Durante todo el invierno a un arbustito -una mera vara de palo- de una esquina de la terraza se le veía tan seco que cuando llegaba la hora del riego casi me parecía ridículo echarle a él también su pocico de agua. Ya llegó la primavera y para mí la alegría mayor, la sorpresa de la estación, es verle cubierto tan pimpante con sus hojas.
Los lectores habituales de estas líneas os habréis dado cuenta de algunos cambios. El primero, el título. Durante la semana santa, una temporada casi tan odiosa para mí como la navidad, pensé que sería bueno el bromear cambiando la palabra invocación por alguna otra, a ser posible estrafalaria y siempre en consonancia con la noticia principal del día. De la media docena de estos nombres me quedo con Bajo la roucovarelización de Venus, el que llevó durante viernes santo.
Terminada la semana, decidí rebautizar definitivamente mi blog y aquí tenéis el resultado. Bajo la invocación de Venus, fue producto de un deseo otoñal de florecimiento de lo mejor de la vida en la estación filosófica de los fríos. Me negaba a una denominación que tuviera que ver con la tierra esta en la que vivo. El motivo principal era, como siempre, la huida del tópico; pero también porque lo que realmente me apetece no es tanto recrearme -refocilarme- con este marco oriental en el que pasan los ratos de mi vida, sino ir más allá de él, y así encontrarme a mí mismo en un ambiente destemporal y atópico -ole los palabros-, algo que sólo es posible hallar dentro del mundo del arte, el pensamiento o la escritura.
Otro ha sido también el motivo de la redenominación: a partir de ahora quiero no tanto aburriros con reflexiones largas y sesudas, sino mediante entradas más breves y pictóricas (no pintorescas, el cielo nos libre) que consuman menos de mi tiempo y también de vuestra paciencia. Así, podré conseguir dos objetivos: mantener el hábito purgante, que diría el otro, adquirido durante este medio año y, al mismo tiempo, dejar más espacio para actividades menos placenteras, pero sí más urgentes, como son estas mías profesionales que me llevan a tan mal traer. Vaya, que el nuevo carácter del blog parecía simplemente exigir la mudanza onomástica.
En la cabecera del blog he querido ir mostrando por capricho ilustraciones diferentes, una nueva cada semana. La que veis ahora me da que será la definitiva; no puedo imaginar en ningún punto del universo conocido paisaje más poético o espléndido que el del rincón de la literatura griega de la biblioteca del Trinity College de Oxford .
A los no iniciados en los ritos de la Japonia les informaré casi telegráficamente de que nanbanjin (literalmente "bárbaro del sur") no era otra cosa que esos nuestros antepasados ibéricos de aquel siglo feliz que acabó a principios del XVII con la mayor efusión de sangre inocente que nunca se viera en estas islas.
Supongo que os agradará saber que por la ventana de la habitación desde la que os escribo -y que la semana que viene abandonaré para siempre- se ven los cerezos florecidos entre la verdura euforizante de los montes de Tanzawa. Éste es el paisaje que casi durante una década ha acompañado las mañanas de mi vida: quieran nuestros númenes que no tenga que echarle en falta. Como mamori (amuleto de la tierra) me llevo conmigo el arbustito al que no dejé de echarle agua: seguramente aprenderé más con él que con la tonelada de libros que, de aquí en siete días, tendré que acarrear tan tontamente.
Vale et valete.
Los lectores habituales de estas líneas os habréis dado cuenta de algunos cambios. El primero, el título. Durante la semana santa, una temporada casi tan odiosa para mí como la navidad, pensé que sería bueno el bromear cambiando la palabra invocación por alguna otra, a ser posible estrafalaria y siempre en consonancia con la noticia principal del día. De la media docena de estos nombres me quedo con Bajo la roucovarelización de Venus, el que llevó durante viernes santo.
Terminada la semana, decidí rebautizar definitivamente mi blog y aquí tenéis el resultado. Bajo la invocación de Venus, fue producto de un deseo otoñal de florecimiento de lo mejor de la vida en la estación filosófica de los fríos. Me negaba a una denominación que tuviera que ver con la tierra esta en la que vivo. El motivo principal era, como siempre, la huida del tópico; pero también porque lo que realmente me apetece no es tanto recrearme -refocilarme- con este marco oriental en el que pasan los ratos de mi vida, sino ir más allá de él, y así encontrarme a mí mismo en un ambiente destemporal y atópico -ole los palabros-, algo que sólo es posible hallar dentro del mundo del arte, el pensamiento o la escritura.
Otro ha sido también el motivo de la redenominación: a partir de ahora quiero no tanto aburriros con reflexiones largas y sesudas, sino mediante entradas más breves y pictóricas (no pintorescas, el cielo nos libre) que consuman menos de mi tiempo y también de vuestra paciencia. Así, podré conseguir dos objetivos: mantener el hábito purgante, que diría el otro, adquirido durante este medio año y, al mismo tiempo, dejar más espacio para actividades menos placenteras, pero sí más urgentes, como son estas mías profesionales que me llevan a tan mal traer. Vaya, que el nuevo carácter del blog parecía simplemente exigir la mudanza onomástica.
En la cabecera del blog he querido ir mostrando por capricho ilustraciones diferentes, una nueva cada semana. La que veis ahora me da que será la definitiva; no puedo imaginar en ningún punto del universo conocido paisaje más poético o espléndido que el del rincón de la literatura griega de la biblioteca del Trinity College de Oxford .
A los no iniciados en los ritos de la Japonia les informaré casi telegráficamente de que nanbanjin (literalmente "bárbaro del sur") no era otra cosa que esos nuestros antepasados ibéricos de aquel siglo feliz que acabó a principios del XVII con la mayor efusión de sangre inocente que nunca se viera en estas islas.
Supongo que os agradará saber que por la ventana de la habitación desde la que os escribo -y que la semana que viene abandonaré para siempre- se ven los cerezos florecidos entre la verdura euforizante de los montes de Tanzawa. Éste es el paisaje que casi durante una década ha acompañado las mañanas de mi vida: quieran nuestros númenes que no tenga que echarle en falta. Como mamori (amuleto de la tierra) me llevo conmigo el arbustito al que no dejé de echarle agua: seguramente aprenderé más con él que con la tonelada de libros que, de aquí en siete días, tendré que acarrear tan tontamente.
Vale et valete.
También yo, si miro por la ventana, veo los árboles del jardín florecidos. El ciruelo y el membrillero. En septiembre, cuando vengas,mostrarán en sazón el fruto cierto y podrás,si quieres, probar las ciruelas claudias. Con los membrillos, a lo mejor, hago dulce. Si supiera pintar haría un cuadro.
ResponderEliminarCon la tonelada de libros, please, haz un poco de "auto de fe". Aprovecha la inmejorable ocasión que para ello proporciona un traslado.
Tú bien sabes que me iría mañana mismo a ver en directo tu jardín. Habrá que esperar, pero ya me guardarás las ciruelas, que están de maravilla para el desayuno.
ResponderEliminarNo hace falta que pintes los membrillos: les puedes tocar la guitarra que seguro que, como les pasa a las vacas de Kobe, crecerán más en sazón.
Ya sabes que mi capítulo preferido del Quijote es el del escrutinio de los libros. Por desgracia no te he podido hacer caso: el seleccionarlos me llevaba demasiado tiempo, así que los he metido todos a la balumba y, con calma, en la nueva casa haré el espurgamiento. La hoguera, no: ya habrá tiempo para que el vecino me tome por majareta...