domingo, 26 de diciembre de 2010

Miembro honorario de la SGAE


No hay nada como pensar. Ayer lo hice un minuto y me convencieron los de la ley Sinde, la SGAE y todo eso. Vamos a ver. Yo me compro un CD de Joselito y lo puedo escuchar en casa, pero si lo pongo en la comunión del niño de mi primo, la peluquería de Marirrosi o el bar de mi colega el Barbas, hay que pagar; nada más lógico. Me compro una obra de teatro, la leo antes de dormir y no pasa nada; pero si la represento con mi hijo en la función de cole o con los estudiantes en la fiesta de la uni, hay que pagar. Nada más justo.

Estupendo. Yo enseño a un estudiante inglés -digamos-, él lee el periódico en su casa y sin problemas; pero es que luego, el muy ladino, va y se hace traductor jurado, funcionario de la UNESCO o intérprete de Obama, ¡usa públicamente lo que le enseñé, gana con eso más que yo y encima no me paga un duro! ¿Qué te digo de un colega músico que su antiguo alumno se hizo concertista de fama y levanta veinte veces más que su maestro? ¿Y el pobre desgraciaíto, profesor de ese máster de administración de empresas cuyos estudiantes, repartidos por el mundo se lo llevan en crudo cada mes?

Ya he hecho cuentas: con los años que estoy en el oficio, si todos mis estudiantes licenciados me pasan un cinquito por cien de lo que ganan haciendo uso público de sus conocimientos -por cuya adquisición pagaron injustamente sólo una vez cuando hicieron la matrícula- ya tengo para los restos. Qué digo yo: y mi hijo y mis nietos. ¿No dura lo del copyright cincuenta años tras la muerte del artista?



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