Treintañero empleado de multinacional nipona en España conoce a chica guapa. Se casan. Marchan a Japón. Ella, seis meses después, se levanta una mañana, sube en un avión y nunca más se supo.
He oído que, hace algunos años, esta historia era muy típica. Los españoles jovencillos que vienen por aquí me preguntan cómo puedo vivir en un país en el que a las ocho de la noche es difícil encontrar abierto por tu barrio algún garito. Muy sencillo: en encanta vivir con gente educada que ama la música y los libros.
A pesar de andar por un rincón perdido de esta tierra estoy rodeado de excelentes bibliotecas. Mi más querida es la de Atsugi. Las tardes de verano, cuando estoy libre, me voy para allá, cojo de la estantería un método del idioma que sea y veo atardecer desde mi asiento favorito. El cielo sin duda es algo así, pero a diario.
Vota reconvalescentiae trigae
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Postquam a quodam conventu Nebrissensi nuper celebrato domum reveni,
morbo Covid affecta sum. Quamquam nunc crebro non tussio neque pituita nasi
moles...
"Inmortales animae in bibliothecis loquuntur" dijo Plinio el Viejo. Contemplar el atardecer desde el asiento de una excelente biblioteca debe ser sin duda como estar en el cielo.
ResponderEliminarClaro que sí. Sólo pasear por Jinbocho, el barrio de librerías de Tokio, y encontrarse con un ejemplar de las cartas de Plinio el Joven y el Terencio de la Oxford por 24 euros -me pasó el viernes- se puede comparar...
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