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viernes, 24 de diciembre de 2010

Me partirán por la mitad


Leo que sin la ley Sinde desaparecerá la mitad de la cultura y veo el futuro: un cincuenta por ciento de los arquitectos dejarán de levantar sus edificios; Antonio López y secuaces cortarán su obra en la misma proporción; los matemáticos pensarán a medio gas, también los filósofos; la poesía languidecerá a un cincuenta por ciento; de las grandes orquestas, los teatros de la ópera, los conservatorios, nos quedaremos con la mitad; las compañías de danza, las de teatro clásico, las facultades de bellas artes, los museos, las galerías, los tablaos, los talleres, los graffitis, los mimos callejeros, todos ametalados... Las señoras de Botero, a dieta rigurosa; las esculturas de Giacometti, más canijas si cabe. ¿Sobreviviremos a tanto espanto?


viernes, 3 de diciembre de 2010

Chillida archiceleste


Después de escribir la entrada de ayer me enteré (muy oportunamente) de la tristísima noticia de que Chillida Leku, el gran museo dedicado a la obra del portentoso escultor vasco, cerrará el uno de enero.

El valor de la obra del Gran Maestro es tan evidente y palpable como el aire que respiramos, así que no me voy a poner ahora a discutir sobre lo indiscutible ni a intentar convencer a mis cultísimos lectores de algo de lo que sé que están más que convencidísimos. Chillida Leku merece toda la atención que nuestras autoridades puedan concederle, todo el dinero público que se destine a su mantenimiento será poco.

En cualquier caso, recojo unas palabras aparecidas en El País (¿dónde si no?), superiores a cualquiera de las mías:

Después Chillida se adentra en la abstracción desde un punto de vista minimalista reflexionando en cómo atrapar el espacio, cómo funciona el vacío dentro de la materia, cómo representar las emociones que le transmiten la música de Bach, etc. Es un camino personal, sin concesiones, elegante como pocos, sobrio y silencioso como él mismo lo fue. Si ves sus piedras, sus hierros, sus gravitaciones, su obra gráfica sin prejuicios serena y tranquilamente es posible que percibas detrás de esa obra la calidad de la persona que la creó.


Chillida, ante todo fue el paradigma del Artista Universal, el gran Amante de su Obra por encima de todas las cosas, el creador más allá del bien y del mal. Nada le distrajo de la obligación suprema (ni tiritos de peccata minuta, ni chorradillas por el estilo) y eso merece recompensa, en la vida y en la muerte. Loa al Maestro. Viva su memoria. Adelante con los faroles.


jueves, 2 de diciembre de 2010

No me sean ratas con los genios


Hace una temporada le compré a mi hijo una sierrita, clavos de diferentes tamaños y un montón de maderas surtidas. Me las cortó primorosamente y me llenó el jardín -nuestro delicado jardín japonés- de formas graciosas: nos hablan de la densidad de la materia, de la insolubilidad y sublimilalidad del espacio, de la continuidad de las realidades, del pasado que se amalgama al presente y cómo este se imbrica a un futuro conjetural sin solubilidad de imbricamiento; merced al oxígeno, al hidrógeno, sustancias perfectas contextuadas tras aparecer la energía obstusa de la que todo ente mana, las formas matéricas conyugadas entre sí gracias al ser telúrico ferráceo -la lluvia cayó y aparecieron tonos primigenios de tintura ocre en sus formas- las oscuras y convulsas apariencias se transmutaton por obra de la sabia alquimia aunadas a la que obraban los dedos inefables de mi vástago.

En fin, cualquiera que haya leído lo anterior concluirá conmigo que tengo un genio entre manos y que el mundo no puede permitirse el villano lujo de malograrlo. ¿Qué sociedad humana sería tan insensible e ignorante para negarme a mí y a mi muchacho un chutecillo de dinerito público que le permita a él desarrollar sus insondables cualidades naturales, mantener cual merece, en toda su grandura, nuestro inefable jardín y, de paso, a su padre -servidor- un buen pasar mientras se ocupa del natural desarrollo del pequeño? A ver si de una vez y para siempre nos hacemos cultos, responsables y modernos. Digo.


sábado, 22 de mayo de 2010

Mi ética es mi estética




Recuerdo con ternura aquellas retrasmisiones de combates de boxeo en los que servían de comentaristas Dum Dum Pacheco y Pedro Carrasco: "Mira, mira Pedro, qué bonito, qué croché de izquierda. Esto es poesía, pura poesía. Y que haya gente que todavía aborrezca el boxeo..." Al púgil que había recibido el mamporro le chorreaba sangre de la ceja, tanta como para teñir metros de lona, los guantes del adversario y hasta para regalar una aspersión a los felices estetas que, arrobados de ansia lírica, se apretaban en formación compacta por las primeras filas de entre el público.

