jueves, 2 de diciembre de 2010

No me sean ratas con los genios


Hace una temporada le compré a mi hijo una sierrita, clavos de diferentes tamaños y un montón de maderas surtidas. Me las cortó primorosamente y me llenó el jardín -nuestro delicado jardín japonés- de formas graciosas: nos hablan de la densidad de la materia, de la insolubilidad y sublimilalidad del espacio, de la continuidad de las realidades, del pasado que se amalgama al presente y cómo este se imbrica a un futuro conjetural sin solubilidad de imbricamiento; merced al oxígeno, al hidrógeno, sustancias perfectas contextuadas tras aparecer la energía obstusa de la que todo ente mana, las formas matéricas conyugadas entre sí gracias al ser telúrico ferráceo -la lluvia cayó y aparecieron tonos primigenios de tintura ocre en sus formas- las oscuras y convulsas apariencias se transmutaton por obra de la sabia alquimia aunadas a la que obraban los dedos inefables de mi vástago.

En fin, cualquiera que haya leído lo anterior concluirá conmigo que tengo un genio entre manos y que el mundo no puede permitirse el villano lujo de malograrlo. ¿Qué sociedad humana sería tan insensible e ignorante para negarme a mí y a mi muchacho un chutecillo de dinerito público que le permita a él desarrollar sus insondables cualidades naturales, mantener cual merece, en toda su grandura, nuestro inefable jardín y, de paso, a su padre -servidor- un buen pasar mientras se ocupa del natural desarrollo del pequeño? A ver si de una vez y para siempre nos hacemos cultos, responsables y modernos. Digo.


2 comentarios:

  1. A propósito de arte, estoy leyendo "La carte et le territoire" de Michel Houellebecq. Creo que te podría dar pistas sobre cómo vender esa colección de obras de arte de la que alardeas con tanto conocimiento de causa. Claro que tratándose de Houellebecq siempre hay una hermosa mujer por medio. Como una especie de catalizador.

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  2. No, no, Dios me libre: yo no quiero vender esta colección de obras de arte magnífica: lo que deseo es que toda la humanidad pueda gozar de ellas -justiprecio mediante-, que se solace así y que reconozca la superioridad del genio.

    Claro, nada es gratis en la vida: esperamos que el gobierno (el japonés, el español, cualquier autónomo de los que la fortuna ha hecho tan pródiga nuestra patria) nos subvencione un ratito de modo que sigamos haciendo lo mismo (mi hijo sus maderitas y yo pues nada en particular).

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