El miércoles pasado, gracias a la divinidad que protege tal día semanero, tuve una jornada estupenda. Como me marcharé al simposio de Salamanca el mes que viene, debía recoger mi "visado de reentrada". Resulta que cuando uno vuelve a Japón del extranjero necesita un sello en su pasaporte que -supongo- avisa a los funcionarios de inmigración de que ese elemento es "persona grata", digna de vivir en el país, vaya. Pues para cumplimentar ese engorro tuve que tomar el tren durante media hora y marcharme hasta la hermosa ciudad de Shinjurigaoka, donde están las oficinas que tengo más a mano.
Aprovechando mi cercanía a Tokyo pasé toda la jornada de acá para allá en "la gran mandarina", como he oído que la llaman, por semejanza, me imagino, con "The big apple", que es Manhattan. Creo que ya he cantado suficientemente las alabanzas de la metrópolis en alguna otra parte. Si no es así, no faltará ocasión. En cualquier caso para mí una oportunidad de visitar Tokyo es motivo de distracción, esparcimiento y aprendizaje. Nunca acaba uno de descubrir rincones, paisajes, o gente. A los que me hablan de lo horroroso de las grandes aglomeraciones de personal contemporáneas siempre les recomiendo que se busquen algún libro informado (The Atlas of London podría servir perfectamente) para que se enteren de lo que era la vida en esas orbes hasta el siglo diecinueve, concretamente, hasta que se hizo lujo popular el alcantarillado público. Seguramente si a un "manolo" madrileño de finales del dieciocho lo trasplantáramos ahora sin explicar nada al Paseo de Recoletos pensaría que se le había hecho realidad la frase manida esa de "De Madrid al Cielo".
En fin, que lo que yo quería decir con los Cerros de Úbeda de arriba es que me pasé el día en Tokyo y que de todas las cosas buenas que me ocurrieron una de las mejores es que, acompañado de cinco graciosas damas, un amable profe argentino del Centro me enseñó el Cervantes. Algún otro día analizaré si merezco de verdad esta bendición que de vez en cuando me acontece: el verme rodeado de las graciosas féminas hispánicas que moran en estas tierras. La verdad es que no sé cómo me lo hago y desde aquí a los dioses de occidente o a los de oriente, a los que corresponda, doy las gracias. El caso es que, aunque sin duda lo mejor fue la compañía, el Instituto me sorprendió, para lo bueno, y aquí ahora quiero contar un poco la visita.
Hace ya demasiados años -en el verano del 94- mi amigo y colega Marc Rigaudis, egregio novelista y fotógrafo, me invitó a un coloquio que sobre su libro de relatos Ito san celebraba en la Maison Franco-Japonaise de Tokyo. Cuando llegué al sitio me puse verde de envidia: un lugar precioso, en pleno centro de la ciudad, amplio, elegante, lleno de vida, de cultura francesa, con su cafetería y jardincito donde uno casi se olvidaba del ruido de los coches y de las otras inconveniencias que, a pesar de las loas que hice antes de la gran ciudad, inevitablemente ésta trae. Para saciar en su librería la sed de lectura gala que de vez en cuando me asalta, alguna otra vez he visitado esa "Maison"; pero me dolía acercarme por allí, y no por otra cosa sino por la comparación, o sea, por la realidad de que España, el español, más bien, no contaba con ningún espacio ni de lejos, similar al que disfrutaban los franceses.
Pues bueno, esto se ha acabado: me parece que, a partir de ahora sí podré visitar el Instituto Francés, el Goethe, el Centro Italiano y cualquier otro que me apetezca sin que se me tenga que caer ningún anillo debido a mi condición de hispano. El Cervantes de Tokyo es un sitio de verdad muy digno, por la zona en la que está, por su estructura y su tamaño, por el cuidado con el que se ha diseñado y, sobre todo -de lo que he podido conocer- por el personal que lo maneja. Mi loa de esto último va motivada por la política que parece ser que sigue la dirección: no primar en absoluto lo español sobre lo transantlántico. Nos contaba nuestro guía -un argentino con un gran charme porteño- que allí no se escondían acentos, orígenes o modismos. Un hurra por el señor director. A pesar de que soy español, me siento estomagado por el imperialismo ridículo que en la mayor parte de las universidades de esta tierra pinta a la hora de la lengua de Cervantes: el español es cosa de España y punto. Pues, hombre, gracias al noventa por ciento de la gente que habla con acento sudaquillo, pringaditos como yo gozamos de un buen pasar enseñando lo que hablamos. ¿Es que alguien se imagina que si solamente los peninsulares usaramos el castellano el mundo iba a tomarse tantas molestias para aprenderlo? Yo, personalmente, siento una gratitud enorme por esas multitudes de hispanoamericanos que con tantos acentos diferentes hablan con una sintaxis similar a la mía, aunque con entonaciones varias. No lo haré, pero si me pusiera a especular en qué sería nuestra literatura si no existieran Garcías Márquezes y tal, pues podrían darnos las uvas.
