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El Japón que vivió Borges gracias a su relación, quizá amorosa, con María Kodama acabó siendo, junto a los creados por la matemática y la filosofía, uno más de sus laberintos personales. Este nuevo dédalo estaba construido por elementos queridos para él, los mismos que constituían la realidad delicada de su amada Inglaterra: los pequeños objetos cotidianos (una pieza de ajedrez, el jardín, la brújula, el alba, en el primer caso; una ficha de go, el templo shinto, el espejo o la espada, la tarde, en el otro).
En la visión particular de Japón del gran poeta argentino no existe mención alguna de los avatares históricos del país insular del Oriente, de su literatura (de la que él tenía conocimiento: Ise Monogatari se contaba, en su apreciación, entre una de las obras principales de la literatura universal). Silencia cualquier referencia a la vida del país contemporáneo. Borges elige un Japón íntimo, a la propia medida de su sensibilidad: más que de la influencia de lo japonés en Borges podríamos hablar de la borgeización de los elementos culturales que entran en contacto con él en su viaje. Lo japonés que aparece en esta poesía no altera, no cuestiona el mundo interior del poeta; se acomoda a él. El go toma su puesto junto a los otros laberintos de su vida y su obra, el Shinto adquiere un sentido nuevo adaptado a su visión filosófica del mundo, los elementos naturales y cotidianos que tanto le conmueven lo hacen en la misma medida a los de la "dulce Inglaterra".
¿Es el Japón de Borges un mundo absolutamente asimilado a su visión personal? Sí y no. Sí, según se ha argumentado antes. Con todo "en ese laberinto no me fue dado penetrar". Como un indio pampa, esos que "Veían y tocaban esas cosas, no menos raras para ellos que para nosotros Manhattan, y volvían a su desierto", seguramente regresó a su Argentina donde en cinco magistrales poemas evocó una isla lejana, tan querida al final de su vida, quizá como su" amada Inglaterra".
El Japón que vivió Borges gracias a su relación, quizá amorosa, con María Kodama acabó siendo, junto a los creados por la matemática y la filosofía, uno más de sus laberintos personales. Este nuevo dédalo estaba construido por elementos queridos para él, los mismos que constituían la realidad delicada de su amada Inglaterra: los pequeños objetos cotidianos (una pieza de ajedrez, el jardín, la brújula, el alba, en el primer caso; una ficha de go, el templo shinto, el espejo o la espada, la tarde, en el otro).
En la visión particular de Japón del gran poeta argentino no existe mención alguna de los avatares históricos del país insular del Oriente, de su literatura (de la que él tenía conocimiento: Ise Monogatari se contaba, en su apreciación, entre una de las obras principales de la literatura universal). Silencia cualquier referencia a la vida del país contemporáneo. Borges elige un Japón íntimo, a la propia medida de su sensibilidad: más que de la influencia de lo japonés en Borges podríamos hablar de la borgeización de los elementos culturales que entran en contacto con él en su viaje. Lo japonés que aparece en esta poesía no altera, no cuestiona el mundo interior del poeta; se acomoda a él. El go toma su puesto junto a los otros laberintos de su vida y su obra, el Shinto adquiere un sentido nuevo adaptado a su visión filosófica del mundo, los elementos naturales y cotidianos que tanto le conmueven lo hacen en la misma medida a los de la "dulce Inglaterra".
¿Es el Japón de Borges un mundo absolutamente asimilado a su visión personal? Sí y no. Sí, según se ha argumentado antes. Con todo "en ese laberinto no me fue dado penetrar". Como un indio pampa, esos que "Veían y tocaban esas cosas, no menos raras para ellos que para nosotros Manhattan, y volvían a su desierto", seguramente regresó a su Argentina donde en cinco magistrales poemas evocó una isla lejana, tan querida al final de su vida, quizá como su" amada Inglaterra".
Seria mejor que hubieras puesto todo el articulo en un solo post. Asi engorroso de leer.
ResponderEliminarMira a ver de arreglar la cosa
Kasiopea
Yo recomiendo la biografía de Borges de Marcos Ricardo Barnatán. En ella se argumenta que, hasta conocer a María Kodama Borges era impotente y que dejó de serlo de la noche a la mañana. Hay mucha más carnaza, pero no quiero destripar el libro.
ResponderEliminarElpicio Matas
¿A santo de qué tiene que escribir Vd. tanto de extranjeros y no lo hace de nuestras glorias nacionales, como Galdós, Benavente, Azorín, Cela y tantos otros que gran gloria han dado a nuestra España?
ResponderEliminarRicardo Pasiego