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martes, 20 de enero de 2009

Haiku gitano


髪塗らず
雨に守った
神かかれ


Kami nurazu
Ame ni mamotta
Kami ka kare?

Tan seco el pelo,
¿qué hado te guardó
del aguacero?


Who kept your hair dry
From storms, winds and thunders?
God was! (or was man?)


Hace un rato, mientras buscaba un haiku apropiado para traducir (y no lo encontraba), me vinieron a la memoria unos versos que oí recitar a Antonio Gala y que recuerdo así:

Dime por dónde te entraste
la noche del aguacero,
que no te mojaste el pelo.

Con este material se me antojó escribir un haiku y ahí arriba lo tenéis. Al contrario de como los había escrito hasta ahora, he comenzado por la versión castellana, después ha salido el japonés y finalmente, sin mucho esfuerzo (ni demasiada gracia, creo) el inglés. Las diferencias estilísticas y de contenido son suficientes para que su comparanza merezca detener la atención unos instantes, digo yo. Vosotros ya me diréis.





miércoles, 26 de marzo de 2008

Primavérica




Ayer me fui a Tokio y, entre unas cosas y otras, me di un palizón; no me acosté hasta las dos y hoy, tirado, amanecí a las once. Para entonces mi señora y mi heredero ya no andaban por casa y yo, aunque tengo algo de trabajo acumulado (preparación del nuevo curso, que empieza la semana que viene y eso) decidí tomármelo con calma. Desayuné, y, sintiendo de nuevo el agotamiento que me ataca en primavera, me volví al futón.

Del año la estación florida, por estas tierras, es que me destroza: el primero de vivir por aquí creí que padecía de cosa seria. Es que llegó el mes de mayo y, para andar medianamente fresco, tenía que dormir la mitad de la jornada. Pasaron los tiempos y comprendí que la cosa es natural, que también a los japoneses cuando llegan los calores les suceden tres cuartos de lo mismo. El cuerpo se me ha ido acostumbrando (no en vano ya llevo un tercio de mi vida por estas tierras); con todo, no hay que bajar la guardia. Por eso, cuando siento la modorra del inicio de primavera, hago como esta mañana y así voy conservando fuerzas. El secreto está en no dejarse llevar del todo por la pereza, porque entonces sí estás listo. Mañana haré mis estiramientos, me daré mi paseo, en fin, me agotaré lo suficiente para tonificar el organismo y, después, una buena ducha y una horita (no más) de sueño. Este tratamiento me viene de maravilla, me prepara para la auténtica ordalía climática: el tsuyu, o sea, la estación de las lluvias. Ahí, por el mes de junio, sí que no hay nada que hacer. La humedad continua, el calor pegajoso y constante, destruyen al más pintado. Cierto amigo me contó hace años que los japoneses gozan de una ventaja con respecto a nosotros: un menor número de glándulas sudoríparas por milímetro cuadrado de piel. En clima seco el organismo se regula segregando sudor copioso. En uno húmedo ese proceso es desfavorable. Pues bien, cuando llegan los calores tropicales, nosotros nos cocemos en nuestro propio caldo. A los japoneses que viven en Castilla les sucede lo contrario, o sea, que viene la canícula, faltos del proceso humidificador natural del que disfrutamos los nativos del país, sienten literalmente freírse la epidermis. Gracias al cielo, no hay mal que milenios dure: la esposa japonesa de un conocido que lleva ya casi dos décadas en Salamanca me cuenta que, cuando pasaron diez años, comenzó a sudar de repente y que ahora los agostos no se le hacen tan horribles. A mí me sucede ya lo inverso: el verano seco castellano me deja la piel hecha cuero de tambor, y el de las islas nipónicas lo tengo más llevadero.