El Cervantes de Tokyo se completa con los espacios habituales en escuelas de este tipo: biblioteca -muy amplia-, bar -por desgracia, y como manda la tradición hispánica, todavía en obras-, librería y salón de actos. Sólo hay dos pegas que se le pueden poner; una leve y la otra, no tanto: el salón de actos cuenta con doscientas plazas escasas. En una ciudad como ésta en cuatro días no va a dar abasto. Posiblemente dado el espacio y el presupuesto no quedaba más remedio que hacerlo así. La segunda pega es de mucho más calado. El Cervantes, en lugar de organizar su librería desde cero optó por otorgar la contrata a una ya establecida en Tokyo desde hace años. Esta librería ha cerrado su otra sede y ahora lleva la del Centro. El stock con el que cuenta es lamentable: la cuarta parte son best-sellers traduccidos del inglés, la presencia de los clásicos (incluso de los contemporáneos es ridícula), de los poetas, otro tanto de los mismo, y los precios están inflados sin piedad alguna. Supongo que a estas críticas se me contestará que, qué remedio, la librería tiene en sus estantes aquello que se vende, y que con respecto a los precios, su nivel va determinado por el de los costos de transporte y el actual cambio terrorista del euro. Bueno, si alguien me responde así le aconsejaría que se acercara hasta Jimbocho y que diera un vistazo a la librería "Italia Shobo", con los estantes repletos de excelente literatura y a precios mucho más razonables que los de la que tratamos. Si "Italia Shobo" ha sido rentable durante tantos años con esa política de "stock" y precios ¿por qué una con las condiciones tan favorables como la del Cervantes no mantiene otra similar? Misterio.
En definitiva: muchas felicidades a la dirección del Cervantes de Tokyo por sus sabias elecciones, a la gente que lo anima y a todos los hispano-hablantes que vivimos en esta tierra, que tanto tiempo hemos esperado.
Aprovechando mi cercanía a Tokyo pasé toda la jornada de acá para allá en "la gran mandarina", como he oído que la llaman, por semejanza, me imagino, con "The big apple", que es Manhattan. Creo que ya he cantado suficientemente las alabanzas de la metrópolis en alguna otra parte. Si no es así, no faltará ocasión. En cualquier caso para mí una oportunidad de visitar Tokyo es motivo de distracción, esparcimiento y aprendizaje. Nunca acaba uno de descubrir rincones, paisajes, o gente. A los que me hablan de lo horroroso de las grandes aglomeraciones de personal contemporáneas siempre les recomiendo que se busquen algún libro informado (The Atlas of London podría servir perfectamente) para que se enteren de lo que era la vida en esas orbes hasta el siglo diecinueve, concretamente, hasta que se hizo lujo popular el alcantarillado público. Seguramente si a un "manolo" madrileño de finales del dieciocho lo trasplantáramos ahora sin explicar nada al Paseo de Recoletos pensaría que se le había hecho realidad la frase manida esa de "De Madrid al Cielo".
En fin, que lo que yo quería decir con los Cerros de Úbeda de arriba es que me pasé el día en Tokyo y que de todas las cosas buenas que me ocurrieron una de las mejores es que, acompañado de cinco graciosas damas, un amable profe argentino del Centro me enseñó el Cervantes. Algún otro día analizaré si merezco de verdad esta bendición que de vez en cuando me acontece: el verme rodeado de las graciosas féminas hispánicas que moran en estas tierras. La verdad es que no sé cómo me lo hago y desde aquí a los dioses de occidente o a los de oriente, a los que corresponda, doy las gracias. El caso es que, aunque sin duda lo mejor fue la compañía, el Instituto me sorprendió, para lo bueno, y aquí ahora quiero contar un poco la visita.
