viernes, 30 de julio de 2010

¡Los bichos son nuestros y hacemos con ellos lo que nos sale del capullo!


Uno de los primeros destinos de Paz como maestra fue por Zamora, en Manganeses de la Polvorosa. Su padre, nativo de la zona, le dio un sabio consejo: "Con lo de la cabra, por Dios, ninguna broma."

En la clase de los niños de seis años había una granja entera de animales de plástico. Los críos, obviamente, pasaban de todos menos del pequeño bicho ungulado: lo subían por turnos una y otra vez a una torrecita de madera y con gran regocijo lo arrojaban desde allí. "Señorita, cuando yo sea quinto también tiraré la cabra." "Sí, hijo, sí." El himno nacional del pueblo, con el que atronaban la escuela periódicamente, era, por supuesto, "La cabra, la cabra, la puta de la cabra..."

¿Llamarán las Cortes de Castilla y León a antropólogos, veterinarios y expertos surtidos para discutir la mundialmente famosa fiesta? ¿Osarán prohibirla? Si algún día pierden la cabeza y se atreven, que Dios los ampare. Ya lo decía un vecino de mi barrio, octogenario, cuando lo de la gloriosa e inmortal gesta de los Papeles de Salamanca: "Luchamos una vez por la Patria y si se presenta otra ocasión nunca seremos demasiado viejos para empuñar las armas."


2 comentarios:

  1. ¡Bah! Qué decepción. La cabra no se estrella contra el suelo y hace ¡plaf! Tal como lo hacen, qué quieres que te diga, me parece una mariconada. Una degración de la simbología primigenia. ¿Qué sacrificio es tal si no hay que recoger la sangre con esponja y no se pueden analizar después las vísceras! En fin, llegados a esto, casi mejor que lo prohiban los políticos de turno.

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  2. ¡Y un cojón! ¡Que lo prohíban en tu pueblo si tienen pelotillas! En el mío hacemos lo que nos sale de la punta del nabo y no le damos explicaciones ni al Rey, ni al Papa, ni a la Guardia Civil. Menudos somos.

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