Un sentimiento similar me embarga al contemplar estas imágenes que aquí presento plenas de vigor hispano, esta muestra de valentía, arrojo y elegancia que nos regaló ayer -ni más ni menos- nuestra fiesta patria, nuestro orgullo nacional, nuestro arte de Cúchares. ¿Quién será tan insensible que no experimente al contemplarlas con detenimiento la misma inspiración telúrica que sirvió de acicate a un Picasso, a Goya, a un García Lorca, a Pío Baroja, que llevó a los más altos espíritus de nuestra cultura a producir tantas y tan magnas obras? Honor al gran Maestro, honor al gran Morlaco, viva la Fiesta.


sábado, 8 de noviembre de 2008

¿La manguera, dónde está?


Viendo las imágenes de la magna, esplendente, portentosa, monumental, tonante y arrebatadora obra que el Miquel Barceló acaba de rematarnos para la sede de la UNESCO me han venido a las meninges los recuerdos de una historia que sucedió a los pocos días de estar yo por aquí. 

*      *      *

Finalmente había encontrado el cartel sarnoso recomido por la hiedra que señalaba nuestra legación diplomática. Culebreando entre los barreños de limpieza que recogían el agua de la lluvia que por las goteras amenizaba con sus ritmos el ambiente, entré en la coquetona villita casi centenaria. Un paisano se quejaba amigablemente del sablazo que le había supuesto la renovación del pasaporte; tres veces el precio que en España, aseguraba. Me invitaron a sentarme en una sala contigua y en ese momento entró un jovencillo meritorio del Ministerio de Exteriores al que había conocido dos semanas antes. "Mira, mira, Rogelio -digamos-, aquí te voy a presentar a un profesor, " refería a su acompañante, un señor cincuentón, de cintura generosa, vestido de oscuro y cargado más o menos del empaque que los profanos suponemos en los diplomáticos de vieja escuela.
- Ah, ¿profesor? Para los profesores lo que haga falta. Vosotros sois la voz de nuestro país por esta tierra. Por cierto, ¿has comido?
- No, pensaba hacerlo después, cuando terminen con lo de mi pasaporte. 
Miró hacia el mostrador y  la gestión que por la actitud primera del funcionario supuse que se alargaría hasta la hora de la cena quedó en cosa de un minuto. Veinte después ya estábamos delante del mantel, en un restaurante de la zona.
- ¿Te va el pescado?
- Me encanta.
- Pues entonces dos de esto.
Ya en aquel momento yo andaba alucinando: el diplomático, en el taxi, después de haberme preguntado muy directamente mi currículum, había procedido a una recitación rapsódica impromptu de la primera olímpica de Píndaro. Nuestra conversación posterior brujuleó -¡en diez minutos!- desde la poesía medieval islandesa, hasta la inscripción de Botorrita; había pasado por Rilke, minucias de etimología escandinava y una forma verbal que -según él- no aparecía más que en un verso de la Eneida. Y el tío sabía de lo que hablaba.
- Oye, qué rico este pescado, satisfecho afirmó mi interlocutorÍbamos ya por el postre.
- De verdad que sí. Es lo que tiene el Japón.
- ¿A ti que te parece si comemos otra vez?
- ¿Cuándo? Bueno, la semana que viene yo creo que estoy libre...
- No, no: ahora.
Antes de que pudiera reaccionar ya tenía delante de mí el mismo plato -ración extrasize- de hacía treinta minutos.
Me salía el salmón por una oreja. Otro helado; café, copa, puro (él).
- ¿Sabes lo que te digo? Esto del comer es cosa de empezar. -Tono confidencial-. Verás, lo cierto es que estoy casado con una señora teutónica de mucho genio. Hoy me ha preparado un ragú que... En fin, si no paso por mi casa voy a tener un conflicto verdaderamente diplomático. Tú espérame por aquí; luego volvemos a la Embajada que quiero que me eches una mano en cierta cosilla.
Dos cafés más tarde mi nuevo conocimiento regresó  sin presentar, sorpresivamente, síntomas de congestión intestinal. Nuevo taxi; Ovidio, Eminescu y Donelaitis. Al llegar a la Embajada una treintañera rubia de muy buen ver nos esperaba: según me había informado se trataba de una profesora española de instituto que, tras un viaje de turismo por el país, había decidido cambiar una vida grisácea en el nuestro por otra más especiada en éste, andaba buscado trabajillo por las universidades de Tokio y quería asegurarse el apoyo de algún miembro del alto funcionariado hispano aparcado en ultramar.
Las cuatro de la tarde. Bar moderno de Roppongi. Tres gaijines. Espumosa bavieriana. 
- Veréis yo es que era del Partido Comunista pero bien que se la metí al Caudillo embajador ya que tenía que ser sí señor mi rango es equivalente a comandante a capitán de navío con mando en plaza es que ahora soy del PP ¿sabéis? por eso me tienen tanta inquina sin problemas en las próximas generales les vamos a dar bien pal pelo estoy muy informado hace dos semanas me lo decía Isabel Tocino (Isabel Jamón que yo la llamo): "En la próxima arrasamos Rogelio te lo digo yo". -Puesto ahora en pie, varios decálitros de birrita circulantes por el body- ¡¡Felipe, morritos, gatazo, te vamos a correr a palos!! 
Ocho de la noche. La gente que pasa a nuestro alrededor nos felicita: están convencidos de que las decenas de botellas vacías apiladas sobre la mesa, por el suelo, en los rincones; el discurso inacabable del orate; las caras céreas de los otros dos que le acompañan no pueden ser sino la mejor instalación de arte pop que han visto a lo largo de su vida. El diplomático -vigésima segunda vez- se escapa hacia el retrete.
- No me abandones a este chalao, por lo que más quieras (voz de María Barranco, suplicante, en película vieja de Almodóvar).
- Pues cuando fuiste tú para el servicio hace un minuto me pidió que no le dejáramos colgao de sopetón. Que si yo quería que me marchara, pero que te quedaras con él.
- ¡No! ¡Por caridad!
Vuelve restaurado. Me levanto para irme. Ella hace lo mismo. Arde Troya. Pies para qué os quiero. Nos persigue: amaga un placage hacia la hispana. En jugada magistral, de un empellón, logro que marre el lance. Tirado perneará patas arriba a la puerta del garito. Gratitud eterna de la rubia a mi persona.