Hace ya demasiados años -en el verano del 94- mi amigo y colega Marc Rigaudis, egregio novelista y fotógrafo, me invitó a un coloquio que sobre su libro de relatos Ito san celebraba en la Maison Franco-Japonaise de Tokyo. Cuando llegué al sitio me puse verde de envidia: un lugar precioso, en pleno centro de la ciudad, amplio, elegante, lleno de vida, de cultura francesa, con su cafetería y jardincito donde uno casi se olvidaba del ruido de los coches y de las otras inconveniencias que, a pesar de las loas que hice antes de la gran ciudad, inevitablemente ésta trae. Para saciar en su librería la sed de lectura gala que de vez en cuando me asalta, alguna otra vez he visitado esa "Maison"; pero me dolía acercarme por allí, y no por otra cosa sino por la comparación, o sea, por la realidad de que España, el español, más bien, no contaba con ningún espacio ni de lejos, similar al que disfrutaban los franceses.
Pues bueno, esto se ha acabado: me parece que, a partir de ahora sí podré visitar el Instituto Francés, el Goethe, el Centro Italiano y cualquier otro que me apetezca sin que se me tenga que caer ningún anillo debido a mi condición de hispano. El Cervantes de Tokyo es un sitio de verdad muy digno, por la zona en la que está, por su estructura y su tamaño, por el cuidado con el que se ha diseñado y, sobre todo -de lo que he podido conocer- por el personal que lo maneja. Mi loa de esto último va motivada por la política que parece ser que sigue la dirección: no primar en absoluto lo español sobre lo transantlántico. Nos contaba nuestro guía -un argentino con un gran charme porteño- que allí no se escondían acentos, orígenes o modismos. Un hurra por el señor director. A pesar de que soy español, me siento estomagado por el imperialismo ridículo que en la mayor parte de las universidades de esta tierra pinta a la hora de la lengua de Cervantes: el español es cosa de España y punto. Pues, hombre, gracias al noventa por ciento de la gente que habla con acento sudaquillo, pringaditos como yo gozamos de un buen pasar enseñando lo que hablamos. ¿Es que alguien se imagina que si solamente los peninsulares usaramos el castellano el mundo iba a tomarse tantas molestias para aprenderlo? Yo, personalmente, siento una gratitud enorme por esas multitudes de hispanoamericanos que con tantos acentos diferentes hablan con una sintaxis similar a la mía, aunque con entonaciones varias. No lo haré, pero si me pusiera a especular en qué sería nuestra literatura si no existieran Garcías Márquezes y tal, pues podrían darnos las uvas.
El Cervantes de Tokyo se completa con los espacios habituales en escuelas de este tipo: biblioteca -muy amplia-, bar -por desgracia, y como manda la tradición hispánica, todavía en obras-, librería y salón de actos. Sólo hay dos pegas que se le pueden poner; una leve y la otra, no tanto: el salón de actos cuenta con doscientas plazas escasas. En una ciudad como ésta en cuatro días no va a dar abasto. Posiblemente dado el espacio y el presupuesto no quedaba más remedio que hacerlo así. La segunda pega es de mucho más calado. El Cervantes, en lugar de organizar su librería desde cero optó por otorgar la contrata a una ya establecida en Tokyo desde hace años. Esta librería ha cerrado su otra sede y ahora lleva la del Centro. El stock con el que cuenta es lamentable: la cuarta parte son best-sellers traduccidos del inglés, la presencia de los clásicos (incluso de los contemporáneos es ridícula), de los poetas, otro tanto de los mismo, y los precios están inflados sin piedad alguna. Supongo que a estas críticas se me contestará que, qué remedio, la librería tiene en sus estantes aquello que se vende, y que con respecto a los precios, su nivel va determinado por el de los costos de transporte y el actual cambio terrorista del euro. Bueno, si alguien me responde así le aconsejaría que se acercara hasta Jimbocho y que diera un vistazo a la librería "Italia Shobo", con los estantes repletos de excelente literatura y a precios mucho más razonables que los de la que tratamos. Si "Italia Shobo" ha sido rentable durante tantos años con esa política de "stock" y precios ¿por qué una con las condiciones tan favorables como la del Cervantes no mantiene otra similar? Misterio.
