sábado, 8 de noviembre de 2008

¿La manguera, dónde está?


Viendo las imágenes de la magna, esplendente, portentosa, monumental, tonante y arrebatadora obra que el Miquel Barceló acaba de rematarnos para la sede de la UNESCO me han venido a las meninges los recuerdos de una historia que sucedió a los pocos días de estar yo por aquí. 

*      *      *

Finalmente había encontrado el cartel sarnoso recomido por la hiedra que señalaba nuestra legación diplomática. Culebreando entre los barreños de limpieza que recogían el agua de la lluvia que por las goteras amenizaba con sus ritmos el ambiente, entré en la coquetona villita casi centenaria. Un paisano se quejaba amigablemente del sablazo que le había supuesto la renovación del pasaporte; tres veces el precio que en España, aseguraba. Me invitaron a sentarme en una sala contigua y en ese momento entró un jovencillo meritorio del Ministerio de Exteriores al que había conocido dos semanas antes. "Mira, mira, Rogelio -digamos-, aquí te voy a presentar a un profesor, " refería a su acompañante, un señor cincuentón, de cintura generosa, vestido de oscuro y cargado más o menos del empaque que los profanos suponemos en los diplomáticos de vieja escuela.
- Ah, ¿profesor? Para los profesores lo que haga falta. Vosotros sois la voz de nuestro país por esta tierra. Por cierto, ¿has comido?
- No, pensaba hacerlo después, cuando terminen con lo de mi pasaporte. 
Miró hacia el mostrador y  la gestión que por la actitud primera del funcionario supuse que se alargaría hasta la hora de la cena quedó en cosa de un minuto. Veinte después ya estábamos delante del mantel, en un restaurante de la zona.
- ¿Te va el pescado?
- Me encanta.
- Pues entonces dos de esto.
Ya en aquel momento yo andaba alucinando: el diplomático, en el taxi, después de haberme preguntado muy directamente mi currículum, había procedido a una recitación rapsódica impromptu de la primera olímpica de Píndaro. Nuestra conversación posterior brujuleó -¡en diez minutos!- desde la poesía medieval islandesa, hasta la inscripción de Botorrita; había pasado por Rilke, minucias de etimología escandinava y una forma verbal que -según él- no aparecía más que en un verso de la Eneida. Y el tío sabía de lo que hablaba.
- Oye, qué rico este pescado, satisfecho afirmó mi interlocutorÍbamos ya por el postre.
- De verdad que sí. Es lo que tiene el Japón.
- ¿A ti que te parece si comemos otra vez?
- ¿Cuándo? Bueno, la semana que viene yo creo que estoy libre...
- No, no: ahora.
Antes de que pudiera reaccionar ya tenía delante de mí el mismo plato -ración extrasize- de hacía treinta minutos.
Me salía el salmón por una oreja. Otro helado; café, copa, puro (él).
- ¿Sabes lo que te digo? Esto del comer es cosa de empezar. -Tono confidencial-. Verás, lo cierto es que estoy casado con una señora teutónica de mucho genio. Hoy me ha preparado un ragú que... En fin, si no paso por mi casa voy a tener un conflicto verdaderamente diplomático. Tú espérame por aquí; luego volvemos a la Embajada que quiero que me eches una mano en cierta cosilla.
Dos cafés más tarde mi nuevo conocimiento regresó  sin presentar, sorpresivamente, síntomas de congestión intestinal. Nuevo taxi; Ovidio, Eminescu y Donelaitis. Al llegar a la Embajada una treintañera rubia de muy buen ver nos esperaba: según me había informado se trataba de una profesora española de instituto que, tras un viaje de turismo por el país, había decidido cambiar una vida grisácea en el nuestro por otra más especiada en éste, andaba buscado trabajillo por las universidades de Tokio y quería asegurarse el apoyo de algún miembro del alto funcionariado hispano aparcado en ultramar.
Las cuatro de la tarde. Bar moderno de Roppongi. Tres gaijines. Espumosa bavieriana. 
- Veréis yo es que era del Partido Comunista pero bien que se la metí al Caudillo embajador ya que tenía que ser sí señor mi rango es equivalente a comandante a capitán de navío con mando en plaza es que ahora soy del PP ¿sabéis? por eso me tienen tanta inquina sin problemas en las próximas generales les vamos a dar bien pal pelo estoy muy informado hace dos semanas me lo decía Isabel Tocino (Isabel Jamón que yo la llamo): "En la próxima arrasamos Rogelio te lo digo yo". -Puesto ahora en pie, varios decálitros de birrita circulantes por el body- ¡¡Felipe, morritos, gatazo, te vamos a correr a palos!! 
Ocho de la noche. La gente que pasa a nuestro alrededor nos felicita: están convencidos de que las decenas de botellas vacías apiladas sobre la mesa, por el suelo, en los rincones; el discurso inacabable del orate; las caras céreas de los otros dos que le acompañan no pueden ser sino la mejor instalación de arte pop que han visto a lo largo de su vida. El diplomático -vigésima segunda vez- se escapa hacia el retrete.
- No me abandones a este chalao, por lo que más quieras (voz de María Barranco, suplicante, en película vieja de Almodóvar).
- Pues cuando fuiste tú para el servicio hace un minuto me pidió que no le dejáramos colgao de sopetón. Que si yo quería que me marchara, pero que te quedaras con él.
- ¡No! ¡Por caridad!
Vuelve restaurado. Me levanto para irme. Ella hace lo mismo. Arde Troya. Pies para qué os quiero. Nos persigue: amaga un placage hacia la hispana. En jugada magistral, de un empellón, logro que marre el lance. Tirado perneará patas arriba a la puerta del garito. Gratitud eterna de la rubia a mi persona.

