
Afp para El Mundo
El gran Paquito ha sido tan amable de hacerme la glosa. Pues no me ha quedado más remedio que enrojecer de envidia, porque así de graciosamente ha condensado todo mi pensamiento: "Zapatero va a dedicar sus desvelos a hacer que España sea más laica. Si cabe, diría yo.".
Qué habilidad la de la Sra. De la Vega y cia. para eludir ciertos enemigos (bifidilingüeros tetrabarrados nacidos de su propio seno, por ejemplo), y enfrentarse a otros, con mucho, más terribles: legiones de parias (los fumadores), de muertos (el bando Nacional) y, ahora, de una especie endémica: los curas. Las palabras de su discurso del otro día, traducidas al común, suenan así: "Se les va a acabar el cuento: que paguen los devotos." Pues se morirán de hambre y al final será lo mismo, porque habrá que subvencionarles o por parados o por indigentes. Mi bisabuela gozó de las mieles de veintidós embarazos porque era incapaz de desobedecer los mandados de la Iglesia. A las españolas de hoy les sucedería lo mismo, claro, sólo que, por cosa del estroncio y el berilio a mayores de la atmosfera, su fertilidad ha disminuido tanto que casi las hace baldías. Pero si lo sabe tol mundo.
Me levanto a las seis de la mañana y, como todos los días, doy un paseo por el río. Cual conviene a su naturaleza lacedemónica, ya están los muchachos de la sección de judo en un primer entrenamiento. Vuelvo a casa con propósito de relatar la terrorífica aventura de cuando los cien kilos de divina humanidad de nuestra campeona olímpica estuvieron a punto de venírseme encima y entonces cometo la insensatez de mirar El País.
Según nuestra rozagante vice-presidenta, una de las prioridades de la legislatura neonata -si en su boletín oficioso aparece de pole position, la fundamental, imagino- será "El avance en la laicidad del Estado". ¿Cuándo estos muchachos acabarán por asimilar de una santa vez que la Transición terminó hace muchos años? A ellos, ahora, lo que les corresponde es gobernar, gestionar sin aspavientos épicos un país normalito, vulgar y corriente, de ésos en los que lo básico es preocuparse del sistema de pensiones, de la enseñanza, la sanidad pública, la red viaria, en fin, todas estas minucias fundamentales que, parece, no están entre las prioridades del nuevo gabinete.
Es obvio: durante los cuatro años, con mesura y discreción, habrá que presentar leyes que continúen el espinoso e histórico serial que protagonizan la Iglesia y el Estado. Querer convertir esta labor callada en estandarte de guerra de una larga legislatura nos habla -siendo benévolos- de cortina de humo para una peligrosa falta de ideas y -no siéndolo- de la más frívola irresponsabilidad que de un político (perdón: política o político) pudiérase esperar.