Paseando por algún país del norte de Europa me llamó la atención el que en las ventanas faltaran los visillos: "No hagas en tu casa aquello que no pueda ver tu vecino" parece ser que es la máxima en la que se basa esa higiénica costumbre.
Vivir en una casa de cristal era la ilusión de algún clásico francés. Ojala un día nos atrevamos a llevarla a uso común; y no tanto porque así cambien nuestros actos íntimos, sino porque de esa manera la mirada del vecino quizá se vuelva más tolerante con nuestros pecadillos privados, que también serán los suyos, -lujuria, gula, ira- y menos con los públicos -avaricia, estupidez, fanatismo-, que son los que de verdad convierten a las naciones en miserables e indefensas.
21.12.2024 – Langsam Gesprochene Nachrichten
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21.12.2024 – Langsam Gesprochene Nachrichten –
[image: Polizeiabsperrung nach Autoattacke auf Weihnachtsmarkt in Magdeburg]
Trainiere dein Hörverstehen mi...
Cuando apañé la casa de Alar, el mayor inconveniente que le ponían los vecinos es que se veía todo lo que pasaba dentro. Entonces yo les contestaba que es que yo nunca hacía guarradas dentro de casa. Ellos, entonces, componían una enigmática sonrisa. No se me alcanza qué clase de guarradas serán las que ellos quieren ocultar al escrutinio público. Pero me temo que lás únicas en las que incurren hasta la saciedad es comer a dos carrillos y colgarse de la televisión todo el santo día: de la telenovela de la uno al debate de intereconomía y vuelta a empezar.
ResponderEliminarBienvenido.
ResponderEliminarLa verdad es que no me gusta que me miren mientras me hurgo en la nariz,la comodidad de vivir a puertas cerradas es que no tienes espectadores mientras haces cosas que no harías por la calle ni en una playa nudista,es decir, todo lo relacionado con pipi, caca, culo y demás. Las comunas de la época hippy, entre otras cosas fallaron porque a nadie le gustaba ver a otro mientras se tiraba pedos o se refocilaba con tu amiga del alma. Esa idea que lanzas de hacer lo privado público y mejorar la sociedad, recuerda al mayo del 68.
No, por supuesto no me refiero a hacer las labores elementales biológicas en público, qué mal gusto; en las casas de los países protestantes no hay visillos, pero el retrete es como el de los católicos, y lo mismo los dormitorios. Pero me parece que esa falta de cortinajes en unos y la sobra en otros es algo que nos dice mucho de ambos. Los islandeses, pongamos -de los que tan poco se habla en estos días- no se han tomado con tanta resignación la crisis como nosotros; obligaron al gobierno a dimitir (el verdadero responsable de ella por no haber puesto freno a las locuras de los bancos) y la ciudadanía tomó las riendas de la recuperación. Este es un ejemplo extremo, pero creo que ese afán de hacer lo privado público tiene a su vez una cara inversa, de considerar lo público como cosa propia, de ahí que los casos de corrupción, por ejemplo, sean mucho más raros.
ResponderEliminarMe parece estupendo considerar lo público como cosa propia, seguramente todo funcionaría mejor, pero eso no creo que se relacione con las cortinas. En paises donde las horas de luz son escasas durante meses, es lógico que se construya con verre, es eso mejor que no pagar con dinero público viajes a países soleados para superar la depresión por excesiva oscuridad.
ResponderEliminarNo sé muy bien si será como dices. Por lo que he visto en esos países de los que hablamos incluso por la noche mucha gente no se preocupa de cerrar los cuarterones de las ventanas (que sí hay) y se puede ver perfectamente a los habitantes de la casa cenar. Por otro lado en los lugares de Galicia donde hay más de doscientos días nublados al año en ninguna casa faltan las cortinas.
ResponderEliminarAlgo habrá en todo ello, digo yo, con el autoafianzamiento del individuo. Lo preocupado que esté por lo que los demás puedan pensar de su vida privada, porque cree que eso condiciona mucho su vida. Es, en cierta medida, un estado prelógico del desarrollo mental.
ResponderEliminarCon esas cristaleras sin visillos estás caliente o fresco, según convenga a la estación, comodamente sentado en el jardín o en una terraza con vistas al tendido. Es mi humilde opinión.
Pues sí, en todas las sociedades más o menos Vicente va donde va la gente. Aunque te fastidie el no tener visillos, si todo el barrio lo hace tú no te atreves a ponerlos a menos que te dé más o menos lo que piensen de ti. Y para eso, ya se sabe, hay que ser R. Feynman o similar.
ResponderEliminarMe acabo de acordar de los párrafos de "Entre visillos" en los que Martín Gaite habla de los miradores que tanto se estilaban en la Salamanca de la primera mitad del XX: "Tienen un mirador que parece un coche parado". Esos miradores seguramente eran tanto para que te vieran como para ver.
Un cierto grado de exhibicionismo es comprensible en los humanos, pero vamos a ver, no creo que exista una persona razonablemente cuerda que le guste que le miren mientras anda desnuda por su casa rascándose el trasero o quitándose pelitos de los oídos como hacen muchos viejos o haciendo mil cosas que no son necesidades biológicas, como las define Jacobo, pero que producen gran placer y que solo hacemos en casa, sencillamente porque resulta mucho mas cómodo hacerlas si sabes que nadie te mira.
ResponderEliminarMe parece fascinante ver desde mi casa el entorno, no me importa comer o leer mientras puedo ser observada, pero el precio que pago por el paisaje metido en casa es la pérdida de privacidad que obliga a practicar repetidos desplazamientos a lugares de paredes opacas.
¿Le ponemos una cortina y la corremos a voluntad? Las hay baratas.
Yo cuando estaba soltero no tenía cortinas, más que nada porque soy muy vago y me daba una pereza enorme el medir la ventana, ir hasta el centro comercial, ponerlas, quitarlas para el lavado y cosas así. Ir de compras siempre me ha agobiado más que el apartarme de la ventana cuando me quitaba el pelo molesto de la nariz y tal.
ResponderEliminarLuego me casé y, claro, me plantaron las cortinas. Como tengo una señora hacendosa, se empeñó en rematarlas ella misma, del tamaño, forma, tejido y color que más le gustaban. Por aquellas fechas, a causa de esos compromisos sociales que uno tiene y que no puede o no sabe decir que no, la invitaron a una recepción de señoras de embajadores japoneses por el mundo. "¿Y qué está haciendo estos días usted?" Me le preguntaron. "Cortinas" Respondió ella. "¿Por qué se toma la molestia? ¿No sabe que en los almacenes tal lleva usted la tela y se las hacen a medida?" Ella por supuesto que lo sabía. Volvió a casa repitiendo aquella frase del Gran Gastby de cómo son los ricos.