domingo, 4 de noviembre de 2007

A propósito de cinco poemas de La cifra. Borges y Japón IV


Diecisiete haiku siguen. Los temas son variados: la tarde, la montaña, la noche, el sueño, el alba, la música, los almendros, libros, piezas en el tablero, desierto y aurora, espada, la muerte, la mano, espejo, luna, luciérnaga, ruiseñor, el olvido. Elementos naturales o, de nuevo, pequeños objetos cotidianos. La única realidad "transcendente" que se nos presenta aquí es la muerte. Estos pequeños poemas están construidos sobre una estructura silábica consagrada: tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente. Como en el resto de la tradición del haiku en español (una tradición que cuenta ya con casi un siglo de cultivo), el poeta buscará la simplicidad, el efecto de lo sencillo, de la sensibilidad de lo común. Personalmente diré que, si bien existen haiku meritorios en lengua castellana (ejemplos son algunos de estos), a quien conoce aunque sea mínimamente la realidad del Haiku japonés la tradición de este verso en lenguas occidentales le deja una sensación de vacío. De nuevo desde mi punto de vista personal -argumentable, obviamente- el mérito del haiku original en japonés nace de su sencillez, sí, de su simplicidad, pero de una simplicidad más aparente que real. En Occidente la poesía se construye entreverando dos niveles: fónico ("la palabra que quiere transformarse en música") y el semántico. En la japonesa, especialmente en el haiku, aparece un nivel intermedio que añade referencias nuevas, connotaciones, juegos y relaciones inesperadas entre expresión y contenido: el nivel gráfico, el que produce la elección de ideogramas, de los kanji. Estos kanji introducen nuevas conexiones sintagmáticas y paradigmáticas en la estructura del poema que multiplican exponencialmente las posibilidades expresivas. Un haiku escrito en una lengua occidental consta de dos dimensiones, tendrá -permítase la metáfora- una proyección plana; el japonés, al añadir una tercera, se convierte en una construcción cúbica, prismática, -al menos en potencia- mucho más compleja. Hace más de una década intenté servirme de estos textos mismos en una clase de cultura española para mis alumnos de la Universidad Tōkai. Quise hablar de la influencia de la literatura japonesa y sus formas en la de lengua española. Aunque mis estudiantes comprendían perfectamente el contenido de los poemas, eran incapaces de apreciarlos como literatura: no entendían, de un lado, qué conexión podría existir entre los haiku originales japoneses, cómo el profesor podía argumentar que las composiciones en castellano guardaran ninguna relación de parentesco con las de su propia lengua, la de los estudiantes. Todos, sin excepción, manifestaban una sensación de "vacío", se les hacían "demasiado prosaicos".

Finalmente, el poema (más bien la prosa poética) con la que concluye el periplo literario de Jorge Luis Borges por la cultura japonesa, "Nihon": Russell y la teoría del infinito matemático, Spinoza y los orbes sin límite, laberintos ambos en los que "no me fue dado penetrar". Japón se muestra también como el tercer "delicado laberinto", al que -por sugerencia deducimos- no le ha sido tampoco posible acceder. El poema termina con la evocación castiza de los indios pampas, los que se acercaban a la guarnición de Junín para ver y tocar objetos cotidianos -para los "civilizados"- que ellos nunca habían visto, y volvían a su desierto.

1 comentario:

  1. Cuando vas a terminar con este rollo? Dura mas que un dia sin pan?



    Arroba

    ResponderEliminar


Entradas populares

Vistas de página en total