*        *         *

Aunque nunca volví a ver al erudito diplomático, sí oí rumores bien jugosos de variadas correrías: en setiembre del setenta y cinco, cuando las protestas por los últimos fusilamientos del régimen, se cuenta que en cierta ciudad de Centroeuropa, comandando las turbas indignadas y al grito de "españoles, hideputas", logró pulverizar las ventanas de su propio consulado. A principios del noventa y dos había sido expulsado de un destino en la legación de Estocolmo por supuestos contactos con espías cubanos (o de la Europa del este; nunca quedó del todo claro): nada hermana tanto en zona glacial como veintimuchos mojitos (o  Moscow Mules) en su punto y por su sitio. 
Lo último que me llegó de él es que, tras terminar un segundo doctorado con una tesis de un nivel de erudición atontizante, el Gobierno le había hecho la gracia de enviarle como miembro permanente de la peña que encasquetan a la Unesco. No sé si seguirá por allí. Si es así, me alegro por Barceló; no me extrañaría que le hubiera quitado gran parte del trabajo: se lo habrá pasado pipa echándole mano a la manguera. Bueno, a la manguera y a lo que hubiera menester. ¡Claro! Seguramente sea por eso por lo que el ministro Moratinos eludió hablar del presupuesto; la pintura es lo de menos: el verdadero escándalo estará en el gasto con las birras.


sábado, 5 de julio de 2008

Gigantes y cabezudos


Pues ahora resulta que El coloso de Goya, a pesar de todo lo que nos decía el profe en COU, no es más que una chapuza.

Esta polémica me ha recordado lo que oí con respecto a la obra de Eduardo Chillida cuando su muerte. Aquel día nadie, ni siquiera uno de los especialistas mundiales en la obra del escultor donostiarra, tuvo la delicadeza de ilustrarnos, con una explicación al nivel del común de la calle, sobre el verdadero valor del trabajo de toda aquella vida que acababa de cerrarse. Pa qué lo iban a intentar, pensarían, si sólo ellos, con sus cuatro o cinco doctorados a las espaldas, acabarían siendo capaces de seguir la explicación: ya le había pasado a Einstein, sin ir más lejos. La claridad es la cortesía del filósofo, no la del artista, claro, y mucho menos la de su exégeta. Bien lo sabían los curas en la Edad Media: cuando la Biblia se tradujera al vulgaris, apaga y vámonos. Es que sin el velo del arcano, sin la niebla del lenguaje ininteligible, la casta sacerdotal siempre pierde bastante y el Emperador, desnudito, siente más el frío.

