domingo, 18 de mayo de 2008

Sacarle los colores a Leibniz


En el duty free del aeropuerto de Narita hablo en inglés: me atienden como al rey de Saba; lo hago en el idioma de la tierra: de repente soy el hombre invisible. El globo se divide en japoneses (que hablan japonés) y extranjeros (que no tienen que hablarlo, porque dominan la lengua de los ricos: el inglés). Al resto, ni caso: si existen, peor pa ellos.

Los políticos japoneses -que digo yo que habrán leído a Leibniz- lo saben bien: este mundo es el mejor de los posibles; y es en blanco y negro. Lo que seguramente han olvidado (nadie tiene por qué saberlo todo) es que tal mundo bicolor se parece precisamente al de sus abuelos, a ese al que debieron tanto entretenimiento durante el primer lustro de la década de los cuarenta.

Yo lo tengo muy claro: mi trabajo (y el de los profes de chino, coreano, ruso, islandés...) no es enseñar un idioma que sólo un cinco por ciento (?) de mis estudiantes llegará a dominar; mi trabajo verdadero consiste en insinuarles que el gris perla, el verde membrillo o el azul cobalto, a pesar de lo que escuchan machaconamente a diario, no son una entelequia, existen.




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