En definitiva: muchas felicidades a la dirección del Cervantes de Tokyo por sus sabias elecciones, a la gente que lo anima y a todos los hispano-hablantes que vivimos en esta tierra, que tanto tiempo hemos esperado.
Eso de gastarse dinero del estado para que los extranjeros puedan estudiar nuestro idioma me parece un atraso. Mas valdria que lo usaran en mejorar las pensiones, que algunos no llegamos ni a final de mes. Articulos como este que fomentan estas cosas me parecen una verguenza.
ResponderEliminarRicardo Pasiego
El comentario de Ricardo Pasiego muestra a la perfección el porqué de que no haya habido hasta ahora una representación cultural española en ciudades como Tokyo.Es que en España, para mal de todos, hay demaseada gente que piensa como Don Ricardo, cosa que por otra parte me extaña en él siendo, o llamándose, Pasiego. es exactamente eso que los catalanes llaman con tanto orgullo pujolero, "el peix al cove", sin pensar que hay vida más allá de mañana. ¿Se ha preguntado Don Ricardo cuántos españoles viven del idioma? Yo conozco un montón. ¿O acaso, Don Ricardo dice esas cosas que dice con el único ánimo de provocar polémica? En tal caso no sé si habrá escogido la mejor vía.
ResponderEliminarUn beso de una de las "graciosas féminas hispánicas ", para más señas paisana tuya.
ResponderEliminarDon Francisco: A mí no me parece mal que tantos españoles como usted bien dice se ganen la vida enseñando nuestra gloriosa lengua nacional, sin duda la más rica y hermosa desde del Imperio Romano. Lo que creo que es un escándalo es el que nosotros tengamos que pagar por ello. Este Instituto ¿con dinero de quién se ha construido? Con el suyo y el mío. Si usted o yo queremos aprender japonés ¿nos pagarán las clases los japoneses? No. Poco antes de pasar yo a la reserva se me envió a perfeccionar mi francés a la "Ecole Politecnique ". ¿Quién soltó entonces los francos? El glorioso Ejercito Español, no el Francés, faltaría más.
ResponderEliminarSi a mí me parece maravilloso que los japoneses aprendan español: así tiene que ser. Pero que lo paguen con su dinero: que hagan universidades, institutos y escuelas, que apoquinen, que para eso les sobra el dinero, no como a nosotros, que andamos con lo justo.
Ricardo Pasiego
Por no aparecer como anónimo escribo este comentario con el nombre y dirección de un blog que inicié y despue´s abandone´. Está inactivo y muchas de las fotos la reproduje en el nuevo.
ResponderEliminarEs una pena que un señor como don Ricardo, militar, por lo que se ve, diga lo que dice; o quizá mejor que no haya habido nadie que le haya podido explicar las ventajas (incluso económicas) de los institutos Cervantes.
Igual que muchos piensan de los gastos de los museos, de las investigaciones, de los profesores...
Una pena.
Don Ricardo, perdone que insista, pero es que me he acordado que cuando niño veía como los pescadores que había en el muelle de Santander arrojaban al mar grandes cantidades de cebo antes de echar el anzuelo. A esa operación de atracción de pesca le llamaban macizar. La perdida de cebo era compensada con creces por la ganancia de pesca. En fin, no sé si la comparación valdrá, pero me parece que la diseminación de esos Institutos Cervantes son una especie de macizage para atraer estudiantes que darán trabajo a muchos españoles con lo cual, entre otras cosas, se ayudará a asegurar la pervivencia de las pensiones. En definitiva, en mi modesta opinión, creo que esos Institutos son una buena inversión. Y si los japoneses no lo hacen es, supongo, porque tienen infinidad de recursos de los que nosotros carecemos. La alta tecnología y todo eso. Nosotros, pinchos, raciones y cazuelitas, a las que desde hace una temporada añadimos la enseñanza del idioma español. Cada cual se las arregla como puede.
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