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martes, 10 de agosto de 2010

Penitentiagite!

Haga como yo: ponga cuatro japonesas en su vida.

¡Qué tirao estoy! Me he pasado dos días brincando por Shinshu y ahora que acabo de llegar a casa me parecen un mes. En penitencia por la mala vida que le doy a su hija, un simpático abuelito me ha hecho subir -y bajar- a una montaña de dos mil metros acompañado de cinco infantes tiránicos y cuatro montañeras infatigables mientras él me impartía un curso intensivo y avanzado de flora alpina japonesa. Sus otros dos yernos -varones sensatos- han excusado el purgatorio con las palabras mágicas -habemus trabajum- pero a mí, que los conozco, no me la dan con queso.

En fin, hoy esto no se acaba aquí. O descanso ya o no llego a pájaros nuevos. Vacaciones, vacaciones...


miércoles, 14 de enero de 2009

Haiku de invierno


野も山も
雪にとられて
なにもなし


No mo yama mo
Yuki ni torarete
Nani mo nashi.
Montes y llanos
Arrebató la nieve:
Nos queda nada.



Both plains and mountains
Have been captured by the snow-
There is nothing left.




Un nuevo haiku de invierno, éste de Jōsō, uno de los diez alumnos de Bashō (es que estoy leyendo Oku no Hosomichi, Las sendas de Oku). El original y la traducción al inglés también los he tomado de One Hundred Famous Haiku, la antología seleccionada con tanto cariño por Daniel C. Buchanan.





jueves, 28 de febrero de 2008

春なれや Haru nare ya!


春なれや
名もなき山の
薄霞



Haru nare ya!
Namo naki yama no
Usu-gasumi.


¡La primavera!
Sobre un monte sin nombre
suave es la niebla.




Has spring come indeed?
On the nameless mountain lie
Thin layers of mist


Bashō




Esta mañana, en el desayuno, le he preguntado a mi señora: "Oye, aquí ¿cuándo empieza la primavera?" Entre nosotros, hispanitos de la calle, una duda así no tiene sentido: acostumbrados estamos a que cada veinte de marzo el hombre del tiempo nos informe exactamente de a qué hora, minuto y segundo comienza la estación de las flores. Es que está muy claro: cuando el sol entra en la constelación de Aries, entonces. Pero para los japoneses la cosa no es tan simple: las divisiones meteorológicas del año no tienen que ver con la cronología o con fenómeno sideral ninguno, sino con el sentimiento. Así que, después de escuchar mi pregunta, ella se lo ha pensado un poco y me ha respondido: "Cuando florecen los ciruelos." O sea, que ya estábamos en primavera y yo, con estos pelos, todavía escribiendo, todavía perpetrando por ahí traducciones de haiku de invierno. Bueno, aunque lo hecho hecho está y ahí queda, propósito de enmienda no me falta: inmediatamente me he ido a la antología y he elegido el poema que habéis leído. No sólo después de mi decisión, después incluso de tener el texto castellano rematado he caído en la cuenta de que se trataba de uno compuesto por Bashō, el gran poeta.

Mi elección no ha sido ni mucho menos azarosa. Cuando, con los restos del desayuno aún en la mesa, me he quedado solo, he mirado por la ventana: en los montes de Tanzawa la neblina de la mañana todavía se resistía a acabar disipada por el sol. Los más altos y alejados, a esa hora aún sólo se adivinaban.

Aunque el original japonés puede tener -como siempre en un buen haiku- variadas interpretaciones, me ha parecido apropiado evitar la interrogación retórica que nos propone el Prof. Buchanan. Es posible que mi parcialidad por la expresión admirativa sea un simple eco de mi sorpresa matutina, la que me produjo el conocer el desfase estacional en el que aún vivía. El verso inicial lo he traducido en un primer borrador como: ¡Ya es primavera! Inmediatamente de las cavernas de mi subconsciente una voz opaca, macilenta, de ultratumba, me ha respondido: En el Corte Ingleeeeeés. Así que me lo he pensado un instante y al final ha quedado como está.

Del resto poco hay que decir: suave es la niebla es lo mejor que he encontrado para usu-gasumi. Ciertamente una traducción literal obligaría a dejarlo como "ligera neblina", así, a secas, sin es ni nada. El adjetivo suave se recomienda por sí sólo: reproduce, a mi juicio, el espíritu del poema (el que yo siento por lo menos). El verbo lo incluyo porque las dos eses me traían una tentación demasiado grande para no ser capaz de sucumbir a ella.

Concluyo: apunta la edición que sigo que el monte sin nombre del segundo verso no lo es tanto por naturaleza, sino por deseo del poeta, o sea, un monte de cuyo nombre no quiero acordarme. Otra vez la vaguedad, la afirmación, que traspasa todo haiku magistral, de la victoria de sentimiento frente al raciocinio. Bueno, no sólo del haiku, claro: también de la vida communis.


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