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jueves, 6 de enero de 2011

Ya están aquí los fantasmas


"No podrá haber libro digital si no se protege", nos dice un señor muy importante del negocio editorero. Curioso: libros digitales hay ya millones, en internet, gratis y sin protección, porque al ser del dominio público no la necesitan. Cuando este señor habla de libro digital quiere decir "libro digital venal" y en su lenguaje proteger significa ni más ni menos "pasarse por caja". En resumen: su gremio no publicará en internet si no aparecen medios legales o tecnológicos que obliguen al lector a retratarse.

Un ejercicio de imaginación: ¿es posible poner puertas legales al campo de internet? Sí, y los dictadores chinos lo demuestra a diario. Ahora, ¿está dispuesto un gobierno de un país democrático a asumir el coste en votos que una ley suficientemente restrictiva supondría? Quién sabe, pero la experiencia francesa y la de la ley Sinde parecen mostrar lo contrario. ¿Se podrán desarrollar medios tecnológicos suficientes para evitar el pirateo? Claro; a los cuatro días quedan obsoletos y hay que volver a empezar, con lo que el beneficio se va en lo que cuesta defender el huerto.

Vaya, que nos ponemos en lo peor de lo peor: los derechos de copia quedan indefendibles por los cambios técnicos y sociales. ¿Dejarán los poetas de escribir? Si alguien me saca de mi error me alegraré; no puedo recordar el nombre de uno solo en ninguna lengua del mundo que haya sido capaz de ganarse la vida con los derechos de autor de su obra. ¿Dejarán todos los ratones de biblioteca de producir esas toneladas de papers, de divulgación científica, de manuales de enseñanza? Nos lo cuenta muy bien Ken Galbraith en la introducción a la economía que recomiendo en el margen de este blog: su motor siempre fue, por encima del negocio, la vanidad; aun sin recibir un centavo no hubiera dejado de perpetrar una sola coma. ¿Novelistas? Nuestro escribidor más exitoso, Vargas Llosa, confiesa en Como el pez en el agua que incluso habiendo publicado ya libros de éxito, sintió gran sorpresa cuando Balcells le propuso que dejara su puesto en la universidad de Londres y se dedicara sólo a escribir ¡porque él nunca se había propuesto ganarse la vida con la literatura!

El objetivo primero de casi todo escritor es ser leído -incluso gratis- y por eso para la inmensa mayoría internet representa una verdadera bendición. Sólo una infinitésima parte de todo lo que se ha puesto negro sobre blanco en la historia de la humanidad -y seguramente no lo más valioso- ha sido efecto inmediato del afán de lucro. La relación entre letras y derechos de autor es un producto del mundo ilustrado moderno, no una realidad inmutable cercana a la religión. Es lógico, razonable y legítimo que los editores, los agentes o los novelistas profesionales defiendan su beneficio. Ahora, hacerlo queriendo convertir sus fantasmas particulares en los del resto de la humanidad, no. En cualquier caso no hay fantasma que resista la luz del mediodía.


domingo, 26 de diciembre de 2010

Miembro honorario de la SGAE


No hay nada como pensar. Ayer lo hice un minuto y me convencieron los de la ley Sinde, la SGAE y todo eso. Vamos a ver. Yo me compro un CD de Joselito y lo puedo escuchar en casa, pero si lo pongo en la comunión del niño de mi primo, la peluquería de Marirrosi o el bar de mi colega el Barbas, hay que pagar; nada más lógico. Me compro una obra de teatro, la leo antes de dormir y no pasa nada; pero si la represento con mi hijo en la función de cole o con los estudiantes en la fiesta de la uni, hay que pagar. Nada más justo.

Estupendo. Yo enseño a un estudiante inglés -digamos-, él lee el periódico en su casa y sin problemas; pero es que luego, el muy ladino, va y se hace traductor jurado, funcionario de la UNESCO o intérprete de Obama, ¡usa públicamente lo que le enseñé, gana con eso más que yo y encima no me paga un duro! ¿Qué te digo de un colega músico que su antiguo alumno se hizo concertista de fama y levanta veinte veces más que su maestro? ¿Y el pobre desgraciaíto, profesor de ese máster de administración de empresas cuyos estudiantes, repartidos por el mundo se lo llevan en crudo cada mes?

Ya he hecho cuentas: con los años que estoy en el oficio, si todos mis estudiantes licenciados me pasan un cinquito por cien de lo que ganan haciendo uso público de sus conocimientos -por cuya adquisición pagaron injustamente sólo una vez cuando hicieron la matrícula- ya tengo para los restos. Qué digo yo: y mi hijo y mis nietos. ¿No dura lo del copyright cincuenta años tras la muerte del artista?



viernes, 24 de diciembre de 2010

Me partirán por la mitad


Leo que sin la ley Sinde desaparecerá la mitad de la cultura y veo el futuro: un cincuenta por ciento de los arquitectos dejarán de levantar sus edificios; Antonio López y secuaces cortarán su obra en la misma proporción; los matemáticos pensarán a medio gas, también los filósofos; la poesía languidecerá a un cincuenta por ciento; de las grandes orquestas, los teatros de la ópera, los conservatorios, nos quedaremos con la mitad; las compañías de danza, las de teatro clásico, las facultades de bellas artes, los museos, las galerías, los tablaos, los talleres, los graffitis, los mimos callejeros, todos ametalados... Las señoras de Botero, a dieta rigurosa; las esculturas de Giacometti, más canijas si cabe. ¿Sobreviviremos a tanto espanto?


miércoles, 22 de diciembre de 2010

De por qué quiero ser pirata


Mirad: a mí me importa un carajillo el asunto de las descargas. El cine moderno en general me parece realmente cutre. Con respecto a los libros, novelas y eso, veo como una maravilla el poder tener dentro del SONY reader que me voy a comprar todos los clásicos del mundo mundial (que por otra parte, o andan por casa o por la biblioteca).

En fin, que la ley Sinde no va conmigo. Eso sí, los que con tanto ahínco hacen uso de las pelis y los libros pirateados de internet y que además se oponen a pagar por ellos deben de pensar poco, porque en menos de un lustro se iban a cargar lo que tanto les entusiasma.

Aunque quién sabe: una sociedad que no produce más basura intelectual durante una generación, que solo lee los clásicos, en la que la escritura se convierte en placer y no en negocio... A lo mejor hasta nos salvábamos un poco.


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