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martes, 13 de julio de 2010

La música callada


Decía el Arcipreste que él había nacido bajo el signo de Venus y que por eso nunca podría pasar de las mujeres. A mí, desde chico, cuando me enamoraba de las profesoras de inglés, de matemáticas, de latín, griego, de hogar o lo que fuera, me ha sucedido lo mismo: señora graciosa que veo, señora graciosa tras la que me van los ojos.

Como he dicho varias veces en este blog, las jovencitas de que por cosa de mi oficio me veo obligado a rodearme no me atraen ni un pimiento. Una hermosa mujer la veo como un buen vino: sin años, sin experiencia, no vale un duro. Leí una vez que cierto perfumista a veces, por la calle, perseguía a una fémina a causa del aroma que vestía. Para mí más bien la voz es el síntoma y la gala de una personalidad seductora: no puedo soportar a una mujer de timbre agudísimo y gritoso que te llena de electricidad la vida.

Cuando por las tardes salgo a pasear generalmente me acompaña una voz dulce y reposada como la de esta gran dama que me susurra al oído. ¿Podríamos soportar la vida sin música de una historia bien hilada?


viernes, 21 de mayo de 2010

Miré los muros de la patria mía...


La crisis, el caso Garzón, el Gürtel, mogollón del Estatuto Catalán... Olvídense ya de cosas de minucia: el verdadero escándalo está ¡aquí!

Contemplen la foto: ¿concebirán mayor ruina de la patria? Miren al barbas, ¿por qué no se afeita? ¿No tiene pa yilete? ¡No!; es cosa de fachada: señorito sin oficio ni beneficio, que nunca ha hincado un codo, fulano que vive del cuento y que con esta apariencia de intelectual nos la quiere dar con queso. ¿Qué les diré del pelos? ¿Habrán visto mayor imagen de la decadencia que ésta, oscarwaildeña? Seguro se levanta diariamente al crepúsculo; en la cara se le ve que no sabe lo que es hacerlo al amanecer para preparar un día de honesto trabajo...

Y lo peor son las fotos que no salen en el reportaje, cuando se fueron a catar el Rioja, ¡Y no me invitaron! (Bueno, vale: sí lo hicieron) ¡Y no me mandaron siquiera una botellita de un tercio! ¡Qué vergüenza!


domingo, 22 de junio de 2008

Control de calidad


Entrar en una tienda, hacer consultas a la dependienta hasta casi desbordar el límite de su paciencia, salir con una pequeña compra, volver a su oficina y escribir algunos folios sobre todo lo anterior: en eso consistía el trabajo cotidiano de Yoko, cierta amiga mía, empleada de una multinacional del negocio del cosmético.
- Estoy harta. Lo peor de todo es cuando pillo a una pobre chica en un mal día. Odio escribir un informe negativo.
- Pues haz la vista gorda.
- No puedo. A veces la dependienta descuidada es un cebo, o sea, una super-controladora que comprueba que nosotras, las controladoras normales, hacemos a conciencia nuestro trabajo.
En fin, el deporte nacional: control de calidad. Un buen día mi amiga tuvo la certeza de que la dependienta de turno era en realidad una de esas super-controladoras. Me contó la cosa con detalle, pero la trama era tan complicada que me perdí a la mitad del hilo cartesiano de tan fina conclusión. Al final, además, mi amiga dedujo que la super-controladora sospechaba erróneamente que ella, Yoko, no era una controladora normal, sino una super-super-controladora a quien enviaba la empresa para comprobar la probidad del trabajo de las super-controladoras. Vaya lío.

Pasaron los días, y las noches en vela para mi amiga: no hacía sino conjeturar hasta dónde llegaría el afán de control de la compañía por sus empleadas, tanto que al final no le quedó más remedio que ir a donde el siquiatra. Pues no sirvió de mucho: ha pasado ya una década, pero Yoko todavía continúa convencida de que con una carambola ridícula del destino el doctor la tomó por una inspectora del Ministerio camuflada y que el diagnóstico no correspondía a su verdadero cuadro clínico, sino, claro, al más favorable para los intereses de la sanidad pública...








viernes, 13 de junio de 2008

El color del cristal


Sra. Ministra:

"Mira, Paco: a partir de mañana lo tuyo, de los dos; pero lo mío, mío", le propuso a cierto amigo su futura esposa la víspera de bodas. Ni que decir tiene que la ceremonia se canceló. ¿Por qué ha de ser precisamente esta situación la que tenemos de soportar los hombres que hablamos la lengua castellana? En nuestro idioma el género femenino es exclusivamente posesión de las mujeres; la titularidad del masculino, por contraste, dada su naturaleza de "género común", la hemos de compartir con ellas.

