Cuando llegué a Japón casi lo primero que hice fue buscar por las bibliotecas y librerías un buen manual de historia de la lengua japonesa en un idioma legible. No lo encontré.
Desde la publicación hará unos veinticinco años de The Japanese Language Through Time, de Samuel Martin, los estudios de lingüística histórica han sufrido una verdadera revolución, en gran parte gracias a él. No obstante hasta hoy mismo no existía libro alguno que nos introdujera de forma cabal en la disciplina: intentar comprender el mostruoso ladrillo de Martin podría llevar más tiempo que a él escribirlo -diez años- y los otros dos manuales básicos, Old Japanese, a Phonetic Reconstruction, la tesis doctoral de Marc Miyake, y Proto-Japanese, un volumen de artículos escritos por los más importantes especialistas, edición de Bjarke Frellesvig y John Whitman, son de difícil acceso para los no iniciados.
Hasta hoy mismo la opción más sensata que podía tomar cualquier no especialista preocupado por esta disciplina era leer con atención las notas de las clases del propio Frellesvig en la Universidad de Oxford, claras, bien escritas, aunque, como es lógico, esquemáticas: todo está en los libros y los apuntes, pero ir a las lecciones a veces no viene mal.
En fin, que esta mañana, cuando me ha llegado por el canal de Twitter de The Linguistic List la noticia de que Frellesvig acaba de publicar una historia general de la lengua japonesa he sentido una comprensible alegría y una envidia enorme por los jóvenes que pueden tener en sus manos una herramienta de valor incalculable con la que yo nunca conté.
Bueno, siempre estará ahí una página en español de Wikipedia escrita por algún gran genio anónimo hispanohablante. Si alguien le conoce, me le dé un gran premio de mi parte, ¿vale?
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A lo mejor sorprende que no hable de obras en japonés. Existen manuales excelentes de la historia externa del idioma, pero, hasta lo que yo sé, ninguno de la interna que dé cuenta de la investigación realizada en el último cuarto de siglo. Los autores toman dos posturas: o exponer su teoría personal o hablar de las "canónicas" japonesas, como la de Hashimoto o Hattori, y si acaso hacen una referencia mínima a alguna idea moderna (los estudios de Serafim o Vovin, las tesis doctorales de Unger o Whitman y muy rara vez el tocho de Martin, que, quizá por su difícil lectura, ha tenido menor recepción aquí de lo que se debería esperar).
ResponderEliminarNo es que en Japón no haya investigadores extraordinarios: los hay, y publican periódicamente en revistas de alto nivel (Kokugo, por ejemplo, que hace cuatro o cinco años cambió su nombre, tras polémica, a Nihongo); lo que sucede es que, hasta donde llegan mis conocimientos, no hay ningún manual que presente, como el nuevo de Frellesvig, una visión clara de los nuevos avances. Si lo hubiera y alguien que lea esto puede sacarme de mi error, le agradecería que me lo hiciera saber.
Palabras mayores
ResponderEliminarNo estaría mal que algún día aclarases algo sobre el origen de la lengua japonesa, asunto del que parece no haber consenso todavía. Pues más que la evolución de la fonética del protojapónico al japonés moderno, creo que interesa -a mí al menos- el asunto de si es una lengua de origen altaico-coreano, malayo-polinésico o de dónde demonios ha salido.
ResponderEliminarGracias a los dos por vuestras palabras. Con respecto al origen de la lengua japonesa mi opinión particular es que no se puede argumentar de momento nada y eso por dos motivos.
ResponderEliminarPrimero: todavía la investigación en el campo del proto-japónico (sobre todo en sintaxis) está verde. El súper-proyecto de que lleva Frellesvig con la ayuda de gente muy notable -Kerry Russel, por ejemplo- puede aportar luz, pero nunca se sabrá cuánta hasta que no se termine.
Por otro lado está el problema de las familias con las que hay que comparar. Lo único que podemos decir a ciencia cierta gracias al trabajo ejemplar de Vovin en la reconstrucción del proto-ainu es que con este idioma no hay ninguna relación en absoluto. En el campo de las lenguas oceánicas, de la reconstrucción de sus protolenguas, queda un trabajo inmenso por hacer, un trabajo que sin duda en esta generación no se terminará. Por el otro lado el campo del altaico es una jaula de grillos: la reconstrucción estándar del proto-altaico canónico de Poppe está ya desprestigiada y ningún nuevo modelo que haya conseguido consenso ha tomado el testigo. Hay quien llega a decir incluso que no existe realmente una familia altaica desde el punto de vista genético, sino que habría que remontarse a dos protolenguas. He leído casi todos los trabajos de Alexander Vovin al respecto (un altaísta convertido en japonólogo, hoy en Hawaii) y opina más o menos eso: que queda mucho que trabajar hasta que podamos hablar de relaciones genéticas del japonés dentro de las lenguas llamadas altaicas. El famoso trabajo de Miller de 1980 (Japanese and other Altaic Languages) también está completamente desprestigiado, sobre todo después de la crítica demoledora de Unger (Japanese and what Other Altaic Languages?). Hay cosas muy graciosas: Miller consideraba cognados "vagina" en una lengua y "oreja" en otra y reconstruía una protoforma para "agujero" o algo así: con bases teóricas de ese tipo podríamos concluir que el bable y el tasmano nacieron de un antepasado común.
Las relaciones horizontales entre el coreano y el japonés son evidentes, pero, ¿se deben a préstamos o a relaciones de parentesco? Whitman, por ejemplo, en su tesis de mediados de los ochenta presentó argumentos en apariencia muy convincentes sobre los que se basa toda la teoría. Cuando la leí hace unos cinco o seis años a mí me convenció, pero hoy ya no estoy tan seguro. Es que los restos de las lenguas coreanas antiguas son tan parciales que usándolos se puede argumentar casi cualquier cosa. En su último artículo que escribió con Frellesvig sobre las vocales de la supuesta proto-lengua común ya es más cauto y no se define si esas conexiones son genéticas o no: se limita a constatarlas sin hacer una valoración.
Hay un tercer campo del que pueden venir avances inesperados: la teoría de los pidjins y las lenguas criollas. Hay un postulado que se basa en indicios arqueológicos que sostiene que del mismo modo que la cultura el idioma sería producto de una hibridización de un elemento continental (altaico?) y de otro oceánico. Desde mi punto de vista particular esta visión encaja muy bien con los fenómenos que vemos en la morfología del proto-verbo: cambios muy profundos, rápidos y de difícil explicación si no es echando mano a un fenómeno radical como éste de desarrollo del idioma desde un tipo de pidjin comercial en las relaciones marítimas. También hay otro modelo que a mí me gusta: una lengua no necesariamente de mezcla, sino con una sola raíz, que se ha simplificado -tipo proto-rumano o proto-swahili- y que luego se ha convertido en una generación o dos en la lengua nativa de toda una comunidad.
Soy excéptico, pero pudiera ser que por un campo o por otro (las lenguas en contacto, la arqueología, los avancen en proto-lengua o en teoría de pidjin) salte la liebre. Hasta entonces, lo más prudente es considerar al japonés como una lengua aislada que ha sufrido presiones prehistóricas de las lenguas del continente (de eso no hay duda). Ir más allá es pura especulación.
Caramba, estás muy puesto en este complicado laberinto. Y veo que, efectivamente, sigue siendo un campo abierto a la investigación. Espero que ésta siga y, como dices, algún día salte la liebre...
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