*        *         *

Aunque nunca volví a ver al erudito diplomático, sí oí rumores bien jugosos de variadas correrías: en setiembre del setenta y cinco, cuando las protestas por los últimos fusilamientos del régimen, se cuenta que en cierta ciudad de Centroeuropa, comandando las turbas indignadas y al grito de "españoles, hideputas", logró pulverizar las ventanas de su propio consulado. A principios del noventa y dos había sido expulsado de un destino en la legación de Estocolmo por supuestos contactos con espías cubanos (o de la Europa del este; nunca quedó del todo claro): nada hermana tanto en zona glacial como veintimuchos mojitos (o  Moscow Mules) en su punto y por su sitio. 
Lo último que me llegó de él es que, tras terminar un segundo doctorado con una tesis de un nivel de erudición atontizante, el Gobierno le había hecho la gracia de enviarle como miembro permanente de la peña que encasquetan a la Unesco. No sé si seguirá por allí. Si es así, me alegro por Barceló; no me extrañaría que le hubiera quitado gran parte del trabajo: se lo habrá pasado pipa echándole mano a la manguera. Bueno, a la manguera y a lo que hubiera menester. ¡Claro! Seguramente sea por eso por lo que el ministro Moratinos eludió hablar del presupuesto; la pintura es lo de menos: el verdadero escándalo estará en el gasto con las birras.


3 comentarios:

  1. Desde luego que los hay para salir corriendo. Seguro que habrá hecho buenas migas con Barceló, porque según me contó alguien en Barcelona, el tipo le daba con generosidad a las birras. Aunque ahora, como es tan famoso, a lo mejor se cuida. En cualquier caso, muy buena la historia -recuerda un poco a "Miedo y asco en las Vegas"- y muy ilustrativa de la caótica realidad que nos señorea. Por cierto, ¿cenaste ya con el Rey? Nos tienes que contar.

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  2. Muchas gracias. La verdad es que salvo alguna pequeña licencia literaria la historia es verídica punto por punto. No he querido revelar el nombre del diplomático, pero en la profesión es de sobra conocido: quien tenga a algún miembro del gremio a mano podrá comprobarlo. Incluso, después de escribir el artículo he encontrado en "El País" la reseña de su expulsión, la única que se recuerde en la historia moderna por parte de un país amigo.

    Con respecto a lo de la visita del Rey no hay nada que contar. La recepción coincidía exactamente con un concierto de la Bartoli en el "Opera House" al que pensaba acudir. Al final solo quedaban las entradas mas caras y me parecía un exceso tener que pagar treinta mil yenes. Cuando ya estaba decidido a ir a la recepción, nos llegó un ukase de la Embajada por el que se nos informaba de las condiciones draconianas del evento: nada de fotos, niños, indumentaria tal y cual, estar en el recinto esperando con treinta minutos de antelación... El motivo fundamental por el que yo quería ir era para mandarle a la abuela una foto del Rey con su nieto, así que pasé de todo.

    Me han contado que los reyes estaban destrozados de cansancio. Menudo plan: darle la mano a quinientos tíos uno tras de otro a pie firme tras haberse hecho quince mil kilómetros en avión.

    Al final parece que hubo fotos, niños y de todo. En fin, para otra vez, con un horario más decente (era a las siete de la noche) y con menos restricciones.

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  3. Por cierto, Paco: esperamos tu sesuda crítica artística a la inconmensurable obra de Barceló...

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