martes, 15 de febrero de 2011

Palos y velas por generación espontánea


Oigo a Icíar Bollaín decir que una cinematografía es un tesoro para cualquier país, que no nace por generación espontánea y que hay que cuidarla. Supongo que sus palabras se traducen en que, si queremos un buen cine (o unas buenas universidades, hospitales, bibliotecas), tenemos que poner dinero, más a ser posible.

Pienso en las cuarenta o cincuenta veces que he visto El sol del membrillo, cómo me he emociono cada vez, que me habría quedado sin ella de no haber sido subvencionada, y no puedo estar más de acuerdo con la señora directora.

Un día después leo esta noticia y me entero de que la industria cinematográfica pretende cobrar por la exhibición de sus tesoros nacionales en las aulas del país. Pienso: Perfecto, juguemos todos al mismo juego.

Liberalismo guay: paguemos y, a partir de ahora, que cada palo aguante su vela. El dinero de subvenciones a la creación cinematográfica, a los festivales y otras promociones peliculeras, para que los institutos financien esas exhibiciones. Seguro que, echando cuentas, hasta salimos ganando.


2 comentarios:

  1. Todo este tema, leía ayer, está tratado como si de un libro sólo leyeses las páginas centrales.Están empeñados en que los caminantes no cojan las peras que hay en los árboles del camino. Porque eso está feo, dicen, aunque nadie te vea.
    A propósito de, un vídeo graciosillo: http://www.youtube.com/watch?v=-l_eT9_gBOQ

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  2. Lo gracioso es que, como ha demostrado la industria discográfica, la gente está dispuesta a pagar; lo que pide es que, en lugar de hacerle ir a comprar las peras al mercado a veinte kilómetros, cobrarle el doble por la cajita de plástico y hacerle pagar un precio abusivo, quiere que se lo vendan junto al árbol, en el camino y a coste razonable. No me parece que sea tan difícil de entender.

    El caso es que si ofrecen películas de alta calidad por su precio real de mercado (muy bajo, habida cuenta de los pocos gastos de distribución e intermediarios), mantendrían el negocio. Lo que no han terminado de comprender es que los espectadores no les deben nada, sino que es al revés. Es algo muy similar a lo que sucedía en la URSS. Si eras un artista favorecido del régimen te daba igual que el público comprara tus producciones; mientras el Politburo estuviera contento, no había nada que decir. Si caías fuera de la esfera del poder, ya te podías poner a bailar la danza del vientre delante de la momia de Lenin que te morías de asco. Pues eso.

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