¿Se ha parado a pensar en la discriminación lingüística que sufrimos los varones en el ámbito del trabajo? Salvo en el caso de "piloto", ningún nombre de profesión cuya marca original sea la -o del masculino carece de su forma correspondiente femenina: médica, abogada, ingeniera, astrónoma... ¿Cuánto tendremos que esperar hasta que la Real Academia admita -como ya hiciera con el pionero modistopolicío, pediatro, foniatro, geriatro, dentisto, equilibristo, poeto, novelisto, flautisto, violinisto, funambulisto, artisto, periodisto...?

Señora ministra, sea valiente y tome medidas contra esta grave discriminación idiomática que sufrimos los hombres hispanos. Empiece por dar ejemplo; la próxima vez que se dirija a sus compañeros de partido hágalo con estas palabras: "Compañeras socialistas, compañeros socialistos."






miércoles, 11 de junio de 2008

"Mientras por competir con tu cabella..."

Madrid, 11 de junio de 2058

Ni siquiera de jóveno, nunca me he considerado un artisto; bueno, un poeto sí, pero de esas y esos de pico y pala, no de las y los que se harán famosas y famosos, que se llevarán cuartos y cuartas con sus obras y sus trabajos.

¿En qué me podría haber convertido yo si mis padres/madres hubieran sido diferentas y diferentos? ¿trapecisto, funambulisto, equibristo, clavecinisto, esperantisto, pianisto, o tal vez sólo especialisto en idiomas o lenguas clásicas y clásicos, modernas o modernos, orientalas u orientalos? A mí lo que de verdad me habría gustado ser es taxisto, pero también me da que no habría hecho malo papel, mala jera, como pintoro expresionisto, surrealisto o tal vez hiperrealisto.

Leo el periódico, la prensa, y me siento muy confuso: ¿qué seré yo, individuo, persona de hoy en día, comunisto, socialisto, centro-derechisto, liberalo o conservadoro, tal vez fascisto o anarquisto? No lo sé muy bien: espero las aclaraciones, los comentarios, de las lectoras y los lectoros de este blog, de esta bitácora: que ellas y ellos me aclaren el cacao mental, la empanadilla gallega, en la y lo que voy cayendo día a día, momento a momento, sin olerlo y sin olerla, sin beberla y sin beberlo, en la y lo que me voy sumiendo poco a copo, poca a copa, que diría el gran vate; perdón: vato.


Fdo. Margarito Sánchezo




viernes, 23 de mayo de 2008

Macho man

Durante el jaleo matutino de primeras horas el último vagón de los trenes de Tokio es "exclusivo para mujeres". Hace años el sekuhara (sexual harassment) era el fenómeno criminal más impune de Japón, pero hoy la situación ha cambiado tanto que hasta varios hombres, en libros recientes, relatan sus condenas por acusaciones que ellos aseguran falsas. Me da la impresión de que en la mayor parte de esos posibles errores judiciales las denunciantes actuarán convencidas de haber sido maliciosamente molestadas: y es que, aunque el abuso existe y parece que no poco, en un tren traqueteoso y abarrotado, donde cualquier parte de tu cuerpo se ve estrujada contra cualquier otra de una docena de vecinos, el malentendido puede saltar en cualquier momento.

¿Solución? Difícil. Pero un caballero español me relataba la suya: percatándose de las evoluciones de un pervertido, imitó sus pases mágicos en el propio cuerpo del guarro. Éste, estupefacto, se detuvo congelado, y con cara de pánico, le miró. Nuestro españolito, dueño de sí, guiñándole un ojo, le regaló entonces su más pícara sonrisa...



martes, 23 de octubre de 2007

Hacía mucho tiempo que no contemplaba el fuego

Esa mujer se refería a las yerbas como si se tratara de seres siempre despiertos en un reino cercano aunque misterioso, guardado por inquietantes dignatarios. Por su boca las plantas se ponían a hablar y pregonaban sus propios poderes. El bosque tenía un dueño, que era un genio que brincaba sobre un solo pie, y nada de lo que creciera a la sombra de los árboles debía tomarse sin pago. Al entrar en la espesura para buscar el retoño, el hongo o la liana que curaban, había que saludar y depositar monedas entre las raíces de un tronco anciano, pidiendo permiso. Y había que volverse deferentemente al salir, y saludar de nuevo, pues millones de ojos vigilaban nuestros gestos desde las cortezas y las frondas. No sabía decir por qué esa mujer me pareció muy bella, de pronto, cuando arrojó a la chimenea un puñado de gramas acremente olorosas, y sus rasgos fueron acusados en poderoso relieve por las sombras. Iba yo a decir alguna elogiosa trivialidad cuando me dio bruscamente las buenas noches, alejándose de las llamas. Me quedé solo contemplando el fuego. Hacía mucho tiempo que no contemplaba el fuego.



Alejo Carpentier, Los pasos perdidos

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