sábado, 1 de noviembre de 2008

La reina roja

Pocos hay más puteros que los reyes, me soltó un día mi abuela recordando la visita de Alfonso Trece a los barrios bajos en vísperas de su histórico periplo por las Hurdes. Ella no había leído a Matt Ridley (The Red Queen), pero ya conocía una de las sabidurías mostrencas que aparecen tan bien explicadas en el libro: poder político y exceso sexual han ido siempre de la mano. La especie humana no es sino una máquina prodigiosa de éxito evolutivo. ¿Cuál ha sido el mecanismo que ha utilizado para ello? Uno de los más destacados, ése, precisamente: el líder de la tribu, a cuya habilidad de organizador o fuerza física el grupo debe la supervivencia, impone su supremacía sobre las hembras y así transmite y extiende sus genes privilegiados a la siguiente camada. Pero el resabio no murió en el África de 2001: los emperadores chinos se quejaban de la dura labor de verse obligados a cumplir diariamente con las dos reinas que los contables del harén les traían hasta el lecho después de haber comprobado en sus listas de períodos mestruales que eran ellas las más proclives al embarazo en esa fecha.
Al final parece que todo sencillo de explicar: la llamada de la jungla, picardías de la evolución biológica, simple y pura arqueología genética. Eso sí: vete tú ahora a Hillary, digamos, explícale teorías y dime qué te cuenta. Es que pasarse cincuenta años al lado de un señor vapuleado continuamente, con las hormonas reventadas a causa de la conducta del jodío antepasado medio mono, y hacerlo calladita... Una al final se lía la manta a la cabeza y salga el sol por donde sea. Además, ¿que los gays o las feministas continúan viviendo en los setenta, que ya se están poniendo verdaderamente plastas con sus continuas matracas sobre discriminaciones inexistentes? Perfectamente de acuerdo. ¿Que según la etimología de matrimonium a la unión de gente del mismo sexo habría que buscarle un nombre diferente? En desacuerdo, pero en desacuerdo respetuoso con una opinión que tiene más de estética que de ética, y sobre gustos, ya se sabe, hay mucho escrito, pero bastante poco leído.
Para qué lo voy a negar: a mí la Reina siempre me ha gustado. Su labor de ejemplo, de amor por las artes y la ciencia, me parece mucho más útil para el país que un pasarse la vida conduciendo cacharros ferolíticos o un exhibir cansino de pasiones de chico deportivo, futbolero, regatón y torerista. 
Acabo de leer la gracia de turno del tontito del PP (¿por qué será que hay tantos por allí?): Está libre el puesto de defensor de la Reina. Majestad, el tontito que no hable por los otros: usted aquí nos tiene; y a mandar.






3 comentarios:

  1. Much Ado About Nothing. Como tantas veces. Sobre todo cuando pintan bastos. Esfuerzos para despistar en definitiva. En cualquier caso, esta familia Real no me molesta. No son, creo, los que hacen peor el papel que se les encomienda. Y que ahora salga la Reina en plan Juvenal me parece de perlas. Hace falta meter un poco de polemica en todas esas verdades políticamente correctas que nos están carcomiendo. Lo de menos es que esté o no en lo cierto. I think.

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  2. Lo triste que le han colocado ya la etiqueta: "es de derechas". No podrá quitársela nunca en la vida, la pobre. Pues ella no tiene pensamiento propio, no. ¿Cómo va a tenerlo una reina? La monarquía tiene el pensamiento de "la derecha". ¡Qué felicidad para algunos!

    ¿Habrán leído bien sus declaraciones?

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  3. El asunto de fondo es ese: poca gente se ha detenido a leer las declaraciones con calma. La opinión de la Reina es la esperada en una señora de su edad y condición. Ni insulta a nadie, ni presenta sus ideas como dogmas, ni usa de ningún tipo de violencia verbal para sostener sus puntos de vista, algo que no se puede decir de bastantes de sus críticos. Si hoy en día cualquier tonto manifiesta su pensamiento sin tapujos, ¿por qué ella no va a poder hacer lo mismo? ¿Por qué no se pueden aceptar estas ideas como lo que son, y valorarlas y criticarlas sencillamente desde el respeto? Ese es uno de los problemas fundamentales de nuestro país: "O estás conmigo, o te machaco", y no hay término medio. Qué diferentes seríamos si pudiéramos convivir y aceptar a quienes opinan de forma diferente a nosotros o, si por lo menos, leyeramos más con calma y pensáramos un poco más lo leído.

    Se dice: "Los reyes no opinan". Esa frase demuestra lo poco que se ha pensado sobre la función de la monarquía. Esta institución, desde mi punto de vista, tiene dos objetivos: servir de símbolo, de puente entre la tradición y la modernidad y, sobre todo, con su ejemplo, ser un escaparate de valores fundamentales de la nación que no resultan "rentables": la promoción de las artes, la ciencia no aplicada y el fomento del respeto y la llamada de atención hacia el valor de los considerados parias sociales. Entre las funciones de la monarquía no se encuentra la necesidad de que sus miembros se conviertan en robots sin opinión ni sentimientos. En Japón, por ejemplo, la Emperatriz no puede decir en público que le gustan las peras, porque los productores de manzanas se sentirían molestos... ¿Hemos de pretender una asepsia similar en nuestros reyes? Si es así, apaga y vámonos.

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