miércoles, 21 de mayo de 2008

Armamento pesado


Hace unos días encontré en el Youtube varios vídeos de un amigo de la infancia, el folclorista charro Ángel Rufino. Ángel es conocido como "El Mariquelo", el fulano que en la víspera de Los Santos sube a la torre de la Catedral. Desde chico fue un genio, pero no uno de los codos y el calentar pupitres, sino de la vida práctica, de esos que llevan hasta las lágrimas -y el aprobado- a la profesora de matemáticas con una historia de desgracias familiares tan ridícula que en labios de cualquier otro sólo hubiera producido la carcajada más sonora.

A Ángel no lo he visto nunca subir a lo alto ni quiero verlo y cuanto tengo ocasión le ridiculizo la gracia: me fastidia que su trabajo musical se vea a la sombra de un fenómeno tan cutre, no quiero perder tontamente a un amigo y, además, como Baroja, tengo por vergonzoso resabio nacional ese de disfrutar morbosamente con el riesgo ajeno. No es que abogue -como hacía uno de sus personajes- por usar de metralleta contra la multitud que lo jalea; no, pero unas buenas bombas fétidas...




2 comentarios:

  1. Tuve el gusto de conocer a El Mariquelo. Me lo presentó el gran Manolo Berrocal. Nada que ver el uno con el otro y sin embargo qué charros los dos. Bueno, no cuento como fue la tarde del encuentro porque hay cosas que mejor es callarlas. Del Mariquelo, cualquier cosa con tal de que fuese exagerada.

    Por otro lado, me adhiero al cien por cien a esa vergüenza que sientes por el resabio nacional ese de disfrutar morbosamente con el riesgo ajeno. Siempre con los cojones muy gordos a vueltas y todo, una vez más, por no querer estudiar. ¡Dichosas tradiciones de mierda!

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  2. Para el Ángel sí, todo lo que sea exagerado nunca es suficiente, y no lo ha sido desde que empezó a tener uso de razón. La más que ahora se me ocurre -de las que se pueden contar- es aquella de cuando organizó una fiesta a las tantas de la madrugada en la plataforma que habían instalado los obreros para reparar la cúpula de la iglesia de la Clerecía. Debía de hacer un frío que pelaba.

    Lo que más fastidia de todo el invento de la Catedral es que él no habrá dao ni golpe en el inglés o las matemáticas, pero de lo suyo sí que ha estudiado un güevo. De ello doy fe, que tendríamos doce años y se pasaba la vida dándole a la flauta: eso es lo que más joroba, que se le reconozca no por el mogollón de horas que ha pasado con su música, sino por lo de los cojones y tal.

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