Hace unos días, mirando un blog que recomiendo muy encarecidamente, el de mi amigo Moisés, el Fotero, me encontré con unas imágenes rotundas de membrillos en su otoñal esplendor. Las fotos de Moisés son siempre una delicia para la vista; éstas me evocaron también otra: la película El Sol del Membrillo, de Víctor Érice.
Los dos primeros largometrajes de egregio director español ya los había visto en los años ochenta: El Sur cuando se estrenó y El Espíritu de la Colmena algún tiempo después. Las imágenes de la primera película, esos atardeceres íntimos de las ciudades de Castilla, creo que me acompañaron toda mi juventud, y lo siguen haciendo ahora que estoy tan lejos de mi tierra. El recuerdo de esas imágenes y el hecho de haber leído aquí y allí críticas favorabilísimas sobre la última película de Érice, me llenaban de curiosidad y de deseos de verla. Todo imposible: en ninguna tienda de vídeo, ni bajo forma de alquiler ni de compra, era capaz de echarle el guante. Cuando me enteraba de que en tal cine de Tokyo, en tal festival, se había proyectado, ya era a toro pasado.
Hará unos cinco años, un día de reyes, mi señora me sorprendió: sin que yo lo supiera Kinokuniya, la librería de Tokyo, publicaba el DVD de la película, y ella me lo regaló.
La primera vez que vi sus imágenes no pude evitar que se me cayeran unos lagrimones del tamaño de los susomentados membrillitos. Y es que la película es uno de los gozos más absolutos para los ojos que se puede cualquiera echar al caletre. Durante dos horas vemos como Antonio López, el gran Antoñito, prepara toda la parafernalia de su oficio, cómo le visita su tribu, cómo el tiempo del otoño le va haciendo putaditas. Los momentos se deslizan entre tardes de luces imposibles, tornasoles, lluvias, músicas, palabras. Enrique Gran sostiene con una varita una hoja rebelde del árbol casi niño y en ese momento magistral le dice a Antonio: "Sabes lo que pienso: ¿No te das cuenta de que si esto no fuera tan serio sería cosa de mucha risa?".
De mucha risa, de mucha belleza, de gran sabiduría, de profunda presencia de la vida... Confieso que la primera vez que les proyecté la película a mis estudiantes casi temblaba de temor. Cuando leí sus opiniones me quedé patidifuso, pero de satisfacción: esos estudiantes a los que muchas veces solemos menospreciar habían entendido perfectamente el mensaje de aquellas dos horas largas de la explosión tan brutal de hermosura que es El Sol del Membrillo. "Profesor, qué envidia. Ya me gustaría a mí ser capaz de poder decir lo mismo que el pintor: 'Lo hermoso es estar aquí, junto al árbol. Qué resulte al final, eso es algo secundario'.
Los dos primeros largometrajes de egregio director español ya los había visto en los años ochenta: El Sur cuando se estrenó y El Espíritu de la Colmena algún tiempo después. Las imágenes de la primera película, esos atardeceres íntimos de las ciudades de Castilla, creo que me acompañaron toda mi juventud, y lo siguen haciendo ahora que estoy tan lejos de mi tierra. El recuerdo de esas imágenes y el hecho de haber leído aquí y allí críticas favorabilísimas sobre la última película de Érice, me llenaban de curiosidad y de deseos de verla. Todo imposible: en ninguna tienda de vídeo, ni bajo forma de alquiler ni de compra, era capaz de echarle el guante. Cuando me enteraba de que en tal cine de Tokyo, en tal festival, se había proyectado, ya era a toro pasado.
Hará unos cinco años, un día de reyes, mi señora me sorprendió: sin que yo lo supiera Kinokuniya, la librería de Tokyo, publicaba el DVD de la película, y ella me lo regaló.
La primera vez que vi sus imágenes no pude evitar que se me cayeran unos lagrimones del tamaño de los susomentados membrillitos. Y es que la película es uno de los gozos más absolutos para los ojos que se puede cualquiera echar al caletre. Durante dos horas vemos como Antonio López, el gran Antoñito, prepara toda la parafernalia de su oficio, cómo le visita su tribu, cómo el tiempo del otoño le va haciendo putaditas. Los momentos se deslizan entre tardes de luces imposibles, tornasoles, lluvias, músicas, palabras. Enrique Gran sostiene con una varita una hoja rebelde del árbol casi niño y en ese momento magistral le dice a Antonio: "Sabes lo que pienso: ¿No te das cuenta de que si esto no fuera tan serio sería cosa de mucha risa?".
De mucha risa, de mucha belleza, de gran sabiduría, de profunda presencia de la vida... Confieso que la primera vez que les proyecté la película a mis estudiantes casi temblaba de temor. Cuando leí sus opiniones me quedé patidifuso, pero de satisfacción: esos estudiantes a los que muchas veces solemos menospreciar habían entendido perfectamente el mensaje de aquellas dos horas largas de la explosión tan brutal de hermosura que es El Sol del Membrillo. "Profesor, qué envidia. Ya me gustaría a mí ser capaz de poder decir lo mismo que el pintor: 'Lo hermoso es estar aquí, junto al árbol. Qué resulte al final, eso es algo secundario'.
Esa película no la he visto, pero recomiendo "El árbol del ahorcado". De lo que no me acuerdo es de si era un frutal o no. Bueno, para el caso...
ResponderEliminarElpicio Matas
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ResponderEliminarEsta película no la he visto y no puedo opinar. A mí siempre me ha parecido una película estupenda "Sonrisas y lágrimas". Bueno, también las de John Wayne, en especial "Forta Apache" y esa otra donde mueren tantos indios, ahora no me acuerdo de cómo se llamaba. Bueno, después de verlas todo parece basura.
ResponderEliminarRicardo Pasiego