olvido permanente de nuestras propias y castizas raigambres.

Se trata también de un argumento falaz aquel que asegura que "una nación es futuro. Los traumas de la Guerra Civil quedaron ya cancelados gracias a la sabiduría de los altos varones que llevaron por buen rumbo la Transición a la Democracia". Pues Ortega -para qué ir más lejos- nos recuerda con certeza que "El hoy de la historia no es sino el ayer actualizado". Ningún pasado, ni siquiera el más remoto, es ajeno al presente de la Patria bienamada.

Hay que felicitar al Gobierno y a los grupos que le apoyan por su valentía; pero también hay que razonar responsablemente acerca de que esta iniciativa habrá de verse, de forma necesaria, ampliada y completa a lo largo de la próxima legislatura. Y es que, por terrible que se considere, el Franquismo, mirado con auténtica perspectiva histórica, no fue, ni mucho menos, la época más oscura de nuestra larga singladura nacional. Bien está que se denuncien sus atrocidades, pero ¿No merece algún respeto toda aquella generación perdida, masacrada, en la Guerra de África por mor de idea imperial descabellada; o las víctimas de las sangrientas Guerras Carlistas, de la vergonzosa dictadura de Fernando VII, la Invasión Napoleónica, la Guerra de Sucesión, la de las Comunidades o, más terrible aún, la fratricida entre Pedro I y los Trastámara? Sin la repulsa oficial de estas barbaries la Memoria Histórica no se vería completa.

Señores Padres de la Patria, hagamos las cosas bien y comencemos la casa por sus cimientos, no por el tejado, como es gloriosa tradición hispana: sea prioridad en la legislatura venidera una "Ley de la Memoria Histórica contra el barbarismo imperialista romano". Nunca nuestro país sufrió una invasión tan atroz, una dictadura tan cruel y sanguinaria como durante el período que media entre las Guerras Púnicas y la final liberación del yugo extranjero, en el siglo V, gracias a las hordas salvadoras de bárbaros variados. Me tomo la libertad de apuntar algunos elementos fundamentales que sin duda debe recoger la ley si quiere hacer justicia a tan maño desmán:

1. Declaración rotunda e inequívoca por parte de las instituciones públicas (y privadas) de repulsa a la invasión romana y a la desculturización del mundo ibérico que ésta supuso.

2. Rehabilitación civil de los patriotas que, como Viriato, perecieron a manos del cruel invasor.

3. Desaparición de todo resto onomástico que pueda recordar tan negro período. Nombres como Mérida ("Emerita Augusta"), Zaragoza ("Caesaraugusta"), León ("Legio Septima Gemina") desaparecerán del mapa y estas gloriosas urbes recuperarán de una vez por todas sus prístinos nombres indígenas (sean los que fueren, que eso pues da igual).

4. El Derecho Romano y todas sus corrupciones posteriores serán declarados ilegales a perpetuidad.

5. Cualquier resto de arquitectura pública (o también privada, obviamente) que nos traiga la mínima memoria de ese oscuro período será demolido sin ningún remordimiento. Sobre las ruinas se hará pasar (tres veces) el arado y en el solar remanente se sembrarán cantidades viciosas de sal gorda.

6. El uso de cualquier lengua romance (o del vasco contemporáneo, corrupto de vergüenza con jerga latinera) se considerará imperialista y, por tanto, perseguido. El idioma ibérico, el celta peninsular y el proto-vasco serán declarados oficiales en sus ámbitos respectivos anteriores a la invasión.

Señores políticos: o somos, o no somos.

Salud y pesetas.

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