sábado, 24 de julio de 2010

Yul Bríner rencarnado


¡Aleluya, hermanos! ¡Ayer por la noche terminé la burocracia del próximo semestre!

Si hay algo que odie más que los exámenes, eso es escribir programas de asignaturas. Digamos las de conversación: me voy a encontrar el primer día en el mismo grupo desde muchachos que ya hablan el idioma hasta principiantes absolutos (sic); como hay pianistas bisoños que están convencidos de que aprender el solfeo es una pérdida de tiempo, también te encuentras con japonesitos que opinan que paqué la gramática, si ni se ve, ni se huele, ni se come. Así que, tendré que reescribir el temario a fin de conseguir lo imposible: acomodar a tanta variedad estudiántica, y lo que hice ayer no valdrá a la larga para nada. Pero hecho está y un peso que me he quitado de encima.

Por la mañana tuve que ir hasta la biblioteca de Atsugi. Hacía un calor tan horroroso que no pude superar la tentación de repetir lo que ya hice el verano último. Arriba tenéis el resultado: ¡se está tan fresquito!



3 comentarios:

  1. Santiago, las hay a las que las calvas las vuelven locas.
    Es la dialéctica de los opuestos. Lo "fresquito" y lo caliente, ya sabes.
    Cuídate.

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  2. Muchas gracias, Paco.

    Eso parece, sí. Mi abuelo materno, calvo desde los veinte años, parece que tenía un magnetismo estraño para las hembras gracias a la hermosa curvatura de su cráneo. Ahora que lo pienso: la curvatura, su tangente, el problema fundamental del cálculo, Newton... si es que no deja de tener sentido el que una calva las vuelva locas... :)

    Cuídate mucho tú también.

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  3. Claro, la primera derivada igualada a cero, máximos y mínimos. Y si igualas la segunda, puntos de infexión. Y así no hay quien se resista.

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