¿Se traduce lo de arriba en que el arte ya no vale un chavo y que mejor andaremos por los estadios o los alberos del mundo? Luzbel nos libre del dislate. Sencillamente quiere decir que a lo largo de los siglos el fenómeno artístico se ha ido liberando de tiranías variadas: la de los monarcas, de las aristocracias de sangre y de las de fortuna; sólo le resta la última: la de los expertos, marchantes y artistas profesionales. La manipulación de lo bello es una actividad demasiado preciosa -y divertida- como para que la raza humana claudique de ella dejándola sólo en manos de gente así.

   Cuando entro en un museo no puedo evitar acordarme del buen tiempo que hace fuera," y de lo bien que se lo pasa uno dibujando, tocando la guitarra o escribiendo un soneto", añado yo. Pues claro que todavía hay grandes artistas: están en cada uno de nosotros. A ver si de una vez nos vamos dando cuenta.



lunes, 7 de abril de 2008

Chōjū-giga


Una muestra de Chōjū-giga, rollos satíricos del siglo doce y trece.




domingo, 6 de abril de 2008

Las obras del tiempo






Me acabo de enterar de que, durante la anterior legislatura, el joven diputado que le escribe los discursos al Sr. Rajoy casó con una colega suya, parlamentaria también, pero ella del Partido Socialista de Cataluña. Si no hubiera ya suficientes argumentos a favor del sistema electoral de listas abiertas, éste sería, para mí, el definitivo. Y es que me parece una tragedia el que mis conciudadanos y yo, tras de lo que ha llovido, no podamos ejercer un derecho básico: el de otorgar nuestro voto a ambos miembros de un matrimonio compuesto, a todas luces, por dos personas tan sensatas y, con seguridad, de inteligencia no pequeña.

El caso este que refiero me ha traído a la memoria una costumbre mía que el tiempo y sus cambios me han convertido ya en pura historia. Hace años, cuando cerraban la biblioteca de Atsugi, solía parar unos minutos a tomar algo caliente en Nayotake, un lugar delicioso por su música, su ambiente y, claro, por la buena hechura del café. En la esquina en la que yo siempre me sentaba había una estantería bien cargada de catálogos de museos de arte. Mi favorito era el del Metropolitano de Boston. Me pasaba las horas muertas contemplando tres retratos: el de Góngora y los dos que veis sobre estas líneas. Durante el verano acostumbro a llevar una lupa en mi mochila: es para poder observar con detalle las arañas, que en esa estación aparecen por todos los rincones. No lo puedo evitar: estos animales, estos tigres de la microfauna, me apasionan. Pues con esa lupa me habré pasado lo que no se cuenta escrutando los detalles de estos dos geniales trozos de vida que, congelados en el tiempo, nos legó esa maravilla del hacer humano que es el arte.

No voy a insultaros con la tortura de un comentario; tengo la seguridad de que vosotros mismos sacaréis conclusiones, con mucho, más dignas de figurar aquí, negro sobre blanco. Además, ya lo decía D. Julio: Vanidad de creer etc. Muchos besos para todos.





lunes, 11 de febrero de 2008

¡Más madera!

Hace una semana más o menos me llegó un mail de Seul, de mi amiga la profesora Lee, en el que me enviaba algunas fotos de Salamanca, del simposio de japonología de diciembre y, también otras en las que me presentaba a sus hijos, dos pequeñajos de unos ocho y diez años, y a su esposo, un coreano guapo (feos he visto pocos), de sienes regiamente grises y mirada sensible e inteligente. A la profesora Lee, una catedrática de la universidad Han'yan, tuve el gusto de acompañarla hace dos meses escasos en el viaje que hicimos por los patrimonios de la humanidad más pateados de nuestra Península: no voy a relatar con detalle el periplo para evitarme un mareo premonitorio de eso que han dado en llamar los expertos "mal de Stendhal" y que decían que les achuchaba mucho a mis compatriotas japoneses cuando viajaban por Europa en aquellas épocas del yen fuerte que, por desgracia, parecen haberse acabado.

