jueves, 12 de agosto de 2010

¡Aúpa el klingon!

Me envió Paco de la Vega un artículo hace tiempo que me pareció digno de comentar detenidamente. Siendo humano, uno tiene tendencia a repetirse, así que a lo mejor sería más prudente remitir al lector a uno mío antiguo.

Al hablar de lenguas tenemos que hacer un distingo: el idioma en su aspecto interno (sistema de signos) y el externo (realidad social). Del primer factor poco hay que decir: todas las lenguas son diferentes en sus detalles, pero idénticas en su cometido; cada una expresa el mundo del hablante con la misma precisión (o imprecisión). Por eso no podemos hablar de idiomas superiores o inferiores: teorías bobas como el que las lenguas celtas se ven abocadas a su desaparición a causa de una teórica complejidad gramatical son verdaderos sinsentidos.

Las lenguas regionales no excluyen a nadie: quienes excluyen son sus hablantes. El corso, el catalán o el calabrés podrían haberse convertido en la lengua del imperio americano sin ningún problema; los padres fundadores propusieron el griego antiguo como idioma de la nación. ¿Una locura? Igual que resucitar el hebreo que de tan buena salud goza. He conocido a algunos israelíes y ninguno me ha parecido tanatófilo. Yo mismo cada día escribo -mal- algunas líneas en latín y me lo paso pipa: a veces es la hora del día en la que más vivo me siento.

Hablar de salud en sentido estricto para un idioma es una imprecisión: los idiomas no tienen salud -ni biotopos- porque no son realidades biológicas, sino sociales. Cuando utilizamos esta metáfora a veces nos olvidamos de ello: de que es sólo una metáfora. Los jóvenes no enferman el idioma con sus usos, sencillamente expresan su deseo de diferencia, igual que lo hacen con el resto de sus signos sociales: el vestido, la música o sus normas de conducta.

¿El esperanto? Como todos los idiomas artificiales, un juguete precioso y, hoy en día, un entretenimiento exquisito para una minoría en la que el día menos pensado ingresaré. ¿Lengua cosmopolita e universal? Quien tal sostenga poco sabe de lingüística. El esperanto no es más que un nuevo dialecto indoeuropeo en todos sus aspectos. Si un hablante aborigen de lenguas australianas, africanas o de Sudamérica diseñara un idioma artificial con intención de que se usara globalmente a nosotros nos sonaría mostruoso y nos negaríamos a aprenderlo por antinatural. Personalmente para ese cometido prefiero el inglés, lengua no sólo del negocio, sino también de la ciencia y del cachondeo universal. Si me ponen entre la espada y la pared, entonces el klingon o el serafiniano me parecen alternativas mucho más interesantes.


3 comentarios:

  1. Me acabo de acordar, Paco: en 1982 un miembro que tú bien conoces de una familia numerosa que me estará leyendo me pidió una firmita para hacer del latín la lengua oficial de la UE. Te puedes imaginar lo contento que me puso: era un proyecto de un eurodiputado que no salió adelante. ¿Era una bobada? Sí y no: el proyecto requería unos recursos ingentes, pero no más que la traducción a veintitantas lenguas oficiales (y dentro de poco al islandés, al turco y a otra que no me acuerdo). Además, lo de la traducción será siempre un pozo sin fondo, mientras que un proyecto de crear una lengua común supondría un esfuerzo amortizado en una generación. ¿Por qué no elegir el inglés? Pregúntaselo a los alemanes (que ponen el dinero) por ejemplo, o a los franceses, o incluso a los españoles...

    Pero, bueno, ¿por qué no salió adelante aquella idea? No por motivos internos, sino externos: el latín tiene una inmerecida fama de ser un idioma "difícil" y eso se lo ha ganado por la impericia de los enseñantes: cuando se utiliza un método bueno (el "Lingua Latina" o el de la U. de Cambridge) y se les enseña a los estudiantes como si de otra lengua se tratara se convierte en un pasatiempo. El problema es que en aquellos años a la mitad de la población le sonaba a cosa de curas y la otra mitad lo aborrecía por el tufo escolástico que le habían echado encima. O sea: nada tenía que ver con la vida interna del latín, con que fuera más difícil de aprender que otro idioma -que no lo es- sino con la externa: lo que le habían echado encima. Lo mismo le sucede al resto de los idiomas. Como diría Romeo: "¿Qué es un nombre?" Pues en este caso, todo.

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  2. Lo del artículo de Onfray era para provocarte un poco. Ahora, que se ha vuelto a poner de candente actualidad lo de las lenguas regionales con la declaración del Departamento de Estado Americano a propósito del uso que se está haciendo del catalán. Por lo demás, tus artículos sobre el tema los pongo a la altura de los de los de José Ramón Lodares y ya poco más se podrá añadir.

    Respecto a lo de imponer una lengua, creo que no hará falta. Los decisiones políticas poco tienen que hacer frente a la fuerza de los hechos. El inglés se impondrá porque la gente lo quiere. Incluso en Israel. Me gustaría que comprobases como hablan inglés los israelíes mayores y cómo lo hablan los jóvenes. Para unos es una trabajosa necesidad, para los otros una cosa natural. Me gustaría ver qué lengua se habla en los cafés y discotecas de Tel-Aviv.

    Respecto a lo del latín, ¿Qué me vas a decir que no sepa? Aquellas clases que me diste que se solían seguir de largos paseos por la Armuña... no las olvido.

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  3. Ya me imaginaba que lo hacías por putear. Cómo eres.

    El inglés desde luego que se está imponiendo: hasta en Japón, donde siempre han sido tan reacios a hablarlo. Lo de los jóvenes israelíes lo he comprobado de primera mano: no sólo hablan inglés de maravilla, sino también español, sobre todo los de origen sefardí. Aunque hayan olvidado el ladino por tradición aprenden nuestro idioma y lo hablan casi como nosotros.

    Gracias por los piropos. Qué voy a decir yo también, sino que, como sabes, fuiste el mejor alumno que tuve nunca. Los paseos por la Armuña, pues inolvidables. Ojala algún día los podamos repetir, aunque sea en espacio diferente.

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