Bueno, pues hoy me he pasado casi el santo día cual marmota. He vuelto a resucitar -de muy malos pelos, añado- a eso de las cuatro y, no queriendo amuermarme en casa, ni hacer diana de mi bilis negra a la gente que me rodea, me he marchado para Atsugi, donde me he tomado una cena enorme (me había saltado la comida), he probado el café de Nayotake, un garito muy agradable, he esperado a que escampara una tormenta aparatosísima que me ha pillado allí, me he dado un paseo y he vuelto para casa.

La primavera, en su punto: los cerezos sakura más madrugadores ya han florecido, y las cunetas de la línea del tren están de mil colores. Para remate, esta semana es precisamente la de las ceremonias de graduación: se ven por todas partes estudiantes trajeados y de hakama, la vestimenta tradicional con la que las chicas acudían a las clases hará ahora unos cien años y que en este siglo sólo la visten en una fecha, la última de su paso por la universidad. No lo puedo evitar: me dan una envidia enorme. Y a la vez melancolía y tristeza: la mayor parte de ellos se convertirán inmediatamente en lo que yo nunca he logrado ser: gente responsable, shakaijin, "personas de la sociedad", fulanitos integrados en el aparato del "sistema"; pagarán impuestos, pensiones sociales, seguros médicos... ¿Conocerán la felicidad? Menudo preguntón. Feliz aquel, que de pleitos alejado... ¿Será la primavera o me toca ya la edad esa de que hablaba Cortázar, del Jano bifronte que mira con anhelo a los jovencitos unirrostro? De verdad, cuando empecé esta entrada me había hecho el propósito de pasar de citas. Como dicen en la Biblia no sé dónde: es que no tengo enmienda...




lunes, 25 de febrero de 2008

雨の日 Ame no hi



雨の日に
心が乾く
君を待つ



Ame no hi ni
kokoro ga kawaku,
Kimi wo matsu.



Día de lluvia,
el alma siento enjuta
mientras te espero.



In a rainy day
I feel my soul getting dry
while waiting for you.


Bueno, ya he relatado en el anterior artículo en qué circustancias escribí esta madrugada aquel haiku. El que va ahora arriba, aunque más reciente de hechura, de origen es casi prehistórico. Hará unos cinco años, cuando me pasaba el día zurrándome a modo con la métrica castellana y no paraba de escribir sonetos y romances, me salió, entre unos y otros, cierta coplilla japonesa que decía:

Ame no hi, ame no hi,
kimochi yoi koto yatta
anata to tomo ni.


("Día de lluvia, día de lluvia,
cosa de gustito hicimos
los dos tan juntos")


Como se ve, contando las sílabas a la castellana cada verso resulta octosílabo. En japonés un poema compuesto por líneas de ocho, diez y siete caracteres hiragana -que es como se cuenta- no tiene ningún valor especial. Pero a mí (inevitablemente), me producía mucha gracia, sobre todo porque había sido el primero. Tanto que improvisé también una musiquilla ramplona para él (voz de bajo profundo con piano acompañante) que repetía machaconamente, hasta que mi dómina me mandó callar con el argumento de que a ella, como hablante nativa de la lengua nipona, cada vez que la escuchaba le rechinaban los oídos. En fin, que me hice cargo de sus sufrimientos estéticos y no volví a tararear el estribillo, sino en voz baja y estando bien seguro parapetado en el santuario de mi habitación.

Esta mañana, cuando he acabado el primer haiku, he pensado que sería buena idea el compensarle de sus sufrimientos antiguos y escribirle ahora otro poema que comenzara con las mismas palabras del odioso sonsonete, pero disfrutando de los beneficios de estructura y remate de la estrofa clásica. El original japonés me gusta mucho más que la traducción hispana: es que aquél goza de un nivel poético de ambigüedad con mucho superior al que la gramática romance le permite a éste. La necesidad de marcar el sujeto en el verbo (espero) dentro de nuestra lengua destruye mucho de su gracia.


Para que no quede nada sin decir en esta crónica de musas, referiré que el poema ha gustado mucho. Incluso, para mayor regocijo, afirma mi señora que de la matraca histórica aquella se ha olvidado por completo: El perdonar, de sabios; el olvidar, de dioses...

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