De la simpatiquísima profesora Lee, y del resto del grupo coreano, me he acordado esta tarde al leer que en la ciudad en la que ella vive ayer mismamente ardió una de las reliquias históricas del país, Namdaemun 南大門, o la "Gran Puerta del Sur". Esa misma puerta en japonés se llama Nandaimon: el parecido de las dos palabras se debe a que ambas están compuestas por tres elementos siníticos (el último 門, "puerta", mun en coreano, mon en japonés y men en chino, no es sino el mismo del final de Tian'anmen 天安門 ("la Puerta de la Tranquilidad Celeste"), la gran plaza de Peking, y el primero, 南 nam "sur", ése con el que acaba Vietnam 越南). Gracias a la influencia china en los países que gozaron de su tutela histórica (también Vietnam) hoy en día a los que conocemos alguno de los idiomas de estos países, se nos hace relativamente fácil el aprender los otros debido al aire de familia que presenta el vocabulario, sobre todo el estrato "culto".

En fin, que, sabiendo del amor casi fanático que profesan los coreanos por todas las manifestaciones de su cultura, el primer impulso que tuve fue de enviarles un mensaje de pesar a mis amigos. Después, cuando lo rumié un poco, caí en la cuenta de que si así lo hiciera obraría de una forma bastante hipócrita. Y es que después de pasar la noticia por el tamiz del raciocinio ahora he acabado por convencerme de que a la tal puerta, y a Corea en general, en el fondo, no les podría haber sucedido nada mejor. Sé que tengo que explicar esta afirmación tan estupefaciente, si no para mis lectores -a los que os presumo más listos que el mismísimo Lepe reencarnado- al común de los andantes.

Para empezar, gracias al desastre, -imagino- el españolito más desinteresado por las cosas del Oriente, ése incapaz de localizar en un mapa mudo de la tierra a Seul, conoce ya de la existencia de una pieza cultural que confieso sin sonrojo que a mí no me sonaba ni de nombre ayer, a un fulano como yo que ya lleva leída más de una docena de volúmenes de la historia de la "nación de la calma matutina", que ha estudiado los rudimentos de la lengua, que vive en un país en el que es casi imposible no tener amigos coreanos...

A pesar de mis muchos trabucos mentales, algo que lo que no puedo presumir es de ser fetichista o iconero: para mí las cosas en sí no tienen más valor que el espíritu que las anima, la idea que las concibió, ese embrujo de la mente que se atrevió a presentirlas y a sacarlas de la nada. Si la existencia de esta puerta enriquece de algún modo a la especie humana, si es algo más que un vacio timbre de orgullo para el pueblo coreano, lo es sencillamente porque su forma, su diseño, lo que es inmaterial e imperecedero nos ilumina nuestro ser, del mismo modo que -por lo menos para mí- lo hace una partitura de Bach, cierto soneto de Quevedo o tal película italiana de los sesenta: si la partitura o el soneto están impresos en papel de la mejor calidad o en resma de cuatro cuartos, si la película la veo en vídeo, DVD o cualquier formato que puedan inventar nuestros descendientes tecnocráticos, para mí el caso es el mismo: quién duda que la disfrutaré con más placer en una gran pantalla que en la chiquita de mi ordenador, que preferiré que me interprete la pieza Richter a Periquito el de quinto de piano; pero lo que vale de verdad, lo que me emociona o no hasta las lágrimas incluso, no lo altera una u otra circustancia.

Sobre Namdaemun se habrán escrito tesis, manuales, estudios incontables, existirán imágenes bastantes para, puestas en fila, hacer viaje de aquí a la Luna y vuelta. Los arquitectos, artesanos, eruditos, especialistas de pedigríes varios de Corea y del ancho mundo, los grandes capitales deducibles de impuestos, los estados, las agencias de la Unesco, del Consejo de Europa se verán felices de colaborar en el gloriado evento de la restauración... Se celebrarán congresos, simposios, exposiciones sin fin; vaya, que turistas vendrán a miles - veo a los hosteleros secarse ya las lagrimas-, y vendrán a visitar la reconstrucción, primorosísima por supuesto, idéntica al original; perfecta, aún más, seguramente, que ese "original", que no era más que una pieza seriamente retrabajada tras la Guerra de Corea, un conflicto que la dejó, por lo que cuentan, muy maltrecha. Ahora, este nuevo avatar del monumento podrá gozar del beneficio de toda la cañonería de avances eruditos que se habrán producido en los últimos cuarenta años, de la pujante tecnología coreana y de la munificencia financiera universal. ¿Qué se habrá perdido a la postre? Alguna tonelada de madera vieja y ríos de lágrimas de los súbditos de la gran nación del Este, lágrimas que, como sabe cualquiera que sufra, cual mi caso, de ataques intermitentes de "dry eye", acaban siendo presentes divinos para el ojo.

Qué cosa: si hasta ahora que voy terminando estas palabras me dan ganas de enviarle felicitaciones a mi amiga... No sé, pensándolo mejor, y por si acaso, me voy a cortar un pelo.

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